Tribuna

Otra masculinidad es posible

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La muerte a patadas de Fernando Báez Sosa el pasado 18 de enero de 2020 nos interroga a todos y a cada una. Duele, indigna, sacude y mueve a reflexión. El hecho puede ser leído desde distintos ángulos porque pone en evidencia el fenómeno de la violencia que es multidimensional.



Por tratarse de un problema frecuente que nos atraviesa, nos deja con pocos reflejos, tentados y tentadas de naturalizar lo aberrante y lo tremendo de una nueva muerte violenta sin aparentes razones. Pero como ya otros y otras lo han señalado, se trata de reflexionar, de replantearnos cosas centrales de nuestra vida; en este caso, quisiera aportar algunas pistas sobre la masculinidad “machista” que se asoma en este atropello a la persona humana.

El machismo, como deformación antropológica y cultural caracterizada por la “dominación masculina”, se reproduce cada día sin mayores estridencias mediante el predominio masculino en el tejido de las relaciones sociales. Alza como trofeo la fuerza bruta, se afianza mediante el maltrato, se visibiliza de manera extrema en la violación, el abuso de poder, el feminicidio y distintas formas de eliminación del otro y la otra. Esta (falta de) visión debe inquietarnos porque el machismo mata, como lamentablemente lo vemos con frecuencia en nuestra sociedad y en muchas otras sociedades de nuestro tiempo. La violencia machista afecta a mujeres y varones por igual, según se ve en peleas callejeras o muertes “en manada” como la mencionada.

Repensar la masculinidad

Aun admitiendo las diversas lecturas posibles del asesinato de Fernando Báez Sosa, la acción de dar muerte a un varón joven (solo o aislado) por parte de un grupo violento de rugbiers varones (juntos) se inscribe en el marco de una cultura de violencia masculina que necesita ser reconocida, revisada y transformada por parte de todos y cada una. Nos enfrentamos con la pregunta acerca de qué mujeres o varones queremos ser, no sin plantearnos cómo deberíamos ser como seres humanos. La cuestión acarrea la exigencia de reflexionar sobre una ética mínima, que permita responder a los desafíos de una vida digna de ser postulada como orientadora y se apoye en el respeto a los derechos humanos de cada uno y cada una en el conjunto social.

Las distintas formas de violencia masculina conocidas muestran que el machismo no puede ser el camino: las distorsiones identitarias que reproduce una cultura desigual, promotora de la fuerza como lenguaje y el dominio como forma de relación deben ser superadas. La tarea pasa por repensar la masculinidad, revisar las “masculinidades tóxicas”, según la formulación utilizada por la teóloga argentina Nancy E. Bedford para indicar que amenazan e intoxican la vida. Analizar su toxicidad significa examinarlas en su contenido perjudicial tanto para varones como para mujeres, para jóvenes y niños, también para adolescentes y niñas. Una masculinidad es tóxica cuando desvirtúa la subjetividad del varón en función de exacerbar su fuerza física, sexual y/o económica, atribuyéndole el poder de golpear, lastimar y matar; también lo es cuando necesita dar prueba constante de virilidad por medio de alguna potencia desmedida u otra forma agresiva de certificación. La masculinidad es machista cuando se constituye sobre el apetito de poder y dominio sobre otros y otras, su vulneración y humillación; no lo es cuando se realiza en relaciones igualitarias, de respeto y cuidado de la vida de los demás.

¿Dónde se aprende todo esto? En casa, en la escuela, en las instituciones religiosas y en la cultura en general, salvo que seamos conscientes de cómo se reproducen cotidianamente los modelos de mujer y de varón y estemos atentos/as para revisar las deformaciones en que incurren nuestras comprensiones acerca de quienes somos. En la vida socio-cultural, llevamos y traemos cada día múltiples visiones acerca de quienes somos y/o se espera que seamos, qué roles desempeñamos; el desafío está en abrir los ojos y reflexionar sobre los estereotipos recibidos y vividos, reconocer la frecuencia de un sesgo masculino en nuestro modo de ver y actuar, para repensarnos ya libres de los prejuicios y las distorsiones de género. Sí, la perspectiva de género (que poco o nada tiene de ideología) puede ayudarnos mucho en este sentido.

Desaprender los caminos fallidos

¿Qué podemos agregar desde el cristianismo? Lo primero que necesitamos admitir es que el acento masculino no está ausente de la bimilenaria tradición cristiana, cuya jerarquía está conformada solo por varones. La crisis eclesial de abusos sexuales, de poder y de conciencia, sobre todo por parte de personas consagradas y pertenecientes al clero, evidencia la transversalidad de las disfunciones de relación que pueden producirse en las instituciones religiosas y las exigencias de accountability que necesitamos asumir como miembros de la Iglesia frente a la sociedad actual.

Pero quiero referirme ahora, ante todo, a un segundo aspecto que nos puede ayudar a desaprender los caminos fallidos de la masculinidad. Me refiero a la vida de Cristo, el Dios que asumió la condición humana como varón: ¿qué nos aporta su existencia terrena para comprender el misterio de la vida humana y del ser humano varón en particular?

La nota fundamental y distintiva de Jesucristo es el amor, la unidad del amor a Dios y el amor al prójimo, que se realiza desde la encarnación hasta la resurrección. Esta existencia fundada y consumada en el amor conoce un momento de máxima dramaticidad en su muerte histórica como muerte violenta. En su crucifixión, Jesús de Nazaret asumió y redimió el pecado humano desde la no-violencia, la humildad y la firmeza interior de quien sabe que pertenece a un Dios que es un padre maternal. Que Cristo sea Dios no le resta impacto real en nuestra vida, porque es a la vez humano de verdad y por eso nuestro prototipo. En Jesús, el que ama hasta dar su propia vida, recibimos la gracia de poder llegar a ser hijos a hijas de Dios, sin necesidad de recurrir a los deficitarios o deformados modelos de mujer y varón que nos arrojan fuera de nuestra dignidad de seres humanos. En la vida de Jesús de Nazaret, la Palabra de Dios que nos habla en persona, queda dicho y manifiesto que otra masculinidad es posible, sin violencias, sin brutalidad ni sed de matar, sin prevalencia de la fuerza, el dominio y el abuso de poder, porque Él siendo de condición divina no se aferró a esa condición, sino que se hizo humilde (cf. Fil 2,6-11).

Jesús nos muestra que se puede ser varón desde la humildad y la obediencia. Él es el buen Pastor, que cuida y da la vida por los suyos (Jn 10,10); no busca su propio provecho y seguridad, sino que garantiza el bien y el alimento de los demás. La tarea que queda por delante es desactivar las masculinidades tóxicas y emprender un proceso de cambio cultural que nos permita alentar otras masculinidades posibles, que sean fuertes para amar y cuidar.