Tribuna

Viganò, Sarah y la necesidad de dejarnos educar y corregir por el papa Francisco

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La verdad es incómoda. Cuestiona, corrige y aunque uno busque destruirla pareciera tener una voluntad inconmovible de aparecer y exhibir la mentira y la división. Hace unos días, el 7 de mayo de 2020, apareció un sitio web de nombre ‘Veritas liberavit vos’, la verdad os hará libres (Jn 8,32). La página contenía un “llamamiento para la Iglesia y el mundo” dirigido a todos los obispos, fieles laicos y hombres de buena voluntad con el fin de alertarnos de que la epidemia global de COVID-19 es un “pretexto” que diversas fuerzas mediáticas y políticas utilizan para lograr oscuros intereses secretos: “Tenemos motivos para creer que hay fuerzas interesadas en generar pánico entre la población con el único fin de imponer de modo permanente formas inaceptables de restricción de las libertades, control de las personas y vigilancia de sus movimientos. Esta forma de imposiciones antidemocráticas preludian de manera inquietante un Gobierno Mundial que escapa a todo control”.



El organizador de este llamado resultó ser nada más y nada menos que monseñor Carlo María Viganò, exnuncio apostólico en Estados Unidos y cuya fama ha crecido por medio de varios escándalos personales (con su hermano), eclesiásticos (en torno al lamentable caso del cardenal McCarrick) y por su petición pública y formal para que el papa Francisco renuncie al Pontificado.

El documento que monseñor Viganò nos regala es breve y utiliza un lenguaje que muestra afinidad con algunas ideas que en los últimos meses han circulado en el submundo de las teorías de la conspiración. Hacia el final el tono del texto adquiere visos apocalípticos: “No permitamos que con la excusa de un virus se borren siglos de civilización cristiana para instaurar una odiosa tiranía tecnológica en que personas sin nombre y sin rostro decidan la suerte del mundo confinándonos a una realidad virtual”.

Los firmantes del documento son realmente pocos aunque algunos, hay que reconocer, nos resultan significativos. En la lista encontramos, entre otros, los nombres del cardenal Gerhard Müller, el cardenal Robert Sarah, el cardenal Zen, monseñor Lugi Negri, monseñor Athanasius Schneider, periodistas que habitualmente difunden suspicacias y acusaciones graves contra el papa Francisco como John-Henry Westen o Aldo Maria Valli, y el padre Curzio Nittoglia, sacerdote antisemita, miembro de la Sociedad San Pío X. En otras palabras, los firmantes principalmente son parte de un sector conservador y ultra-conservador en la Iglesia que ha mostrado constantemente su oposición al Papa ya sea en cuestiones doctrinales (Amoris laetitia, Concilio Vaticano II), ya sea en cuestiones pastorales (Sínodo de la Amazonia), o en cuestiones de diplomacia internacional (relaciones entre la Iglesia y China). La gama de estos personajes cubre desde el grupo más extremo que rechaza por completo el Concilio Vaticano II, hasta un exprefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe y un Cardenal curial en activo.

A las pocas horas de haber sido publicado el documento, el cardenal Sarah  declaró en Twitter que él no lo había firmado. Así mismo, pidió a monseñor Viganò retirar su nombre de él, aún cuando expresó su sintonía con las preocupaciones contenidas en este “llamamiento para la Iglesia y el mundo”. Monseñor Viganò, el día 8 de mayo, dio a conocer el contenido de conversaciones telefónicas privadas mantenidas con el cardenal Sarah sin su consentimiento. Entre otras cosas, el exnuncio Viganò declara que el cardenal Sarah había expresamente suscrito el texto y comunica “urbi et orbi” que “caritativamente” perdona a Sarah “por el grave crimen que cometió contra la verdad” y contra él mismo.

Las reacciones no se hicieron esperar. Varios portales web que simulan ser católicos pero que se encuentran al margen de una plena comunión con el Papa, de inmediato proclamaron que el cardenal Sarah es un “cobarde”.

