Tribuna

La revolución femenina no ha terminado

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El conflicto israelí-palestino es aún más evidente cuando se lee en un nivel religioso. Se trata de un conflicto que se está fortaleciendo entre islam radical y el fanatismo religioso que crece en los círculos de la sociedad judía. En esta compleja constelación terminamos olvidando a los palestinos de la fe cristiana, tanto dentro de Israel como en la Cisjordania ocupada por Israel.

Los cristianos palestinos pertenecen a un linaje presente en Tierra Santa desde la antigüedad. Incluso después de que el cristianismo se separara de la nación judía y el Evangelio de Pablo extendiera sus alas de la Tierra de Israel para dirigirse a toda la humanidad, los judíos que se convirtieron al cristianismo se mantuvieron fieles a la Tierra de Israel como su tierra natal histórica. Han recibido un estatus especial que los ve, no solo como custodios de los lugares sagrados, Belén, Jerusalén, Nazaret, y que confirma que el cristianismo no niega el judaísmo sino que lo amplía y lo enriquece con contenidos humanos, importantes e innovadores que no están sujetos a los preceptos establecidos por la Torá y la Halajá (conjunto de normas religiosas judías).

Es cierto que cuando estos judíos se convirtieron al cristianismo dejaron de ser parte del pueblo judío, pero los palestinos cristianos son de gran importancia para la memoria histórica de los israelíes con respecto a la Tierra de Israel. Muy pocos son los lugares arqueológicos judíos que sobrevivieron en Israel hasta la era contemporánea. Por el contrario, son los monasterios e iglesias, construidos durante los muchos siglos en los que la presencia judía en la Tierra de Israel fue muy pequeña, casi ausente, junto con la presencia cristiana del período de las cruzadas, dan hoy a los israelíes intentos de forjar su identidad a través del idioma hebreo y el territorio en sí, una riqueza y una fuerza adicional. Los símbolos cristianos en la Tierra de Israel se convierten en parte de una identidad nacional que se está renovando y no debe sorprender que las obras de arte y literatura israelíes de los últimos cien años resalten la figura de Jesús y de otros discípulos. De hecho, en la Tierra de Israel, el Jesús cristiano no es un enemigo de los judíos, como en la diáspora, sino una parte de la herencia que se está renovando en el idioma y el territorio.

“Jerusalén es de todos”

En Jerusalén, sobre todo en la ciudad vieja, judíos, musulmanes y cristianos viven en estrecho contacto. Y en este kilómetro cuadrado, más que en cualquier otro lugar en el mundo, la mayor parte de los lugares sagrados de vital importancia para las tres religiones monoteístas se encuentran juntos. Mientras la Cúpula de la Roca, la Mezquita de Al-Aqsa o el Santo Sepulcro son lugares bellos e imponentes, el Muro de las Lamentaciones es un lugar carente de profundidad y belleza religiosa, cuyo significado está en la memoria de la destrucción del santuario que no será nunca reconstruido.

Israel tiene el control de Jerusalén y los fanáticos judíos y musulmanes están en constante conflicto. Los cristianos –y no importa si católicos, maronitas, ortodoxos o protestantes– deben unirse para invitar a las otras dos religiones a otro tipo de cooperación, no sobre una base étnica, sino religiosa y espiritual, para tratar de liberar este lugar agotador, en el que están presentes contradicciones y conflictos que aún pueden conducir a una violencia grave, hasta traducirse en una tragedia capaz de involucrar a toda la región.

Solo los cristianos, especialmente los católicos bajo la guía del Vaticano, como socios no involucrados en el corazón del conflicto étnico-religioso con respecto al Monte del Templo y el Santuario destruido, pueden reclamar una voz más autorizada con el apoyo de los países católicos fuertes de Europa, Sudamérica y Asia. Theodor Herzel, padre del sionismo y fundador del contrato del estado judío, declaró a finales del siglo XIX que Jerusalén no pertenece a nadie porque es de todos.

Custodios de las tres grandes religiones

Los evangélicos de los Estados Unidos, no son de ayuda, incluso a veces arrojan más combustible al fuego, debido a una concepción distorsionada según la cual los judíos deberían luchar contra el Islam por referir al mesías cristiano, quien no solo salvaría al mundo de los sufrimientos, sino también convertiría a los judíos en cristianos creyentes. Así, en el estado político actual, los cristianos evangélicos, que influyen en los círculos del gobierno republicano, se convierten en partidarios del integralismo y la supremacía judía sobre Jerusalén.

