Josep Mª Abella, un misionero que arde en caridad

Josep-Mª-Abella(Luis Alberto Gonzalo-Díez, cmf) La Congregación Claretiana acaba de reelegir como superior general a Josep M. Abella para un nuevo período de seis años. La noticia no es tanto la reelección, cuanto el consenso. La congregación en torno a este misionero ha encontrado las claves en las cuales quiere vivir y ser en esta etapa, sin duda, crucial. El Padre Abella es la encarnación de la esperanza. Su principal valía está justamente en lo convencido que está de la valía de sus hermanos. Define con sencillez en qué consiste el liderazgo que en el siglo XXI necesitan las congregaciones religiosas. Se hizo en Japón. Allí integró el ser signo, minoría, propuesta… Se dejó interpelar por ser con otros y aprender con todos. Josep no ha tenido nunca que hacer grandes desmontes intelectuales para creer en la misión compartida porque su ser claretiano ha crecido desde ese convencimiento.

No tiene una “varita mágica” pero no vive pendiente de datos. Cree en la multiculturalidad. Es el general de una congregación que nació en España, pero ya no es española, ni mucho menos. Este misionero que está a punto de cumplir los 60 sabe que los próximos años son de claridad y calidad. No tanto el número, como la firmeza y la verdad de las propuestas. De cuna próxima al fundador, Antonio Claret, como él quiere que cada uno de los misioneros arda en caridad. No es su empeño la uniformidad, porque conoce el tiempo y cree en la diversidad. Pero arder en caridad es incuestionable.

Hace un tiempo, cuando la Congregación Claretiana asumió un proyecto pretencioso denominado “Palabra-Misión”, o lo que es lo mismo, poner toda la vida en discernimiento desde la Palabra, Josep M. Abella no sólo fue impulsor, por oficio, sino entusiasta por convicción. Cree en la vitalidad de la Palabra de Dios y en la fuerza insospechada que tiene, más allá de apariencias. En el reciente Sínodo de la Palabra (celebrado en Roma del 5 al 26 de octubre de 2008) en el que participó, pudo dejar buena cuenta tanto de su experiencia personal como también
congregacional.

Arder en caridad exige esa centralidad en la Palabra. Sólo en la confianza que inunda la existencia de quien cree en la Palabra puede esperarse estar dispuesto a arder. Es mucho más que una estrategia: es un convencimiento de presente y futuro. Es novedad y tradición. Es la esencia de la consagración desde aquella intuición de un pequeño-gran hombre como fue Claret.
Josep Abella va a liderar la congregación de los Misioneros Claretianos en los próximos años. Va a estimular ese dejarse hacer, arder, iluminar… dar sin preguntas. Y lo va a hacer bien. Tiene claro que el mejor testimonio de un superior es la propia vida. Verlo y convivir con él –nunca te expresa cansancio– te estimula a confiar en esa posibilidad. Arder en caridad es mucho más que una frase redonda o un recuerdo del siglo XIX. Es el convencimiento de que más allá de modas o tendencias, el primer lugar de misión es la comunidad volcada y convencida de la fuerza de la Palabra, convocada por el Maestro que logra la unidad en la diversidad de lenguas y edades y confiada en la efectividad suave del Espíritu que sobrepasa cualquier cálculo de estrategas de márketing…

Intuir la esperanza

El fundador, Antonio Claret, nos dejó el legado de lo que significaba ser Hijo del Corazón de María… Arder en caridad, abrasar por donde pasas… y no dejarte arredrar. Pertenecer al círculo próximo de María tiene este don, ser aquellos que intuyen la esperanza aún cuando se anuncie una terrible tormenta.

En realidad, hablar de la necesidad de arder en caridad es para toda la vida consagrada y para toda la Iglesia. Es lo grande de los dones congregacionales, que lo son justamente porque son dones universales y para todos. Así, desde esta perspectiva supero el pudor que me da el haber dedicado la página a mi familia y a mi general. Seguro que se entiende. Era obligado y con toda franqueza, aseguro que la noticia, en la humildad de mi congregación, me llena de satisfacción.

MIRADA CON LUPA

Todas las congregaciones están viviendo una transformación de rostro, lengua y formas. Todas las familias van abriendo perspectivas de enriquecimiento en culturas milenarias y sorprendentes. Europa está aprendiendo nuevos signos y nuevos modos celebrativos. Europa es un mosaico, una buena muestra de lo plural que Dios quiso su mundo, y la vida consagrada es buena expresión de ello. El P. Abella tiene el corazón lleno de nombres, vidas y culturas… entiende la pluralidad como la gran lección del Espíritu para este tiempo. Ahí está el presente y el futuro… porque el Espíritu quiere hablar un lenguaje nuevo. Hay que dejarlo y necesitamos hombres como él, que nos indiquen por dónde.

lagonzalez@vidanueva.es

En el nº 2.672 de Vida Nueva.

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