Tribuna

Solo se sobrevive con coherencia y valentía

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La mayoría de los analistas califican la situación venezolana de “inédita”. Es una crisis provocada por la incapacidad del régimen para generar bienestar y solidaridad entre todos los habitantes. Desde hace 20 años se ha proclamado una “revolución”, en nombre de los pobres y en contra de los imperios, que solo se ha concebido en términos de expansión de una ideología que siembra el odio, la división de clases, el exhibicionismo grotesco, insultando a instituciones y personas sin ton ni son. Esa política olvida que su primer afectado es el pueblo que se dejó seducir por el lenguaje mesiánico y populista, y se dedicó a usar los inmensos recursos financieros para exportar la revolución. Al cabo de 20 años, las cuentas están en rojo sin ofrecer a cambio soluciones efectivas. Parece que se cumple la máxima de Fidel Castro: “Una revolución no triunfa ni se mantiene sin una mayoría de gente empobrecida”.

La desinstitucionalización trae como consecuencia la ausencia de referentes comunes. Los poderes públicos están secuestrados al servicio del Ejecutivo. La expropiación y cierre del aparato productivo, de los medios de comunicación, de los gremios e instancias intermedias de la sociedad civil, han convertido al país en un erial donde falta de todo. Solo la Iglesia ha logrado sobrevivir con coherencia y valentía. Por eso, ante esta debacle, la mayoría de la gente y de las instituciones que quedan en pie recurren a ella como refugio y bálsamo.

No han faltado ataques y asfixias, pero nuestro norte ha sido la defensa y promoción de la vida, en igualdad para todos. Tarea titánica en la que nos han acompañado otras iglesias, instituciones civiles autónomas de servicio al necesitado o que trabajan por los derechos humanos. Es un granito de arena en medio del cúmulo de carencias que se plantean, entre otras, la necesidad de admitir la realidad de pobreza e indefensión. La ayuda humanitaria, mejor, la emergencia humanitaria, es una urgencia que no puede esperar, porque está en juego la vida de miles de personas, sobre todo, la de los más vulnerables.

Iglesia como ámbito de esperanza

La institución eclesial ha sido protagonista en estos años. La destrucción sistemática del entramado social, con la expropiación de cientos de empresas que en manos del Gobierno quedaron improductivas; el secuestro de los poderes públicos, todos en manos y al servicio del Ejecutivo, dejan a la población sin referente para la defensa de sus derechos; y el desconocimiento de la gran mayoría de las organizaciones intermedias de la sociedad, haciéndolas inoperantes, deja al Gobierno la conducción absoluta y totalitaria de la vida social. A ello se añade la utilización de los ingentes recursos financieros de estos años para mantener aliados externos y promover un liderazgo mundial que en nada favorece la vida digna del venezolano.

Todo lo referido anteriormente hace que la gente sienta que la institución cercana y fraterna para acompañar esta terrible situación sea la Iglesia, como ámbito de esperanza y de creatividad para la búsqueda de soluciones. La vocación samaritana del cristianismo se hace hoy presente de muy diversas formas con la participación masiva de innumerables fieles laicos, auténticos protagonistas del servicio caritativo. Cáritas y muchas otras pequeñas organizaciones de ayuda, en unión y cooperación con las de otras iglesias o de diversas iniciativas sociales, tejen una red de servicios que merece el mejor de los reconocimientos.

A ello se suma el permanente apoyo del Episcopado, de las organizaciones nacionales eclesiales, que en numerosas exhortaciones quieren iluminar, compartir y buscar caminos paliativos a lo que debe ser la primera obligación de todo Estado: el servicio a la comunidad sin distingos. En un primer momento, el régimen respondía atacando y denigrando los documentos eclesiales. Desde hace unos años, lo cubren con el silencio absoluto para que la noticia muera al poco tiempo, dado que la libertad de expresión en los medios tradicionales está muy mermada. Solo a través de las redes sociales se puede acceder a una información no siempre clara, pues son demasiados los mensajes contradictorios que circulan por ellas.

Una táctica propia de estos regímenes es apropiarse del enfrentamiento, la división, entre los distintos actores de una misma institución. Se ha pretendido hacer ver que el papa Francisco y sus colaboradores no se preocupan ni se ocupan de la situación venezolana. Son los obispos locales los que lo hacen en desacuerdo con la instancia superior. Esta percepción ha calado en algunos sectores de la clase media y superior, mientras que, en las clases populares, el apego y devoción a la Iglesia una es total. Por su parte, el régimen se confiesa católico, apostólico y romano, e intenta de nuevo llamar a las puertas del Vaticano para que forme parte de un diálogo con actores foráneos. La reciente carta privada del Papa al “señor Maduro” ha puesto los puntos sobre las íes y despeja muchos malentendidos.

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