Una joven estudiante participa en una concentración en Barcelona con motivo del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora

Durante años los gobiernos vaticanos han rechazado reconocer el Estado de Israel y establecer relaciones con él. Ahora que las relaciones son sólidas y productivas, el Vaticano tiene pleno derecho de pretender que Israel, que tiene la supremacía sobre Jerusalén, contenga a los fundamentalistas étnico-religiosos y alcance una convivencia respetuosa de las tres creencias. Aún cuando la ciudad vieja de Jerusalén, en la que se encuentran todos los lugares sagrados, tiene innato en sí una fuente potencialmente destructiva de conflictos sangrientos y debe recibir un estatus diferente, incluso después de que Trump la haya reconocido, incluida su parte palestina, como la capital de Israel, y desde el momento que está claro para todos que Jerusalén ya no será dividida más y que no será posible cruzar una frontera internacional dentro de ella.

Los cristianos del mundo, y en especial de Europa, deben salir de la pasividad con la que se han relacionado con esta cuestión y convertirse en custodios de la santidad y del justo equilibrio entre las tres grandes religiones. Esperaría que el Papa no fuera cauteloso, sino que se atreviera y tomara la iniciativa, no solo mediante declaraciones, sino también haciendo peticiones concretas y firmes hacia los gobiernos israelíes.

Volver a la “normalidad nacional”

El pueblo de Israel (yo prefiero esta denominación originaria a la del pueblo judío) es de orígenes antiguos que no ha vivido en la propia tierra a lo largo de los milenios, y su identidad existe gracias a mitos religiosos y nacionales. El regreso tardío a la renovación y construcción de la identidad nacional a través del regreso a la Tierra de Israel, lo más natural para otros pueblos, es revolucionario y complejo para el pueblo judío.

En Israel hoy operan en paralelo dos fuerzas que a veces se mezclan entre sí y otras chocan: por un lado, una modernidad, que es  fuente de gran inspiración para todo lo relacionado con el ejército, la industria, medicina, gobierno, etc., y por otro lado, el apego a los antiguos mitos bíblicos, de los cuales se deriva la continuación de la ocupación de los palestinos en Cisjordania, que crea serios problemas éticos y existenciales tanto dentro de Israel como más allá de sus fronteras.

Si nos separamos de los mitos que hay en los libros sagrados para concentrarnos en un análisis nuevo y creativo de la realidad que nos rodea, podríamos transformar la revolución sionista, que significa volver a la “normalidad nacional”, en una correcta y más justa normalidad para el mundo que está cambiando ante nuestros ojos.

“La palabra clave es igualdad”

La “revolución feminista” es la más importante de la segunda mitad del siglo XX: no ha terminado y todavía tiene muchos obstáculos por delante, pero se ha dado la señal de apertura y la conciencia de la discriminación de la mujer a lo largo de los milenios vaya impregnando la conciencia pública. La desaceleración del desarrollo en gran parte del mundo musulmán, particularmente el mundo árabe, se deriva del estado de inferioridad de una mujer que todavía está sometida al hombre. Tampoco hay duda de que el increíble progreso de China se deriva de la liberación de la mujer y la mejora de su condición social.

He vivido con gran satisfacción y plenitud mi matrimonio que duró cincuenta y seis años. Creo que la clave de tanta alegría y armonía ha sido que desde el principio me quedó claro que tenía que establecer la plena igualdad en relación con nuestros derechos y deberes mutuos. Precisamente porque en la casa de mis padres había sido testigo de que mi madre –a pesar de tener un gran potencial intelectual y práctico– se había visto obligada a renunciar a sus propios logros para hacer solo de ama de casa, alenté a mi esposa para construir una carrera propia, y asumí total y voluntariamente el deber de apoyar el progreso de esta carrera en colaboración con ella, ocupándome del cuidado del hogar y los niños, a veces incluso a expensas de mi trabajo.

La palabra clave es igualdad. Por motivos obvios es muy fácil quebrarla e igualmente difícil ser fiel. Cuando describo la vida conyugal en mis historias y novelas, trato de mostrar el potencial positivo, a pesar de las dificultades y las peleas. A diferencia de la relación con los propios hijos o padres, donde la unión se apoya sobre una relación biológica innegable, la relación conyugal, aunque duradera y feliz, se puede destruir en un solo golpe. No acojo la posición de la Iglesia católica que niega firmemente el divorcio, pero estoy de acuerdo en el oponerse a una ruptura fácil e inmediata de tal unión. Mi esposa Rivka, que era psicóloga clínica y psicoanalista, siempre luchó junto a sus pacientes para salvar sus matrimonios en los momentos de crisis. Es fácil destruir y difícil construir. En muchos casos, después de la separación, reproducen el mismo modelo de relación problemática.

