Tribuna

Pedagogía mariana para el nuevo curso

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Durante los meses de nuestro verano, el Papa nos ha ofrecido algunas homilías bellas y profundas que suelen no conocerse, excepto por algún titular periodístico de impacto. En esta ocasión, quisiera aprovechar tres de dichas homilías: la elaborada con ocasión de la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe (12 de diciembre);  la pronunciada en la Fiesta de Santa María Madre de Dios (1º de enero); y la desarrollada durante la misa en la catedral de Santa María la Antigua, Panamá (26 de enero). Aprovecharlas para  vincularlas con nuestra tarea educativa, en los albores de un nuevo ciclo lectivo, ya que María es “pedagoga del Evangelio”, como nos recordaba Francisco citando el Documento de Puebla.

Al comenzar el año, el Papa nos invitaba a admirar. Ahora, cuando nos estamos reencontrando con los compañeros docentes, vuelven los estudiantes a nuestras aulas, se renuevan los proyectos y también cargamos con una cuota de incertidumbre por lo que nos deparará el curso escolar, es bueno que partamos de la admiración, “la actitud que hemos de tener al comienzo del año, porque la vida es un don que siempre nos ofrece la posibilidad de empezar de nuevo”[1]. Al terminar las vacaciones, vale la pena preguntarnos sobre nuestra capacidad de admiración: ¿hemos aprovechado el receso para detenernos y admirar a quienes nos rodean y a lo que nos rodea? ¿Estamos bien abiertos a admirar lo bello, lo bueno, lo nuevo y lo verdadero que sin dudas surgirá en cada día de clases? Al regresar a nuestros lugares de trabajo, es bueno que admiremos la vida (propia, la de nuestros compañeros, la de nuestros estudiantes) como don, como tesoro, como marco apreciado y valorado. Admirar que hemos sido convocados a una tarea delicadísima e importarte, ayudar al desarrollo de la vida de nuestros estudiantes.

También Francisco nos propone admirar la maravilla del misterio de amor que significa que Dios está con nosotros, que se encarnó y que comparte nuestra vida. Admirar no a un Dios lejano e inaccesible, sino al Emmanuel, al que está con nosotros. Al volver a nuestras escuelas, recordemos que Él camina a nuestro lado y que lo hará junto con nuestros alumnos. Nuestro Dios es un Dios de las sorpresas y, para percibirlas y disfrutarlas, necesitamos cultivar nuestra capacidad de asombro. Como educadores, “renovemos el asombro de los orígenes, cuando nació en nosotros la fe (…) La vida sin asombro se vuelve gris, rutinaria; lo mismo sucede con la fe.”[2] La docencia sin asombro, podemos parafrasear al Papa, se vuelve gris, rutinaria y sin fe. ¿Tenemos a mano los “antídotos”, personales y comunitarios, para enfrentar la falta de asombro, de ilusión, de deseo? ¿Estamos preparados, personal y comunitariamente, para percibir la presencia de Dios en cada compañero y en cada estudiante?

Cuando un educador admira, su mirada se transforma. Volviendo los ojos hacia la “llena de gracia”, comprendemos que en la tarea educativa, lo mismo que para la vida de fe, “es esencial la ternura, que combate la tibieza.”[3]  Es muy pertinente y desafiante para los educadores esta relación que nos plantea Francisco: con una mirada tierna, el educador puede llegar a descubrir el tesoro del corazón de cada estudiante; con una mirada tibia, el alcance queda limitado al cumplimiento, a los compromisos mínimos, al “hasta ahí….”, generando –como bien lo señala Luigino Bruni- un estilo de relación apática y sin cuerpo.

El método pedagógico de María

Al dar a luz a Jesús, María admira, se asombra, se deja sorprender, mira con ternura. Pero el Papa también nos recordaba que durante su embarazo María caminó y cantó. Fue a visitar y a servir a su prima y cantó las maravillas que el Señor había hecho en ella y, con ella, en todo su pueblo. Caminar y cantar son las dos caras del “método pedagógico” de María y son dos acciones a desarrollar en este ciclo lectivo nuestra tarea docente.

Al caminar como ella, María nos enseña a ser presurosos, porque nuestros estudiantes nos necesitan, pero no ansiosos, sabedores que los tiempos de cada uno son diferentes y quizás no alcancemos a ver los frutos esperados. Caminar, nos dice el Papa, es aprender a llegar a determinado lugar y a estar de una manera determinada: “En la escuela de María aprendemos a estar en camino para llegar allí donde tenemos que estar, al pie y de pie entre tantas vidas que han perdido o le han robado la esperanza”[4]. En el momento de volver a las escuelas es bueno definir a dónde queremos ir, qué caminos recorrer y con qué propósito. Un camino pedagógico que no es neutral sino que implica una clara toma de posición: estar de pie y al pie con nuestros alumnos.

