Tribuna

La muerte de Pablo VI

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Aquel domingo nada hacía sospechar todo cuanto ocurriría por la tarde en Castel Gandolfo. Simplemente un comunicado había advertido de que Pablo VI, por la intensidad de la artrosis de que sufría desde años antes, no había podido salir al encuentro de los fieles para el ángelus. En realidad el Papa no había podido ni siquiera escribir las palabras introductorias de la oración mariana, como había hecho personalmente durante quince años cada martes para la audiencia general del día después y en la vigilia del encuentro dominical.

Al principio del pontificado, se había pedido mantener la costumbre iniciada por Pacelli. “El ángelus en la ventana. No tengo ganas de asomarme a la del tercer piso, donde aparecían los papas Pío y Juan; quizá habría dejado pasar este singular diálogo con la Plaza de san Pedro; pero aquella siempre está llena de gente, de fieles que atienden: inmenso y conmovedor espectáculo” anotó Montini. Para aquel día, fiesta de la Transfiguración, el Pontífice había dado asimismo indicaciones para preparar un breve discurso, que fue difundido.

Es el curso natural

Pablo VI sentía aproximarse el fin de su vida terrena, y había meditado largamente sobre la muerte desde su juventud. Pero la consciencia de su inexorabilidad “no ayuda si esta persuasión no está presente y se siente en el espíritu”, había escrito después de una larga enfermedad, porque “es una advertencia de vigilancia y de espera que dispone el ánimo a toda la bondad y la piedad de que es capaz”. Los consejos cara a su muerte que advertía no muy lejana se habían pues multiplicado sobre todo en el último año, cuando “el curso natural de nuestra vida mira a a la puesta de sol” había dicho 40 días antes, en la fiesta de los santos Pedro y Pablo, dibujando en el decimoquinto aniversario un balance del Pontificado.

Agotado por la fiebre, el Pontífice había ido de todos modos a trabajar toda la semana. El martes celebró misa en Frattocchie en la que sería su última salida de Castel Gandolfo, el miércoles tuvo la audiencia general, el jueves recibió al presidente italiano Sandro Pertini, recientemente elegido para el Quirinal, y trabajó hasta tarde, como solía hacer, hasta el viernes por la noche. Pero el domingo por la mañana no pudo decir misa y el secretario le dijo que celebraría por él por la tarde.

“Expresó su gratitud y su despedida”

Durante la Misa “tuvo la sensación de que la comunión era su viático” escribió Pasquale Macchi en su impresionante narración de las últimas horas de Pablo VI. “Rápido, rápido” respondía el Papa a la propuesta de recibir la unción de los enfermos. “Al término hizo un gesto con la mano, sin hablar, expresando así su saludo, su gratitud, su despedida“. Tres horas después Montini se apagaba.

En el calor sofocante de aquel verano concluía así, repentinamente, un pontificado decisivo para el catolicismo contemporáneo. Gracias al testimonio personal de un hombre que, obispo de Milán, predicando el primer día del año había dicho: “Convirtámonos en verdaderos cristianos e imbuyamos el tiempo que pasa de un valor eterno; encontraremos todo esto en el día final, al atardecer de nuestras vidas”.