La libertad de la mujer en el mundo religioso

Sobre el feminismo se han publicado numerosos estudios y continúa siendo un tema candente. Se oscila entre dos visiones. Una que ve la mujer completamente igual al hombre, y por eso no se espera de su conducta política, social, de dirección o académica, nada que distinga de forma única su labor y sus habilidades de las masculinas. Y otra visión en la que la mujer, como guía política, económica, o jurídica, logra sacar de su feminidad capacidades diferentes a las de los hombres, vertiendo y canalizando la naturaleza femenina tradicional dentro de nuevos roles que asume. La revolución no ha terminado, no solo porque en muchas culturas la mujer todavía está sometida, sino porque en países donde la igualdad formal esperada parece alcanzada, es necesario investigar y profundizar sus aspectos, para que no se perciba como formal, en detrimento de la naturaleza, necesidades y características particulares de cada sexo.

En la sociedad religiosa israelí todavía existe una clara discriminación contra las mujeres, que recibe su justificación de los rabinos oscurantistas y fundamentalistas. La revolución feminista no debe preocuparse solo de las mujeres presentes en los sectores económicos o académicos, sino también de la incesante y audaz lucha por su libertad e igualdad en el mundo religioso judío. Desafortunadamente, debido al conflicto perenne entre la derecha y la izquierda, la esfera religiosa termina tomando un valor político que neutraliza los intereses nacionales generales.

Últimamente me parece que la literatura, el cine y el teatro han perdido parte de su importancia en el discurso público; una importancia considerada significativa en particular en el siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX. La producción de literatura, novelas e historias, junto con el creciente florecimiento de las películas y series de televisión, se ha vuelto “más fácil” que en el pasado. La tecnología moderna ha hecho más barato crear libros y películas. Los canales de comunicación se han multiplicado, el tiempo libre de las personas ha aumentado y, por tanto, pueden “consumir más cultura”. Sin embargo, tal vez veo la realidad desde el punto de vista de un anciano que no entiende completamente lo nuevo, me parece que toda esta abundancia de creatividad y arte, a pesar de las sofisticadas relaciones públicas, no da lugar a la misma carga emocional, ética y  política que emana de las excelentes obras del siglo XIX o principios del siglo XX.

Debate ético en la cultura

La literatura, y en cierto sentido también el cine y el teatro, han renunciado a la necesidad de plantear dilemas éticos del bien y del mal en el centro de la escena, como se hacía en las obras de Tolstoj o Dostoievskij, o en las obras de Faulkner, Thomas Mann, Pirandello y otros. La psicología ha reprimido el juicio ético, basado en el principio paciente de “entender significa excusar”. El sistema legal en el mundo moderno y democrático se ha convertido en la autoridad ética que establece que todo lo que es legal se convierte automáticamente en ético.

La comunicación, en su velocidad, aunque realiza un trabajo de verificación y, a veces, establece tribunales judiciales sobre lo que es bueno o malo, no puede reemplazar la capacidad del arte para dar vida a un laboratorio ético experiencial en el que el lector o espectador, a través de su capacidad de interiorización e identificación profundas, analizan situaciones éticas errantes, antiguas e incluso completamente nuevas, con el fin de refinar la percepción y la comprensión. La literatura ha renunciado recientemente tanto a la centralidad del debate ético en sus obras como a la toma de posiciones éticas definidas, debido a la sospecha de ignorar, incluso parcialmente, las teorías posmodernas que niegan la autoridad de los hombres para establecer reglas éticas “superiores”, o frente al concepto de corrección política que pone de manifiesto toda una serie de nuevas sensibilidades que no se pueden examinar dentro de categorías éticas definidas.

En conclusión, yo creo que la literatura, el teatro y el cine, deban volver a expresar, al menos en parte, la necesidad de plantear problemas éticos nuevos y audaces, poniéndoles en primera línea. Cuando enseñaba literatura en la universidad seleccioné y examiné diferentes obras solo desde el punto de vista ético. Esto significa que no me he ocupado de aspectos psicológicos, históricos, lingüísticos o biográficos, sino que me he referido solo al aspecto ético presente en él. Y aquí está la revelación frente a mis estudiantes de aspectos nuevos y revolucionarios que nunca esperaron.

Por lo tanto, les propongo a los lectores de este texto que examinen por sí mismos la historia de Caín y Abel. La narración del primer asesinato en la Biblia termina de una manera en que no solo el asesino no es castigado, sino que su situación personal va mejorando. ¿Cuál es el significado de esto? ¿Por qué solo un examen ético y profundo puede revelar el grave problema teológico que se esconde detrás de esta historia?

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