Tribuna

Tutti, tutti, tutti… servidores, comensales y carismáticos

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En la #JMJ2023 Francisco, obispo de Roma, repitió una expresión que la viene afirmando desde que asumió la función de Papa, pero esta vez lo hizo como si fuera una jaculatoria para que en la Iglesia se repita e incorpore esta plegaria: “¡Todos, todos, todos! En la Iglesia hay lugar para todos… Frase que a muchos nos alegró y nos fortaleció en el camino que habíamos propuesto en el año 2006 cuando publicamos el libro “En torno a la mesa” con la comensalidad abierta en donde todos, todos, todos tienen lugar en la mesa… porque ser iglesia es con todos, es universal. Pero por otro lado, es llamativo que esto sea una novedad en una expresión religiosa que sigue a Jesús. ¡Es preocupante que todavía la Buena Nueva pareciera ser desconocida!



Servidores de los comensales

Con la iteración de Francisco, recordamos que todos en la Iglesia somos ministros por el Bautismo. Por lo tanto, todos y cada uno de quienes la integramos somos ministros en diversos grados y responsabilidades, que, creyendo, celebrando y anunciando el misterio que nos rodea y en el cual nos vivimos inmerso, nos transformamos en sacramento universal de salvación (LG. 1; 7; 10; 32; 48).

Ningún ministerio es superior a la dignidad de hijos de Dios que hemos recibido por la ruah que ha sido dada. Todos los bautizados participamos del único sacerdocio, que es el de Cristo (SC. 7. 10), quien, en el Misterio Pascual, nos engendra como sacerdotes, profetas y acompañantes junto con, en y para todos. Que exista gradualidad en el servicio, no implica superioridad en la filiación y fraternidad… por lo menos para la fe cristiana.

El Concilio Vaticano II nos hizo tomar conciencia de un giro eclesiológico (Misterio – Sacramento – Pueblo – Cuerpo – Templo) superando la postura de “societas perfectas”. Incorporar ese giro implica una actitud adulta en la dignidad bautismal y dejar de lado el infantilismo vocacional centrado en una persona que manda, dice, hace todo y el resto obedece o en la que solo hay que acatar una propuesta sin contribución y elaboración personal.

La fe en la Trinidad y las realidades nos exigen asumir un proceso de reflexión y búsqueda para encontrar diversas maneras de realizar el servicio eclesial que heredamos y compartimos para que los ministerios sean el resultado del discernimiento comunitario porque ella es el origen, lugar y meta (CEA – DPC, 2020) (n° 133) de todo ministerio.

Y nos animamos a proponer, como punto de partida, tres maneras para esta búsqueda de servidores: contemplativos y abiertos; comunitarios y reconocibles, carismáticos. Y lo haremos contemplando dos textos. Uno el de la elección de los diáconos en las primeras comunidades y testimonio bíblico del libro de los Hechos de los Apóstoles. Y segundo, el texto de la diversidad de carismas.

Contemplativos y abiertos

“En aquellos días, como el número de discípulos aumentaba, los helenistas comenzaron a murmurar contra los hebreos porque se desatendían a sus viudas en la distribución diaria de los alimentos. Entonces los Doce convocaron a todos los discípulos y les dijeron: No es justo que descuidemos el ministerio de la Palabra de Dios para ocuparnos de servir las mesas” (Hchs. 6, 1 – 2)

En la escena presentada por Lucas queremos proponer dos perspectivas: por un lado, la comunidad aumenta y, por otro lado, que por anunciar la palabra se desatiende la atención y distribución de alimentos a los desplazados o desprotegidos (viudas). También podemos encontrar actitudes: unos murmuran porque se descuida ministerios. Otros plantean la necesidad de encontrar una posible solución. Allí es la comunidad (Doce y todos los discípulos) quienes disciernen la necesidad de encontrar ministerios para esta nueva situación.

Ante estas situaciones y actitudes, hoy en este siglo XXI la catequesis asumida como ICP (Itinerario Catequístico Permanente) puede colaborar y favorecer la búsqueda de servicios eclesiales surgidos desde el seno de la Trinidad y la realidad para que asuman los signos de los tiempos en fidelidad a Dios (Fides Quae) y a la humanidad (Fides Qua) e invitar a todos a la mesa común.

Servidores de la mesa… porque ella es un espacio y lugar de fraternidad, reconocimiento, gratuidad, integración, intimidad, confianza, celebración… allí la vida se hace comunión que se vive al alcance de la mano… quizás por este motivo, Jesús, el Viviente, celebró y compartió su vida en torno a la mesa. La catequesis, en su acto y proceso catequético, nos configura con él para celebrar que toda mesa, brinda y favorece las propuestas del Reino que Jesús nos revela. Servidores de la mesa es ser servidores de los comensales, no tanto de cubiertos o utensilios, sino para todos tengan su lugar y sean recibidos, atendidos y servidos con caridad. La Mesa en el evangelio invita y expresa la comensalidad abierta (Curia, Christian, 2006).

