Tribuna

¿La mayoría?… Silenciosa

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Quizás usted se pregunte, como yo, las razones por las cuales los argentinos, afectos a encontrar motivos para manifestarse en las calles por razones múltiples, algunas más valiosas que otras, no lo han hecho aún ante el “sincericidio” empresario, que formaliza lo sospechado por todos: una brutal depredación de los recursos públicos para beneficios privados. Trataré de explicarlo.

La honestidad no es un valor apreciado entre nosotros. Por eso no salimos. Y  no se trata de salir a aplaudir a nadie. Se trata de exigir que no se vuelva a jugar con los ciudadanos, de mostrar masivamente que estamos hartos de tanta hipocresía, que no es suficiente con medios de comunicación que compiten por descubrir suciedades nuevas cada día. Sabemos que existen. Pero ¿podrán dejar de ser alguna vez meras denuncias?

Quisiéramos, creo, castigos ejemplares para que no vuelvan a suceder nunca más. ¿Le suenan esas palabras? ¿Habrá un día para el “nunca más” al robo sistematizado que fabrica pobreza ilimitada porque los recursos que se desvían   encarecen innecesariamente la inversión pública, con suerte realizada?

Hace exactamente un año atrás, una universidad privada publicó resultados de un estudio de opinión pública. No se trataba de una empresa de consultoría, sino de un instituto de enseñanza superior. El perfil resultante explica por sí sólo la situación. El 48% de los argentinos considera inevitable la corrupción. Para el 56% la deshonestidad es general y abarca a los gobiernos, las empresas y la sociedad. Las instituciones están carcomidas por la corrupción y la percepción de desconfianza es de un 70% para la Justicia, 65% para la Policía, 60% para el Parlamento y 53% para las empresas.

Si la corrupción es endémica y la honestidad un valor depreciado ¿por qué salir a clamar indignación? Si de todos modos, la nave va.

Así lo vio el genio de Federico Fellini en “Y la nave va…”, a comienzos de los años ochenta. Por debajo de la maravillosa vida de abordo, en una travesía mediterránea a principios del siglo veinte, se esconde una realidad que abruptamente asoma un día en cubierta. Entonces el viaje da un giro. Son los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial. El capitán rescata a familias de serbios, arrojados con desesperación al mar para huir del conflicto. El pasaje observa con curiosidad. El film culmina con el hundimiento de la nave, la sociedad misma, mientras los pasajeros huyen en botes salvavidas al son del coro de “la fuerza del destino”. .

Observemos la realidad con criterio y responsabilidad. Porque la mera curiosidad puede hacer que, cuando la sociedad se hunda, los botes no alcancen.

Quizás sea bueno se hundiese y que los botes alcancen sólo para quienes nunca tuvieron compromiso con “los muchos”, esa parte de la sociedad de los que cada mañana, de cada día, de cada año, nos tomamos el país en serio.