Tribuna

Monseñor Rolando Álvarez, testimonio de amor

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He comenzado a leer el libro ‘Seremos juzgados en  el amor’ del padre Gabriel Amorth. Las primeras líneas de la introducción, Amorth nos pone en contexto por medio de la profunda voz de San Juan de la Cruz: “al atardecer de la vida, seremos juzgados en el amor”. Una frase contundente, fulgurante, cargada de un sentido que se nos escapa de la razón como el agua en las manos.



No solo se trata del amor que hemos dado el que levantará su voz sobre nosotros al final, sino que, además, el propio amor de Dios hará lo suyo. En esto radica, afirma el padre Amorth, la vida cristiana: en el amor. En cierta medida, el Papa Francisco lo reafirma en ‘Misericordiae Vultus’ al afirmar que, la misericordia de Dios, siempre será más grande que cualquier pecado, “y nadie puede poner un límite al amor de Dios que perdona”.

El amor de Dios es una locura que supera todo pensamiento humano. Nos pone siempre en absoluta contradicción. Creo que es allí donde este mundo y sus valores, que no pretendo juzgar, choca inevitablemente con la dinámica de su misericordia. En muchas oportunidades, a mayor gloria de Dios, hemos visto esa dinámica con nuestros propios ojos. En este momento que escribo estas líneas cargadas de admiración, pero también de severa reflexión, estoy pensando en el ejemplo que desde lo más oscuro de Nicaragua nos trae un hombre que nos brinda, en la espesura de un encierro infame, la luz que en él refleja Cristo. Me refiero a Monseñor Rolando Álvarez.

Ejemplo de amor

Todos hemos sido testigos de la inhumana injusticia que Monseñor Rolando Álvarez ha vivido en Nicaragua. También sabemos que no ha sido solo él, sino otros sacerdotes, religiosas, instituciones educativas, periodistas, escritores. Sin embargo, el ensañamiento contra la Iglesia ha sido tan salvaje que, el propio Papa Francisco, ha calificado al régimen sandinista como “dictadura grosera”. Una dictadura que no teme seguir ahondando en la oscuridad de la maldad, que no teme a Dios, que no guarda ningún reparo a la hora del vulnerar cualquier derecho humano. Una dictadura que supone puede actuar con total y absoluta impunidad. Claro, tiene razones para intuírlo, nada ha pasado, por ejemplo, en Venezuela.

Sin embargo, la respuesta de Monseñor Rolando ha estado, en todo momento, abrazada por la armadura de un amor que estamos lejos de entender. Su testimonio camina de la mano con el de Jerzy Popiełuszko, martirizado por el comunismo polaco, pero que, a pesar de ello, afirmó con la seguridad de quien se apoya en Cristo: “Combato el pecado, mas no a sus víctimas”, y es que Daniel Ortega y todos los que lo acompañan son víctimas del pecado. Ellos son los que, verdaderamente, están encarcelados en el odio más ruin. Monseñor Rolando ha ofrecido, hasta en dos oportunidades su libertad, por amor a su pueblo, para acompañar a su pueblo en el mismo suplicio. Este hombre es un ejemplo para este mundo de hoy que se espanta ante cualquier posibilidad de compromiso.

Sentido del sufrimiento

El delirio de omnipotencia en el cual han caído muchos gobiernos latinoamericanos solo refleja el olvido de Dios. Dios no es una palabra, es una experiencia que ilumina mi relación con el otro. Una relación que encuentra su razón en el amor, que es capaz de olvidarse de sí mismo. Un amor como el que ha demostrado Monseñor Rolando Álvarez, mártir por odio a la fe. Un amor que, mientras yo escribo con cierto gozo de libertad, es sometido a una prueba dura y amarga de fidelidad a Dios. Cuando ha decidido quedarse en un pequeño cuarto sin ventilación y a oscuras, nos está hablando de su férrea fidelidad a Dios, a la Iglesia y a su pueblo. Nos recuerda aquello que escribe el Evangelio de San Lucas: “Si alguno quiere venir tras de mí, reniegue de sí mismo, tome su cruz de cada día y sígame” (9,23)

Cuenta en su libro el padre Amorth que ser probados en el cuerpo y en el espíritu confiando totalmente en Dios es una verdadera prueba de fe, en la cual el amor y la fidelidad al Señor no significan ganancia, sino que son gratuitos. Y es que, hoy lo veo claramente, el amor de Dios no tiene otra razón que el amor, así, sin más, pero con todo, un todo que nunca será de este mundo y bajo estas condiciones. El amor de Monseñor Álvarez es el mérito y el premio, y su única ventaja es existir, a mayor gloria de Dios. Paz y Bien.


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela