Tribuna

Sor Carmela Sin Fronteras

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Acababa de poner la última piqueta. Tres tiendas. Pero aquello no era un monte. Sino a ras de maleza. El sobre techo, estirado como nunca. De foto. Con carrete. Pero apareció sor Carmela. “Vas a tener que desmontarlas”. Treinta grados al sol. En Silos. Obedecí. Autoridad ética y estética. No estaban perfectamente alineadas. Y el espacio de separación se lo ponía difícil a los siguientes para colocar la suya. De un plumazo aprendí a pensar en el otro y a buscar la perfección en todo. Especialmente en la entrega. Máxima de sor Carmela. El voluntariado y la animación misionera no son para amateurs. Sino para un compromiso siempre de máximos. “Ser como se debe o no ser”. Lo dice un santo amigo, un amigo santo.

Solo así se entiende su capacidad emprendedora, su liderazgo evangelizador. Esa creatividad que, de la mano del padre Valdavida, le llevó a fundar Cristianos Sin Fronteras, con todos sus adyacentes. El apellido “Sin Fronteras”, su apellido desde entonces, lo patentaron mucho antes de que rompieran las barreras los médicos, los payasos y los bomberos. Pero siempre, un paso por detrás. Con esa discreción propia de las hijas de la Caridad, pero también con el carácter de esas mujeres enviadas por Vicente de Paúl a las periferias: “La creatividad la teníamos a medias. Valdavida, la creatividad de la doctrina misionera. Yo la creatividad en la oferta artística, en la realización de cada actividad. Eran tantas…”.

Yo soy solo uno entre miles que han dado sentido a sus veranos en Santo Domingo de Silos, uno de entre tantos que han prestado su voz a la Canción Misionera, uno de los muchos que se han subido a un tren misionero en los alrededores del Domund. Detrás, siempre estaba Carmela. En ocasiones con un pincel dando color a un cartel. O contando las estrellas adhesivas para sembrar en Navidad. O como responsable de la intendencia para que nada se dejara al margen de la improvisación en una velada.

Sor Carmela me hizo desmontar las canadienses aquel mes de julio. Pero también me hizo desmontar mi tienda interior. La que venía con sus planes hecho, con el ego subido y su individualismo en la mochila, para poner el mástil de la comunidad, de la Iglesia, de Jesús. Para que esa tienda siempre estuviera abierta. Sin Fronteras. Gracias Carmela.