Tribuna

La libertad secuestrada

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Francesc Torralba, filósofoFRANCESC TORRALBA | Filósofo

En la sociedad gaseosa, el valor fundamental de la Revolución Francesa, la liberté, se cotiza a la baja. La libertad, entendida como liberación de la opresión, de la tiranía del Antiguo Régimen, comprendida como superación de cualquier forma de alienación (política, económica, religiosa, social), se ha transformado en un sentimiento efímero e inestable de bienestar que el ciudadano experimenta cuando puede elegir entre dos o más objetos de consumo, entre dos películas, entre dos menús, entre dos canales de televisión.

La libertad gaseosa no da miedo ni genera vértigo, porque se trata de una libertad reducida a libre albedrío. El ciudadano de la sociedad gaseosa no aspira a la libertad en mayúscula, a aniquilar los falsos ídolos; aspira a una libertad sin renuncia, sin compromiso, sin ascetismo. ilustración de Tomás de Zárate para el artículo de Francesc Torralba 2998 julio 2016

Esta reducción drástica de la noción de libertad se vive sin complejos, sin nostalgia, sin dramatismo. No se concibe la libertad como un proceso que involucra a toda la persona, como una ascensión que eleva al ser humano a la más alta dignidad de su ser. Es una libertad indolora, autocomplaciente. Precisamente porque la mentalidad gaseosa es profundamente amnésica, no hay consciencia de las luchas sangrientas por la libertad que se libraron en el pasado.

En la sociedad volátil, la libertad consiste en liberarse del estrés mediante el deporte, el baile de salón o mediante técnicas de relajación de tradición oriental. La libertad se consume a ratos, en pequeñas raciones diarias, semanales o anuales. Este uso consumista de las grandes sabidurías del Extremo Oriente nada tiene que ver con la práctica de la liberación que se postula en estas grandes tradiciones, que exige la ejercitación de virtudes como la compasión, la abstinencia, la donación y la gratuidad.

La mayoría de los ciudadanos reconocen que están subyugados, alienados y enjaulados, pero se sienten impotentes para transformar la situación. Parten de la hipótesis de que nada puede cambiar el sistema económico, ni la superproducción, ni el hiperconsumismo, que no hay forma de salir de la jaula, con lo cual a lo único a lo que se puede aspirar es a tener una sauna dentro de la jaula, un pequeño placebo para vivir más cómodamente.

El fin de semana representa el ritual de la liberación semanal. Los que pueden huyen de la ciudad para desconectar, para liberarse del ritmo enfermizo de la jornada habitual. A esta descompresión se le llama liberación, pero no libera al ciudadano del sistema que le oprime. Todo lo contrario, le permite tomar aire para regresar de nuevo al tajo y ser más rentable a sus superiores.

Como consecuencia de ello, la libertad, entendida como concepto noble, se fragmenta en diminutas partículas. Se consumen momentos de liberación en una piscina termal o en un restaurante tailandés, pero la libertad en mayúscula, la liberación de todo cuando enajena, ata, esclaviza y subyuga al ser humano, causa estupor al ciudadano gaseoso.

Y a pesar de ello, es bueno recordar, con san Agustín de Hipona, que el ser humano es capax libertatis, que no está determinado por un conjunto de variables ni es la resultante de la fatalidad. El destino es, precisamente, el gran argumento para instalarse de manera complaciente en el nihilismo derrotista.

En el nº 2.998 de Vida Nueva