Tribuna

Mi verano misionero en… Perú

Compartir

Me llamo Clara, tengo 25 años y estoy realizando mi voluntariado misionero en Perú durante un periodo de tres meses de los cuales ya llevo uno en esta preciosa tierra. Concretamente estoy trabajando en Chachapoyas, que es la capital del distrito Amazonas y se sitúa al norte del país.

En medio de las invasiones

Aquí estoy apoyando en un puesto médico de uno de los varios asentamientos humanos o invasiones, como algunos los llaman, de la ciudad. El nombre viene porque se originan cuando la gente de las aldeas o pueblitos más pequeños, aquellos que viven de cultivar su “chacra” (campo) o del ganado se mudan a ciudades más grandes como ésta en busca de más oportunidades para ellos y para sus hijos, pero muchas veces tiene el efecto parecido al que se encuentran los inmigrantes y refugiados que llegan en masa a Europa, que las condiciones muchas veces apenas son dignas y la imagen que tenían dista mucho de la realidad.

Las casas que se construyen son muy humildes, en terrenos que no han comprado, por supuesto, y con un poco de tiempo y suerte si logran que el ayuntamiento les facilite agua, luz eléctrica, y un puesto médico que les atienda se dan con un canto en los dientes, muchos vivirían mejor si se quedasen en su chacra, pero claro cuando tienes hijos las cosas siempre cambian, y para ellos quieren más.

Además estoy teniendo la oportunidad de ver cantidad de lugares de esta zona y de que me los estén mostrando gente de aquí que los conoce y los ama, no son los sitios más turísticos y eso lo hace todo más especial. Cuando empiece mi último mes de voluntariado me mudaré a Cajamarca donde hay un hogar para niños discapacitados llevado por una congregación de religiosas que me han permitido colaborar allí con ellas y creo que va a ser una experiencia muy especial también.

Tierra de hospitalidad y generosidad

He aprendido mucho en este mes que llevo aquí, por ejemplo que la hospitalidad de los peruanos es ejemplar, y su generosidad es grande, sobre todo en los más humildes. Que tienen un país precioso con unos paisajes increíbles y toda variedad de climas. Que su gastronomía es buenísima también. Que se toman las cosas con una calma que exaspera a los que solo sabemos vivir con prisas, y que las cosas no salen peor por eso. Que están comprometidos con su sociedad y no esperan que los cambios vengan siempre de más arriba, especialmente porque más arriba solo hay corrupción. Y que ser voluntaria en estas tierras es una riqueza por mucho que parezca que no estoy cambiando ni influyendo en nada, aunque solo sea por lo mucho que este lugar está influyendo en mí.

Estoy muy agradecida a Dios por traerme aquí, por mostrarme la riqueza de las cosas pequeñas, y porque me rodea de gente buena y nos da la fuerza para trabajar en el Reino, que siga inspirándonos, rezad por ello.