Esta penosa situación donde se mezclan traiciones, mentiras, acusaciones, teorías de dudosa cientificidad, conspiracionismo y grupos integristas, ha generado un gran desconcierto entre gente buena pero que se encuentra al margen de los detalles de los juegos y rejuegos de quienes de manera directa o indirecta han buscado minar el caminar del papa Francisco, y aún la forma cómo la Iglesia en general ha afrontado el desafío de la pandemia a nivel mundial.

Quien aquí escribe no duda que existan intereses visibles y encubiertos que buscan sacar ventaja de la pandemia en un aspecto u otro. Mucho menos dudamos de los amplios alcances que poseen las nuevas tecnologías para la vigilancia y el control de las personas y de las poblaciones. Sin embargo, la historia ha sido testigo de innumerables maniobras políticas, económicas y sociales a lo largo de los siglos. Cuando escenarios turbios acontecen es importante evitar las sobresimplifiaciones que en el fondo entrañan reduccionismos abusivos y manipulaciones también con fines de poder.

El conservadurismo radical que una vez más intentó una estrategia mediática para crear un punto de referencia distinto al que ofrece la Iglesia y el Papa en materia de lectura de los “signos de los tiempos” y en materia de respuesta pastoral, naufragó estrepitosamente en esta ocasión. No sólo por el triste espectáculo que ofrecieron los participantes en esta intentona, sino por el contenido de su documento en el que campea la pseudociencia y la simplificación excesiva de nuestro complejo mundo contemporáneo.

Certeramente Javier Sampedro decía hace poco en el periódico “El País” al comentar la ebullición de teorías de la conspiración y de pseudociencia en tiempos de pandemia: “la mejor mentira es la que casi es verdad. En lugar de inventarse una historia desde cero, el buen mentiroso copia la realidad en todo su abrumador detalle e introduce en ella una mínima mutación que corrompe su interpretación por completo”. Precisamente de esta manera, verdades, medias verdades y mentiras intentaron convocar a los obispos del mundo a una opción aparentemente valerosa y radical, pero profundamente reduccionista. Más aún, el parecido entre el contenido del documento de monseñor Viganò con los diagnósticos que recientemente el grupo integrista “Tradición, Familia y Propiedad” (TFP) divulga por internet, no son casualidad. Monseñor Viganò ha estado presente públicamente en las manifestaciones organizadas en Munich durante el mes de enero de 2020 por Roberto De Mattei (biógrafo del fundador de TFP, Plinio Correa), y acompañado por John-Henry Westen y Alexander Tschugguel, el jovencito que arrojó la figurita de madera “Pachamama” al río Tiber durante los trabajos del Sínodo para la Amazonia. Todos son amigos y todos se sienten cómodos entre sí.

¿Qué es lo que realmente sucede cuando pasan estas cosas? ¿Cuál es la cuestión de fondo que entra en juego? En mi opinión, cuando nos sentimos incomprendidos, cuando nuestras ideas no prevalecen, cuando el Papa no hace lo que nosotros queremos, podemos optar por uno de dos caminos. El primero es el que recorrió Henri De Lubac SJ a mediados del siglo XX. Era señalado por diversas voces como posiblemente herético, fue retirado de la docencia y expulsado de Lyon. Nunca fue interrogado, nunca se le comunicó de qué era acusado. El dolor que esta situación le provocó fue inmenso. Pero unió ese dolor a Jesucristo y reiteró en su corazón su filial adhesión al Papa y a su Magisterio. Viviendo un penoso silencio forzado escribió en 1953 el libro “Meditación sobre la Iglesia”. Ricardo Blazquez dice de De Lubac: “el sufrimiento no le esterilizó ni avinagró el espíritu, sino que le abrió la puerta a una comprensión más honda de la Iglesia. Su amor por ella fue sazonado por el dolor”. Y más adelante completa la idea citando el Salmo 118: “Me estuvo bien sufrir, así aprendí tus mandamientos”.