Comunitarios y reconocibles

Es preferible, hermanos, que busquen entre ustedes a siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, y nosotros les encargaremos esta tarea. De esa manera, podremos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra. La asamblea aprobó esta propuesta y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe y a Prócoro, a Nicanor y a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron a los Apóstoles, y estos, después de orar, les impusieron las manos” (Hchs. 6, 1 – 6)

A este texto lucano nos animamos a presentarlo para un discernimiento de todo ministerio: la dimensión comunitaria que es lugar, origen y meta de todos los ministerios (DPC 133). En el catequístico adquiere una significatividad un poco más profunda, porque el fin de todo acto y proceso catequético es que los creyentes vivan y compartan la fe junto a y en comunidades humanas: trabajo, familia, amigos, colegas de trabajo, barrio, vecinos, etc. y que desde allí se generen espacios comunitarios para compartir la vida. El servicio es junto a y con otros, surge y tiene como finalidad a una comunidad de personas que están invitados a vivir la comunión que brota de la vida Trinitaria.

En el texto de la elección de los diáconos, podemos vislumbrar que es la comunidad la que discierne, elige y propone, para que quienes guían y fueron elegidos, reconozcan dicho ministerio y lo ordenen al servicio de la necesidad de la comunidad. Estos 7 son re/conocidos por la comunidad no vienen de afuera, ni son impuestos por otros… La catequesis como ICP nos ayuda a reconocernos y ser reconocibles como hermanos, servidores y comensales que brota de nuestra identidad de hijos de una Trinidad que nos hace sonreír y vivir en comunión.

Carismáticos

Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de actividades, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo. (1ª Cor. 12, 4 – 6)

Para esta última búsqueda que mencionamos, tomamos el texto de Pablo citado porque por la participación en el sacerdocio de Cristo, todos los cristianos poseemos y estamos configurados con él y desde esta identidad recibimos dones, es decir, carismas, obsequios de la Trinidad que no requieren una legitimación burocrática o institucional, porque los carismas (dones) que el Espíritu regala son su donación. En el ministerio catequístico basado en el bautismo, el carisma será discernimiento vocacional personal y comunitario para la construcción del Reino y la liberación de la humanidad: “No hay ningún creyente que no sea receptor de algún don del Espíritu. En este sentido, todos son carismáticos” (Lona, Horacio E., 2018, pág. 54).

La vocación y ministerio catequístico surge de esta configuración carismática o pneumatológica del creyente en sus múltiples vínculos. El reconocimiento público, comunitario o institucional es simplemente visibilizar la disposición del creyente con el don recibido y experimentado por la acción del Espíritu en una comunidad concreta, porque “el sustantivo charisma significa muestra de favor, obsequio, don de gracia (…) deriva de charis ‘belleza, simpatía, encanto; gracia, agrado, favor; agradecimiento, gratitud; muestra de favor, don de gracia, muestra de amor’, e indica una expresión concreta de favor (Biblia de estudio online, 2023). El carisma es vivido como don y reconocimiento de la Trinidad hacia las personas y comunidades. Por lo tanto, comunidad eclesial y jerarquía, por medio de alguna institución ministerial, no atribuye el carisma, sino que lo reconoce como acción e iniciativa de Dios ya visible, actuante y garantizado por el Bautismo y la disposición personal, como “un acontecimiento con un profundo sentido en la vida de los creyentes (…) confiere a los fieles una dignidad particular ante Dios” (Lona, Horacio E., 2018, pág. 60). Es un carisma que se manifiesta en nuestra humanidad y debilidad.

Vivir al ministerio de la catequesis desde la perspectiva del carisma, nos ubica en sinodalidad. Por un lado, es iniciativa de Dios y disponibilidad humana, y que hacen un camino juntos. Por otro lado, al ser un servicio a comunidades se vive junto a otras personas. Y esto exigirá predisposición de todos a escuchar al viento que inspira y a la realidad que necesita ministerios que acompañen el ICP. Se podrá iniciar un discernimiento comunitario eclesial para vislumbrar las señales de la presencia y acción de Dios en el ministerio y, los catequistas, apreciaremos la manera en qué estamos llevando adelante la vocación, considerando si auspicia la fidelidad a Dios y a los seres humanos. A su vez, contemplaremos la realidad para considerar si la manera de llevar adelante el ministerio está a la altura del momento histórico y brinda criterios para que los creyentes descubramos el sentido de la vida o simplemente es una repetición de tiempos, ritos, temas, acciones, etc., por el mero hecho de “hay que hacerlo”.

Que la presencia de la Trinidad, que inspiró la vida del Pobre de Asís, y que nos anticipa, nos infunda a seguir siendo servidores, contemplativos, abiertos, comunitarios, reconocibles y carismáticos en una catequesis que invita y es servidora de todos, todos, todos para que disfruten la comensalidad abierta al alcance de la mano.

El Señor te bendiga y te guarde; te muestre su faz y tenga misericordia de ti. Vuelva su rostro a ti y te dé la paz. El Señor te bendiga, hermano (Francisco de Asís)