Tribuna

La JEC: el cuidado como militancia

Compartir

A pocos metros de San Felipe Neri, el oratorio que el arzobispo aragonés José Antonio de San Alberto (1727-1804) mandó construir a finales del siglo xviii en la ciudad de La Plata (hoy, Sucre), se encuentra un local con un cartel que reza ‘Centro de pastoral juvenil y vocacional’.



Se trata de la que fue durante muchos años la base de operaciones de la Juventud Estudiante Católica (JEC) en la capital de Bolivia. En esos salones forjó la impronta de su personalidad Aida, que llegó a la organización en 1963. En la JEC, según cuenta, educaban en relaciones humanas, valores, liderazgo…Lo que se rezaba, se dialogaba, se compartía y se discutía contribuyó, en sus propias palabras, a un “empoderamiento de la mujer” en la sociedad de aquel momento.

Una mecha prendida

Hoy Aida, con 73 años, reconoce que en aquellas reuniones (y, también, en las marchas, pues confiesa que eran inquietas y con mucha predisposición a las caminatas y movilizaciones) se empapó de una mirada de la realidad que influyó de manera decisiva en su profesión como maestra de educación inicial. Pero no solo eso. También prendió la mecha de un compromiso social que la empujó a la incidencia con diferentes colectivos, desde los niños con discapacidad hasta las mujeres en riesgo de exclusión en las áreas más deprimidas de la ciudad. A muchas de las mujeres que acompañó pudo verlas, con orgullo, realizar un proceso personal y tomar las riendas de su proyecto de vida.

Relaciones humanas, valores y liderazgo son parte de una guía programática que la JEC ha mantenido a lo largo de los años en la formación de sus militantes en todos los países donde ha tenido presencia a uno y otro lado del Atlántico. Es grande la deuda que la Iglesia y la sociedad civil tienen con movimientos de Acción Católica como este. En diferentes lugares y épocas han cimentado liderazgos como el del mismo António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas desde 2017.

Pero sin duda son muchas más las historias como las de Aida: mujeres y hombres anónimos que, construyendo silenciosamente en la escuela, la familia y los barrios, han trabajado para transformar el mundo. Han gastado sus sudores en coser el tejido de una ciudadanía crítica y organizada en América, Asia, África, Europa y Oceanía. Y, en todo tiempo, han elegido situarse al lado de las personas encalladas en las orillas de la historia.

De la sospecha a la fidelidad

Especialmente aguda con sus diagnósticos de la realidad, la JEC a menudo ha sabido adelantarse en varios años a la agenda social y eclesial poniendo el foco en las encrucijadas de la juventud de cada tiempo. Se trata de una complicidad con las luchas sociales que la Iglesia muchas veces ha mirado con sospecha y recelo. Sin embargo, su fidelidad a la institución ha sido radical.

Esta semana están celebrando su XXXIX Asamblea General de militantes en Mollina (Málaga) bajo el lema ‘Somos templo. Cuidemos y cuidémonos: la JEC al cuidado’. Es una declaración de intenciones que refleja algo que pocos grupos de jóvenes católicos son capaces de hacer: reconocer su identidad creyente sin complejos y, a la vez, sintonizar con una de las mayores urgencias de la juventud (creyente y no creyente) de hoy, la necesidad del cuidado. El cuidado como respuesta a una juventud herida por la salud mental, por las dinámicas adictivas de las redes, por los problemas de convivencia escolar, el cuidado como respuesta a la diversidad…Y, a pesar de sus heridas, es una juventud “empoderada”, como diría Aida, con la capacidad de poner su estudio al servicio de la construcción de un mundo más humano.

Referentes a pie de calle

El mejor testimonio de ello lo ha dado el equipo de personas que abandona su servicio al movimiento en esta asamblea después de cuatro años: la madrileña Teresa Gutiérrez, la palentina Clara Fernández y el consiliario general, Chusma Herreros, uno de los educadores e intelectuales de mayor lucidez pastoral de toda la diócesis de Palencia. Teresa y Clara han sabido ser referentes de esta juventud en medio de sus propias luchas, dedicando tres años al servicio de la organización y aparcando momentáneamente su camino profesional.

Desde su tarea al frente de la JEC han dado voz a esta juventud y han engrasado los a veces difíciles diálogos con otros agentes juveniles, políticos, sociales y sindicales; eso unido al trabajo al interno de la Iglesia, que muchas veces sigue sin apoyar con la contundencia necesaria la labor de este grupo de jóvenes que se rompe la cara por ella en medio de la intemperie de un mundo tremendamente secularizado.

Previsiblemente serán relevadas por Julia Monrobel, Rubén Serrano y Raquel Mena, de las diócesis de Madrid y Salamanca. A ellos les tocará mantener prendida la mecha y sostener este fino hilo que atraviesa la historia. Un hilo que, llegando hasta mujeres como Aida, hará que siga habiendo a lo largo del mundo personas que le den las gracias a la JEC por tantos frutos sembrados y recogidos y que sigan prolongando su acción transformadora.