Tribuna

‘Nuevos odres’ para nuestra misión: reestructurar y redimensionar la vida religiosa

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La disminución de miembros en la Vida Consagrada es, probablemente, el elemento más relevante de nuestro tiempo. A la adecuación a las nuevas situaciones tenemos que dedicar muchos esfuerzos. Ningún provincial escapa a la necesidad de cerrar casas o transferir obras. Nuestras conversaciones, encuentros y capítulos se dedican a este tema.



Y aunque todos insistimos en las oportunidades que puede generar, en que no se trata solo de reducir nuestras presencias sino de identificar nuevos campos de misión, y aunque todos intentemos destacar la importancia de la misión compartida y de cómo nuestro carisma puede dinamizar a numerosos laicos y laicas, no podemos ocultar que nos movemos en un espacio de tristeza, de decepción y de dolor que va configurando el tiempo presente de nuestra Vida Religiosa. La reestructuración, la reorganización o redimensionar se han convertido, no por voluntad propia sino por mera imposición de la realidad, en un condicionante importante para nuestras congregaciones.

No es este el lugar para el análisis de las posibles causas, más bien lo asumimos como un dato de la realidad que incorporamos y al que intentamos responder. Lo que nos proponemos en esta Asamblea es generar un espacio que permite una conversación respetuosa, empática y en clave de búsqueda creyente. Para esta conversación, para esta escucha desde el corazón, proponemos algunas claves.

Debemos buscar palabras muy sinceras. Discursos épicos o apocalípticos nos dividen, nos desarman, y hacen sufrir más. No nos lo podemos permitir. Nuestras palabras tienen que nacer desde la sinceridad, y la sinceridad se cultiva en nuestra realidad. No necesitamos mucha retórica, y menos aún la retórica vacía de quienes transmiten un mensaje que hacen oficial pero que no encarnan. Necesitamos compartir datos, cifras, elementos objetivos, pero también tenemos que exponer nuestra propia vulnerabilidad. La sincerad va más allá de la transparencia. No se trata de dar una información correcta sino de compartir temores e ilusiones. La sinceridad brota del corazón y quiere llegar al corazón del otro.

Necesitamos compartir palabras generadas desde la confianza. No desde la autosuficiencia ni los discursos vacíos. No es un tiempo para heroísmos, tampoco para un voluntarismo artificial, pero sí es un tiempo para confiar, para confiar profundamente. Necesitamos anclarnos en esa convicción profunda de que quien comenzó en nosotros esta obra buena –y la tendríamos que reconocer así– la llevará a término (Filipenses 1,6). La confianza en la que queremos vivir no puede ser un camuflaje para la ingenuidad o la falta de responsabilidad, esta confianza solo puede entenderse desde la radicalidad de nuestro seguimiento.

En un tiempo de cambios rápidos, de decisiones que se toman con amplios márgenes de incertidumbre y que afectan a personas concretas, nuestros hermanos o hermanas, es necesario tener muy presente a los más frágiles, los más desanimados, los más cansados de nuestras comunidades. Tenemos que aprender a caminar más despacio, a no arrollar. A explicar con suavidad. Los procesos de reestructuración implican cambios fuertes, adaptaciones que no son fáciles. Debemos tener siempre muy presente a quien más le pueda costar el cambio. Al esfuerzo de la nueva adaptación hay que añadir el duelo por lo que se deja.

Algunos pensarán que esto es una invitación a la inactividad, porque si adaptamos nuestro ritmo a los más frágiles y cansados terminaremos por no cambiar nada. No es así, al contrario, debemos tomar decisiones. Algunas incluso con urgencia, pero todas debería tomarse con esa especial atención a las personas más frágiles de nuestras comunidades. Porque si, al final hay que decidir, y toca obedecer, sin duda, pero al menos, que no se pierda el cariño. La empatía por supuesto, y el cariño. El aprecio mutuo es fundamental, especialmente en estos momentos.

Vuestra historia

En cualquier caso, estos momentos de disminución, de decrecimiento, son también parte de nuestra historia congregacional. Es inteligente pedir ayuda, buscar algún consejero, contar con algún experto, pero, en cualquier caso, esta es “vuestra historia”, así que no dejéis que el asesor remplace vuestras decisiones. Es vuestra historia, vuestra casa, vuestros apostolados, vuestro carisma, vuestras hermanas y hermanos. Esto no va de “tener razón” sino de “caminar juntos”. En Emaús, los discípulos disfrutan que Jesús les explique las escrituras, pero sobre todo disfrutan de caminar con Jesús, les ardía el corazón. En momentos como estos, la fraternidad y el apoyo mutuo son tan importantes como los planes que podamos hacer.

Las personas como fines, no como medios. Esto lo explicamos bien en nuestros cursos de ética, y lo proponemos a la sociedad como una manera de comprender al ser humano. Pero, cuando llega el momento, el individuo debe someterse al grupo. Parece una ley de hierro. ¿No podemos ser más creativos? Nos parece que dar la misma respuesta para todos y para todas es lo justo, lo razonable. Sin embargo, sabemos que no es cierto, dar lo mismo a todos no es lo más equitativo. Ser capaces de reconocer las diferencias y tratar de manera diferente a cada uno, eso sí es lo más equitativo. Los que llegaron al final del día recibieron el mismo salario que los que llevaban todo el día trabajando, algo escandaloso incluso para nosotros (Mt 20, 1-16).

Discernimiento orante

La importancia del discernimiento orante. Al final se trata de esto. De intuir, de sospechar por dónde nos llama la “voluntad de Dios” ese sorprendente movimiento del espíritu en medio de la historia que nos mueve más lejos, y más profundamente, de lo que nunca habríamos podido imaginar. El misterio de la voluntad de Dios lo recorremos en la experiencia del Padre que se nos revela cercano y accesible, pero también en la experiencia de un Dios libre que no se somete a nuestros deseos.

No podemos llevar a Dios a donde nosotros queremos, pero sí podemos encontrarlo allí donde Él nos está esperando. Sabemos cómo cambia nuestra vida el día que el Señor nos cura junto a la piscina (Jn 5, 1-16), pero ¿y todos los días que hemos pasado esperando nuestra oportunidad para entrar en la piscina? Tanto tiempo esperando ese encuentro, días y días, sostenidos por la esperanza de que un día podremos ser curados.

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