Tribuna

Orgullo

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MARÍA DE LA VÁLGOMAMARÍA DE LA VÁLGOMA | Profesora de Derecho Civil. Universidad Complutense de Madrid

Siempre he sostenido la opinión de que uno no podía enorgullecerse o avergonzarse más que de los propios actos. Así que, cuando alguien me decía eso tan frecuente de “estarás orgullosa de tu hija/hijo”, yo solía responder que el orgullo debía sentirlo la persona que había conseguido esa buena calificación, o el trabajo anhelado, o lo que fuera. Yo estaba contenta, claro, pero el sentimiento de orgullo –suponiendo que alguna vez sea positivo, y no se le confunda con sus “primas”, la arrogancia y la vanidad– no me parecía el adecuado. Sin embargo, es muy posible que mi opinión fuera equivocada, y que sí, que se pueda sentir orgullo por acciones que no son propias, sino de alguien que por su proximidad o –digamos– pertenencia, ya sea a la misma profesión, grupo, credo, familia, partido etc., realiza algo que se juzga bueno, noble o meritorio.

Eso al menos es lo que me pasa ahora con el papa Francisco. Si como cristiana, o más específicamente, como católica (algo que me ha costado más proclamarme) me he avergonzado muchas veces de actitudes de la Iglesia, que como no es un ente abstracto, eran las de alguno o algunos de sus miembros, especialmente de lo que se entiende por “jerarquía”, ahora la actitud, las acciones, las palabras, los gestos y el ejemplo de este Papa bueno te hacen enorgullecerte de pertenecer a la Iglesia.

Ilustración: Tomás de Zárate (VN 2966)Vean un ejemplo de lo que digo. En el diario El País –y, obviamente, en otros medios– del 5 de noviembre. Se nos cuenta que dos libros, de dos periodistas italianos, Nuzzi y Fittipaldi, denuncian las irregularidades financieras recogidas por una comisión creada por Francisco, la COSEA, para reformar las finanzas del Vaticano. En el primero de ellos, el de Nuzzi, titulado Via Crucis, se reproducen unas grabaciones secretas hechas al Papa. Parto de la base de que cualquier grabación de una persona, de su voz o de su imagen, sin el consentimiento expreso de esta, es una violación de la ley, porque va en contra uno de los derechos de la personalidad más importantes, el de la intimidad personal. Desde ese punto de vista, una grabación así obtenida es algo jurídica y moralmente inaceptable.

Dicho esto, ¿qué ha ocurrido cada vez que alguien, sea político, empresario, banquero o cualquier otro agente social, se ha dejado un micrófono abierto o se le ha grabado inadvertidamente una conversación? Que nos hemos enterado de sus miserias, de sus engaños, de sus manejos, de sus odios, de las zancadillas que querían poner o del dinero que habían robado o pretendían robar, de los sobornos, de las extorsiones. Sin excepción, todas las veces que hemos conocido una de estas grabaciones nos ha dado una imagen más negativa de la que teníamos del sujeto en cuestión.

Justo lo contrario sucede en esta grabación de las palabras del Papa, reunido con la Comisión: “Cuando fui prelado [de Buenos Aires] un nuevo ecónomo fue al banco para controlar [las inversiones], ¡y se enteró que más del 60% eran en empresas que construían armas! Hay que vigilar las inversiones, deben tener una orientación clara (…). La caja no está en orden y es necesario ponerla en orden. Me recuerda aquello que decía un párroco anciano de Buenos Aires, sabio, que tenía mucho cuidado con la economía: ‘Si no sabemos cuidar el dinero, que se ve, cómo vamos a cuidar las almas de los fieles, que no se ven’”.

Es reconfortante tener un Papa cuyo discurso público y privado es el mismo, un Papa transparente y sin doblez, que ha apostado por una “Iglesia pobre y para los pobres”, un Papa del que sentirse orgullosa.

En el nº 2.966 de Vida Nueva.