En efecto, De Lubac descubrió que hay que distinguir el servicio a la verdad católica de la intransigencia de la fe a través de la cual deseamos muchas veces imponer a los demás, incluso al Papa, nuestras propias valoraciones. La inflexibilidad a ultranza traiciona el verdadero depósito de la fe. Estamos llamados a tener un corazón más grande que nuestras ideas y a no confundir el amor a la Tradición con la aridez de corazón y el conspiracionismo torpe. Esta historia termina bellamente: el padre Bea, confesor de Pío XII, le regala “Meditación sobre la Iglesia” al Papa, el cual quedará sorprendido de una obra tan cabalmente eclesial. Poco después, el joven filósofo Karol Wojtyla le pedirá a De Lubac prologue su libro “Amor y responsabilidad”, Juan XXIII lo nombrará consultor de la comisión teológica para el Concilio Vaticano II, Paulo VI lo tendrá como un teólogo de su confianza y finalmente Juan Pablo II lo nombrará Cardenal de la Iglesia católica.

La otra senda es muy triste: hay que hacer un grupito de gente “selecta” que sí advierta los “enemigos ocultos” e “infiltrados” en la Iglesia. Aparentemente “valiente” y lleno de pirotecnia, este otro camino busca hacer presión, afirma un tradicionalismo obtuso y cree que el cristianismo se defiende sobre todo emprendiendo “batallas morales”. Sin darse cuenta el Kerygma queda sustituido por un paquete de “valores” y “consignas”. De inmediato, al pensar en esta trampa, se me vienen a la mente las palabras de Joseph Ratzinger poco antes de ser elegido Papa: “La tentación de transformar el cristianismo en moralismo y de concentrar todo en la acción moral del hombre es grande en todos los tiempos. (…) Creo que la tentación de reducir el cristianismo a moralismo es grandísima incluso en nuestro tiempo (…) Dicho de otro modo, Agustín enseña que la santidad y la rectitud cristianas no consisten en ninguna grandeza sobrehumana o talento superior. Si fuera así, el cristianismo se convertiría en una religión para algunos héroes o para grupos de elegidos”.

Mi personal lectura de toda esta situación no finaliza aquí. Termina con una sorpresa cuyo significado aún no termino de procesar del todo. Horas antes de que el nuevo desacierto de monseñor Viganò y sus amigos ocurriera, muy temprano en la mañana del jueves 7 de mayo de 2020, el papa Francisco durante su homilía decía algo sumamente providencial y misteriosamente esclarecedor. Las élites que se consideran tácita o explícitamente poseedoras de la verdad o de una privilegiada comprensión de la moral olvidan que Cristo permanece en la Historia a través del Pueblo de Dios, Sacramento universal de Salvación. Francisco dice: el cristianismo no es solo una ética” (…) “no se es cristiano solamente con una visión ética, es más, el cristianismo no es una élite de personas elegidas para la verdad. El cristianismo es pertenecer a un Pueblo, a un Pueblo elegido por Dios, gratuitamente. Si nosotros no tenemos esta conciencia de pertenecer a un Pueblo, seremos ‘cristianos ideológicos’, con una doctrina pequeñita”. Luego más adelante nos alerta sobre el riesgo de caer en “estas ‘parcialidades’, sean dogmáticas, morales o de élite. El sentido de la élite nos hace tanto mal, perdemos aquel sentido de pertenencia al santo Pueblo fiel de Dios”.

Al momento de escribir estas lineas el cardenal Müller no se ha deslindado de los contenidos de la proclama de monseñor Viganò ni del trato que el propio Viganò dispensó al cardenal Sarah. El cardenal Sarah, por su parte, no ha matizado su simpatía hacia los contenidos del texto que transpiran la visión sobre el mundo de una parte del integrismo contemporáneo. Quiera Dios que esta experiencia sea ocasión para “reflectir y sacar algún provecho”, como decía San Ignacio. Todos necesitamos ser sostenidos en la fe –fieles laicos, obispos y cardenales –. Ser sostenidos en ocasiones implica ser corregidos. No tanto con la sabiduría humana de un perspicaz teólogo o de un estratega eclesial sino con la paternidad del Sucesor de Pedro, Pastor Universal de la Iglesia, que anuncia a Jesucristo pertinentemente al hombre de hoy. ¡Qué bello sería si luego de estas vergonzosas situaciones todos lloráramos un poco y pidiéramos perdón por nuestras muchas vanidades! Jesús siempre puede hacer nuevas todas las cosas. Mientras Dios nos preste vida, siempre es posible un nuevo comienzo.