Tribuna

OPINIÓN – Sangre y perdón en la catedral

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JORGE OESTERHELD. Director de Vida Nueva y párroco de la Catedral de Morón

Han pasado unos días de un episodio muy doloroso ocurrido en la Iglesia Catedral de la diócesis de Morón (Buenos Aires). Como párroco quiero compartir con algunas reflexiones.

Todo comenzó el 30 de octubre pasado. Ese día por la tarde, había muchas personas en el templo para escuchar un concierto. De repente, un grupo de gente irrumpió para denunciar a uno de los músicos que años antes había sido condenado por pedófilo. El hombre intentó huir por detrás del altar pero lo golpearon de tal manera que un mes después moría sin nunca haber recuperado plenamente la conciencia. La casa de Nuestra Señora del Buen Viaje había sido manchada con sangre, fruto del odio y la venganza.

Lo ocurrido esa tarde de domingo fue conocido por unas pocas personas; era necesario esperar para ver cómo evolucionaba la salud del agredido. Cuando se produjo su fallecimiento, el jueves 1 de diciembre, la noticia llegó a los medios de comunicación y toda la comunidad se conmovió con lo ocurrido. Como párroco asumí la tarea de responder ante los medios las lógicas inquietudes, preguntas y perplejidades que un hecho como este había provocado, además de contener a las personas que, apenadas y confundidas, se acercaban a requerir detalles. También visité a la familia del agredido en el sitio en donde lo estaban velando y mantuve contactos y reuniones con policías y autoridades.

En todas mis declaraciones ante los medios de comunicación condené lo ocurrido y puse de relieve lo inaceptable y trágico que resultaba el hecho de que unas treinta personas que se presentaron bajo el lema “con los chicos, no”, y como padres de familia, hubieran cometido semejante asesinato incalificable desde todo punto de vista. Los niños de ese colegio, que habían sido víctimas de abusos hace varios años, ahora tenían a sus padres como sospechosos de ser autores de un crimen. Peor daño es difícil de imaginar para esas criaturas.

Pero al tristísimo episodio aún le faltaba una sorpresa: en muchos medios y en las redes sociales abundaron expresiones cargadas de odio que le daban la razón a los agresores y no faltaron quienes dijeron que el sacerdote de la iglesia defendía al pedófilo “por alguna razón”.

No podemos acostumbrarnos a vivir de esta manera y no podemos aceptar como normal lo que es aberrante. Pero tampoco podemos sumarnos al coro de los que tienen un discurso que pretende convencernos de que todos somos corruptos e irrecuperables. La inmensa mayoría de nuestro pueblo es honesto, trabajador, e intenta día a día construir familias en las que reine el amor.

La justicia y las autoridades tendrán que hacer su trabajo, pero no me toca a mí señalarles el camino. Sí quiero pedirle a todos los que procuramos vivir las enseñanzas de Jesús, que este episodio sirva para fortalecer nuestros vínculos comunitarios, nuestro amor a María y nuestra confianza en Nuestro Señor Jesucristo. Él es nuestra esperanza y es en quien nos apoyamos en los momentos de dolor.

Me atrevo a pedir que pidamos perdón y que perdonemos. Pidamos perdón por quienes no pueden hacerlo y tienen el corazón enceguecido de rencor. Y perdonemos a quienes han cometido este hecho.