Tribuna

Tiempo de Navidad, hoy más que nunca

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Cumplo con una cita que por estas fechas navideñas mantengo con los lectores de Vida Nueva desde el inicio de mi colaboración con esta revista, hace ya más de cinco años.

Releyendo mis artículos anteriores, veo cómo, desgraciadamente, mis denuncias sobre la progresiva descristianización de la Navidad se han ido confirmando y agravando año tras año, hasta llegar al presente de estos días, donde en España, salvo en muy contadas excepciones, nuestras ciudades y pueblos carecen de la más mínima expresión pública que haga referencia a la condición u origen cristiano de estas fiestas.

Resulta paradójico el contemplar cómo, a lo largo del año, las fachadas de muchísimos ayuntamientos lucen pancartas reivindicativas de mil y una causas, o el presenciar cómo autoridades y representantes de partidos políticos encabezan manifestaciones y desfiles organizados para exaltar o solidarizarse con todas las minorías habidas y por haber, o cómo también los 365 días del año no llegan para ser dedicados al recuerdo o a la conmemoración de personajes y efemérides que casi siempre tan solo conocen los impulsores de la iniciativa.

Pero en todos los casos, ya sean pancartas, marchas o aniversarios, nunca hay espacio, ni siquiera el más mínimo resquicio, para que, entre el inmenso, yo diría infinito, volumen de inquietudes merecedoras de la atención solidaria de nuestras autoridades, aparezca cualquier referencia al hecho religioso, especialmente cuando es de naturaleza cristiana.

Solo en el ámbito privado

Es sorprendente escuchar cómo se debate, se argumenta e incluso se legisla sobre asuntos variopintos que afectan al sexo, al género, a la raza, a la ideología o al origen familiar o territorial de las personas, buscando, bien compararlas o bien igualarlas, evitando el menor atisbo de discriminación; preocupación del todo encomiable pero que, en ningún caso, es trasladable a la condición religiosa de los ciudadanos, ya que no solo se considera algo perteneciente al ámbito privado de las personas, sino que incluso se estima que cualquier manifestación pública de naturaleza religiosa ofende y es hostil para quienes no son creyentes y atenta gravemente contra el carácter laico de la sociedad.

Y así vamos. Oiremos a nuestros políticos exponer con orgullo su condición ideológica, su compromiso territorial, sus inclinaciones sexuales, su origen social o su lealtad futbolística, pero en ningún caso escucharemos que alguno fije su posición en razón de su condición de católico. Y subrayo lo de católico, porque, en el caso de otras religiones, al ser sus fieles numerosos y tener la condición de nuevos votantes, se les ampara por tratarse de minorías y por aquello de la multiculturalidad. ¡Faltaría más!

Y, a lo largo del año, a los niños se les inculca el celebrar la fiesta de Halloween o el consumir en el Black Friday, todas ellas celebraciones muy tradicionales para, por fin, en estos días deslumbrarlos con la apoteosis del consumo y la paganización que representan las multicolores “cabalgatas de Reyes”, lo más opuesto a la celebración cristiana de la Epifanía. Eso sí, se les evita en sus colegios cualquier atisbo de nacimientos o villancicos para evitar ofender no sé bien a quién.

Navidad, hoy más que nunca tiempo de hogares y familias. En la España de hoy, algo más que un compromiso con la fe. Un pequeño belén, un villancico, incluso mal cantado, una misa del gallo (allí donde todavía las haya) con la asistencia de todos, es mantener y transmitir un estilo de vida y un compromiso con la conciencia propia que a los niños les sirve de ejemplo y a los mayores nos ayuda a superar silencios.

¡Feliz Navidad!

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