En ese camino, los educadores descubrimos, aprendemos y asumimos la custodia de los aspectos más valiosos de la existencia: la santidad de la vida, el respeto por lo creado, la solidaridad, la alegría del buen vivir, la capacidad de celebrar. Un camino en el cual nos vamos sensibilizando para escuchar los corazones de cada uno de nuestros semejantes, especialmente de los más alejados o “difíciles”. Al retomar la tarea nos hará bien prepararnos para mirar el corazón de cada uno de nuestros estudiantes, porque en lo profundo de los corazones se encuentran tesoros muchas veces ocultos, que esperan ser descubiertos y revelados.

María también nos enseña a cantar, a darle voz a los que sienten que no pueden hacerlo, a los que se sienten menos, marginados, incomprendidos, inútiles. María nos enseña que nuestro canto no debe buscar la autorrealización o el aplauso, sino hacer que nuestros estudiantes sean protagonistas de su propio desarrollo. El buen cantar de los educadores brinda coraje a los que tienen miedo, enseña a hablar a los tímidos, invita a participar a los retraídos, anima a vivir la fe y la esperanza a todos. Cuando elevamos nuestro canto como María hizo en el Magníficat, buscamos levantar y dignificar a todos, sirviendo a todos y sin miedo a la ternura, “palabra que muchos quieren hoy borrar del diccionario”, según Francisco.

Admirar, mirar con ternura, caminar, cantar y, finalmente, abrazar. Como María, que en este año escolar sepamos abrazar la vida, lo que nos pasa a diario en nuestras escuelas y con nuestros alumnos, también las cruces que aparezcan. Abrazar significa estar presentes o, dicho de manera poco académica, “no borrarnos” frente a las dificultades grupales, los alumnos difíciles, los padres “molestos”, los compañeros poco solidarios, los directivos alejados. Con todos ellos, estar presente y, aunque nos cueste, a cada uno de ellos, abrazarlos.

Abrazar significa consolar, acompañar en las dificultades, asumir los dolores de quienes comparten mi tarea cotidiana, animar frente a las frustraciones, levantar a quienes fracasan o se sienten marginados. Abrazar significa tomar de la mano a cada estudiante para introducirlo, con amor, en los caminos que la vida le ofrece y que él, y solo él, tiene que aprender a recorrer, con la certeza de nuestra compañía atenta y respetuosa.  

“… el cansancio de la esperanza”

Cuando volvemos de las vacaciones, generalmente lo hacemos con buena disposición y energía pero sabemos que a lo largo del año empieza el cansancio, la fatiga, las complicaciones, el stress. El Papa Francisco dedicó una hermosa homilía al tema de las fatigas durante su visita a Panamá, deteniéndose en particular en “una sutil especie de fatiga (…) que podríamos llamar el cansancio de la esperanza”[5], frente al cual hay que estar atentos.  El cansancio de la esperanza, en nuestro caso de la esperanza de educar, surge “cuando la realidad cachetea y pone en duda las fuerzas, los recursos y la viabilidad de la misión en este mundo.”[6] Frente a las dificultades, incomprensiones y fracasos podemos inmovilizarnos y acostumbrarnos a vivir “un gris pragmatismo” que lleva a que la fe se desgaste y se degenere. La conclusión de este proceso es que asumimos que no tenemos nada que decir, nada que ofrecer, nada valioso por aportar a nuestras comunidades, a nuestros alumnos, a nuestro país. Dejamos sutilmente de ser educadores para ser funcionarios, pasamos de ser misioneros a ser administradores de lo rutinario.

Estemos alertas a los signos de este cansancio y, como en el caso de la falta de asombro, también tengamos a mano los antídotos necesarios para alejarlo. Francisco utilizó la expresión “dame de beber”, que Jesús, fatigado por el camino, le dijo a la samaritana. Para la esperanza, dame de beber es “volver sin miedo al pozo fundante del primer amor, cuando Jesús pasó por nuestro camino, nos miró con misericordia y nos eligió.”[7] Dame de beber “significa animarse a dejarse purificar, a rescatar la parte más auténtica de nuestros carismas.”[8] Dame de beber nos permitirá “encontrar, en las periferias y desafíos que hoy se nos presentan, el mismo canto, la misma mirada que suscitó el canto y la mirada de nuestros mayores”[9] Al comenzar el año, tengamos presente el pozo de agua viva, el que nos ofrece el remedio para la desesperanza y la resignación, cuando el calor del mediodía y la fatiga del camino se haga presente.

Que tengamos un año escolar bueno, donde la bondad prime sobre las dificultades y percances. Tomando las palabras del Papa refiriéndose a los latinoamericanos, como educadores podemos decir: en este nuevo ciclo lectivo que ya asoma, querido educador “sin miedo, canta y camina como lo hizo tu Madre”[10]

 

[1] Papa Francisco, Homilía 1º de enero de 2019
[2] Ibidem
[3] Ibidem
[4] Homilía del 12 de diciembre de 2018
[5] Homilía en la catedral de Santa María la Antigua (Panamá), 26 de enero de 2019
[6] Ibidem
[7] Ibidem
[8] Ibidem
[9] Ibidem
[10] Homilía del 12 de diciembre de 2018