Tribuna

Las dificultades de Magdalena

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“Me escucharán”. Así concluye la más reciente de las películas sobre María de Magdala (2018), la de Garth Davis, en la que una espléndida Rooney Mara interpreta a una Magdalena que por fin ha vuelto de alguna manera a la veracidad de los testimonios evangélicos.



Ya no prostituta, ya no penitente, sino discípula y apóstol: “Me escucharán”. Los Evangelios sinópticos dejan patente que fue María de Magdala la primera de entre todos los discípulos que fue transmisora del anuncio de la resurrección de Jesús. Por su parte, Juan reservó a María un papel privilegiado de primera testigo y primera apóstol, dado que el Resucitado le confía a ella el mandato apostólico de donde partirá la misión cristiana.

Aunque queda un problema abierto porque esa mujer, que probablemente procedía de uno de los muchos pueblos que bordeaban el lago Tiberíades, está reconocida como “la apóstol de los apóstoles”, pero nunca ha sido proclamada como “apóstol de Cristo”, que es todavía más cierto. Es uno de los tantos ejemplos de las dificultades que siempre han acompañado la construcción de la historia de las mujeres. Sin embargo, el cuarto Evangelio no admite dudas: para María sucede lo que para Pablo sucede porque es el mismo Resucitado quien otorga a su discípula con el mandato de apóstol de la resurrección.

Lo que sucedió con los discípulos de Jesús tras su muerte y resurrección es algo que solo puede reconstruirse de forma aproximada porque los Evangelios son parcos en información. Y los Hechos de los Apóstoles reconocen solo a Pablo como el gran protagonista de la misión cristiana gracias a la cual el Evangelio llega al corazón del Imperio. Casi nada nos dicen de todos los demás, ni siquiera del grupo de los Doce. Este vacío de información se fue llenando enseguida de leyendas.

Estas tampoco carecieron por completo de fundamento histórico porque surgieron en torno a núcleos de memoria viva, muchas veces ligados a personas y lugares, y se desarrollaron en tradiciones que garantizaron la transmisión de la identidad de las comunidades desde que se originaron. Los estudiosos las llaman “historia de los efectos”, son las huellas indelebles que la transmisión de la memoria deja en los procesos culturales y está claro que dicen más de los que las cuentan que lo que cuentan.

Si hoy existen agencias de viajes que organizan recorridos en Provenza para hacer en diez etapas el camino de María Magdalena, es porque las tradiciones en torno a ella están muy arraigadas en la vida de esa región del sur de Francia. Un ejemplo es el texto de Jacopo da Varagine (1228-1298), que se leía el día de su fiesta; otro es el fresco de Giotto en el basílica de Asís. Ambos cuentan que Magdalena, junto con Marta y otros discípulos que escaparon de la persecución de Herodes, llegaron milagrosamente a la región de Marsella donde María inició una intensa actividad evangelizadora que duró treinta años.

Tampoco puede sorprender que desde la Edad Media haya una peregrinación ininterrumpida a la cueva situada en el macizo montañoso de Sainte Baume, en el sur de Francia. Es un lugar en el que se cree que se encuentran las reliquias de la discípula de Jesús. Toda una región europea debe su adhesión a la fe cristiana a este pequeño grupo de discípulos, entre los que destaca María Magdalena.

Una santa calumniada

Sin embargo, a medida que nos alejamos de los textos evangélicos, el perfil de la discípula galilea adquiere también otros rasgos, cada vez más ajenos a su historia. Ha sido identificada con María de Betania, con la madre de Jesús o hasta considerada una prostituta sensual, tal y como la retrata la iconografía tradicional del occidente latino. Ni siquiera una figura tan destacada como el cardenal Ravasi, –que la definió como “una santa calumniada”–, ha logrado erradicar del imaginario de muchos católicos esta imagen que se ha revestido de más misterio al atribuirle la identidad de esposa o concubina de Jesús y progenitora de los merovingios.

Prueba de la imagen distorsionada de Magdalena que tanto fascina son los doscientos millones de ejemplares vendidos del thriller de Dan Brown ‘El Código Da Vinci’. Unas cifras que dicen mucho sobre lo que debe representar la mujer para ser reconocida como protagonista de la historia.

El Papa Francisco la llamó “la apóstol de la nueva y más grande esperanza” y elevó su fiesta litúrgica, que la iglesia celebra el 22 de julio, al mismo rango que las fiestas celebradas por los apóstoles. Sin embargo, ¿cuánto tiempo se tardará para que en el imaginario colectivo María de Magdala recupere su historia de mujer seguidora de Jesús que fue a anunciar a los discípulos: “He visto al Señor y ha dicho esto” (Juan 20:18)?


*Artículo original publicado en el número de febrero de 2023 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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