Tribuna

Revestirnos de esperanza

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Ante noticias como la de los atentados en Sri Lanka, los asesinatos de líderes sociales, el fortalecimiento de la minería ilegal en tantos rincones del continente, las caravanas de migrantes… Ante tanto dolor, hambre, injusticia, corrupción y barbarie, tenemos la tentación de convertirnos en pregoneros del miedo, el escepticismo y la desesperanza. Fácilmente nos atrincheramos detrás de las pantallas y con pasividad de espectadores narramos las últimas noticias en los lugares en los que cotidianamente nos encontramos.

Damos cuenta con detalles y énfasis en las cifras, de todo aquello que hemos visto y escuchado a través de tantos medios de información y en muchas ocasiones de desinformación. Y sin darnos cuenta, vamos cayendo en el pavoroso relato de un sistema al que le cuesta creer que otro mundo es posible.

Ante la experiencia de la enfermedad o la muerte de nuestros hermanos de comunidad, las exigencias del Estado que tantas veces acorralan nuestros horizontes apostólicos, la dificultad para sacar adelante los proyectos encomendados, la experiencia vital de los límites que trae la vejez, las fuerzas que no alcanzan o los recursos que en algunos contextos no terminan siendo los suficientes o necesarios, es posible que nos paralicen los datos, las estadísticas, el siempre amenazador miedo al futuro.

Hoy más que nunca, cuando la fuerza de la realidad y de los hechos parece implacable en su impacto, tenemos que revestirnos de esperanza. No se trata de negar la realidad o de interpretarla con parámetros cargados de ingenuidad. Pero, sí, de leerla desde la fe y de encontrar en ella, motivos para movilizarnos, organizarnos y solidarizarnos.

Gloria Liliana Franco Echeverri en la apertura de la LVIII Asamblea Electiva de la CRC en Bogotá.

Nuestra voz, tiene que estar al servicio de las víctimas, de los más afectados, de los pequeños, de los enfermos y los más solitarios… de aquellos que requieren su porción de esperanza y de alegría.

Tenemos que salir, dejar el sillón y la placidez de la pantalla. Debemos preguntarnos por el “más” de nuestra entrega, en una realidad necesitada de testigos de la esperanza. De hombres y mujeres que puedan y quieran ir más allá, salir, pronunciar palabras que den vida, tener gestos que devuelvan la fe en el valor incalculable de la bondad, el amor y la ternura.

Nuestra esperanza tiene su fundamento en Jesús.Contemplarlo a Él y con Él orar la realidad y acercarnos al acontecer personal, comunitario, nacional y universal, será nuestra manera de responder a una coyuntura que nos urge a la comunión que se conquista en la relación; a la osadía que se aprende al lado de los más pobres; a la alegría que nos contagian los niños que saben confiar en su padre; a la libertad que hemos heredado de aquellos que supieron cambiar, desaprender, transformarse al ritmo del Espíritu.

Quiero compartir con ustedes un hecho vital y muy personal: la vida me ha permitido estar estos últimos días muy cerca de una mujer en estado de gestación, es decir en estado de esperanza. Junto a ella, he podido constatar que esperar no es un estado pasivo. Es una actitud vital que supone constante actividad.

Hay que prepararlo todo, disponerlo para acoger aquello que se anhela y se presiente como don.

Supone cuidar el propio ser, estar atentos a las manifestaciones de la vida, percibir incluso lo imperceptible.

Requiere mirada contemplativa y escucha discerniente, porque todo se torna del color, la forma y el latido de aquel o aquello que ya llega, que nos habita. El silencio se convierte en la danza que aproxima lo amado.

Todo habla del amor que se presiente. Esperar es un estado que exige paciencia y hace que reconozcamos el valor de todo lo germinal.  Nos saca de nosotros mismos, de nuestras zonas de confort y hace que todo se transforme en kénosis, en donación, en entrega gratuita.

Esperar trae consigo una dosis inmensa de alegría. Todo se viste de fiesta, y nada, por más poderoso, evidente, estruendoso o violento que sea, puede hacer que desfallezca la esperanza.

No hay ingenuidad en esa experiencia vital, es la fuerza del amor, es la confianza puesta en el Dios que abre caminos al pueblo que emigra, que sostiene la esperanza de los pequeños, que congrega a las mujeres y las fortalece para que en las fronteras anuncien, repartan el pan y ensanchen la casa, que se hace el encontradizo por los caminos, y que nos sorprende con la abundancia justo en la noche y cuando nuestras fuerzas y nuestros intentos se han agotado en esterilidad.

Esperar exige creer en el potencial de las semillas. La vida consagrada se encuentra en uno de esos momentos en los que aparentemente las condiciones externas no son las más aptas para que la semilla dé fruto, y justo estos tiempos, requieren de sembradores con identidad y de condiciones internas. Quisiera proponerles cuatro binomios que hacen posible la osadía de la siembra y el milagro de la cosecha:

  1. Amor y cuidado: Corazón centrado y capaz de dar cuenta de las razones de su adhesión. Búsqueda sincera, motivación auténtica y coraje para asumir en libertad y con sentido las consecuencias del amor… Venimos de acompañar a Jesús en su caminar Pascual y sabemos que el amor tiene consecuencias. Desvelo por cuidar de los detalles, los estilos, las actitudes, los criterios que dan forma a cada experiencia y enriquecen cada opción.
  2. Paciencia y tiempo: En época de inmediatez, la paciencia es un arte que se cultiva en cada encuentro y de la que sólo se benefician quienes han aprendido el valor de lo gratuito, la belleza de lo eterno, lo maravilloso de lo inesperado. La paciencia es el elogio de quienes saben que tienen todo el tiempo, precisamente porque no les pertenece el segundo presente y esa constatación les ha permitido reconocer que todo es don y gracia y que lo relativo de la categoría tiempo, adquiere su plenitud en la fecundidad de la entrega cotidiana, justo allí donde las horas caminan más lentamente.
  3. Tradición y novedad: Tantas costumbres arraigadas y fecundas, tantos ritos vitales para darle sentido a la existencia, tantas raíces que sostienen y fundamentan la entrega… Y tanto por aprender, tanto por innovar, tanto viejo rezago que amerita transformación, tanta secuela añeja que paraliza y limita para responder con creatividad al nuevo aleteo del Espíritu. Urge combinar tradición y novedad en ese sano discernimiento que sabe distinguir lo que realmente viene de Dios y nos lanza al “más” del Reino.
  4. Saber particular y construcción comunitaria: Todo don viene de Dios y es patrimonio del cuerpo apostólico.  Cada matiz personal le da belleza a la totalidad de la obra. No es posible menospreciar ningún saber, ningún don particular, porque cada uno entraña un matiz divino a la espera de aparecer para el bien común.  Pero, ninguna particularidad alcanza su plenitud en solitario… La comunión, el encuentro de saberes y sentires, la complementariedad y la ayuda mutua, le dan a la existencia y a todo proyecto su verdadero potencial.

Sólo tenemos una opción: dedicar la vida a toda buena siembra… Él, en su fidelidad, hará lo demás.

* Palabras pronunciadas en la apertura de la LVIII Asamblea General Electiva de Superiores Mayores de la Conferencia de Religiosos de Colombia, el 26 de abril de 2019, en Bogotá.