Tribuna

Mi experiencia del Sínodo de la Amazonía

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“Vayan hacia aguas más profundas y echen sus redes para pescar…”. Es el estribillo que resuena todos los días a las afueras del aula sinodal… ahí están ellos: indígenas, religiosos y laicos, persistentemente presentes, entonando esa melodía, que, en sus labios, suena categóricamente como envío en misión. Durante estos días de Sínodo me he sentido enviada.



Enviada, desde mi identidad de creyente, a seguir apostando por un nuevo modo de ser Iglesia, que supone nuevas maneras de relacionarnos, de ejercitarnos en la experiencia de la sinodalidad, de encontrarnos, más allá de todo protocolo y jerarquía, reconociendo nuestra dignidad de hijos de Dios y de hermanos entre nosotros.  

El encuentro cotidiano en el aula, por los pasillos, por las calles, en la Iglesia de la Transpontina donde se da cita ‘la casa común’… me hace sentir que un nuevo modo de ser y de construir la Iglesia, supone acogida a la diversidad, capacidad de escucha y apertura para intercambiar culturas, sensibilidades, lenguajes, visiones, y nos pide una mirada contemplativa que nos permita descubrir ‘las semillas del verbo’ que hay en cada ser humano, en cada cultura, en todo lo creado.

La comunión es el mayor testimonio

Estos días me he confirmado en la convicción de que la comunión es el mayor testimonio que podemos dar al mundo. Una comunión que reconoce la diferencia, la identidad, lo especifico de cada vocación.  He experimentado que la comunión no es una sumatoria de homogenizaciones, es la experiencia de que, en torno a Jesús, podemos congregarnos todos, para, configurados con él y con su proyecto, ‘el Reino’, colmar de sentido la propia existencia para entregarla al servicio de los más de los pobres y excluidos.

Enviada, desde mi condición de mujer y de discípula, para unirme al eco de la voz de otras mujeres, todas, deseando incidir significativamente en las instancias eclesiales en las que se escucha, se discierne y se decide. Las mujeres que hemos participado en este Sínodo, nos hemos sentido portadoras de clamores comunes.  Nos reconocemos en las mismas sensibilidades y narrativas. Sentimos que la misión de la mujer en la vida de la Iglesia, es de suma importancia, no solo en la Amazonía, sino a nivel universal.  

Plantar la tienda en la Amazonía

La experiencia sinodal me motiva a empeñarme en animar a la vida religiosa del continente a plantar su tienda en la Amazonía. Hoy, más que antes, sueño con una vida religiosa intercultural, itinerante e intercongregacional, que recuerde en todo tiempo su vocación misionera.  Me he renovado en el deseo de, juntamente con los laicos, trasegar por esos nuevos caminos que den a la Iglesia mayor vitalidad y a nuestro pueblo razones para resistir y revestirse de esperanza.

Enviada desde la experiencia profunda de que todo está interconectado, he podido escuchar y hacer mío el clamor de los pueblos amazónicos, el clamor de la Tierra.  Todo lo compartido me conmueve y me moviliza. No tengo la menor duda de que la crisis ecológica que vivimos es fruto de una crisis antropológica. 

Durante estos días en mi oración personal y en los espacios de oración comunitaria, me he sentido llamada a la conversión, a un estilo de vida responsable y cuidadoso de los bienes de la naturaleza.  

También siento la llamada a que la CLAR no desfallezca en su misión profética y pueda denunciar todo aquello que atenta contra la vida en la Amazonía:  la violación de los derechos humanos de las comunidades indígenas, la destrucción del territorio a causa del extractivismo, todo lo que produce migración y vulnera los derechos de las mujeres…  Y aspiro a que esto podamos hacerlo en red, unidos a otras personas e instituciones.

El post sínodo me parece fundamental y pensando en ello me resuena: “Vayan hacia aguas más profundas y echen sus redes para pescar…” .