Tribuna

La fraternidad, bloque a bloque en Abu Dabi

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Cuando en 2019, el papa Francisco y el Gran Imán de Al-Azhar Ahmad Al-Tayyeb, firmaban el Documento sobre la fraternidad universal por la paz mundial y la convivencia común, lanzaban desde Abu Dabi un llamado a la comunidad internacional y a la gente de buena voluntad, asumir el enorme reto de la hermandad y el diálogo como camino de convivencia humana y social, necesario para nuestros tiempos.



La propuesta de diseño del centro internacional Abrahamic Family House [Casa Familia de Abraham] fue uno de los muchos frutos de aquella histórica declaración conjunta. El complejo arquitectónico pensado como lugar de encuentro, diálogo y culto, fue diseñado por el arquitecto David Adjaye, y este año se materializó su construcción.

La Abrahamic Family House como complejo arquitectónico responde a las características y funciones de las tres religiones: la católica, la musulmana y la judía, con tres volúmenes en forma de cubo, que protagonizan el conjunto de edificaciones para el culto y la convivencia.

La arquitectura como casa de culto y encuentro

Un primer cubo dedicado a una Mezquita, caracterizado por su énfasis vertical y planos translúcidos, que con celosías diseñadas a partir de arabescos geométricos, permiten el paso de la luz al recinto, rematado por bóvedas y la abstracción de arcadas, logrando una mezcla de tradición y simbolismo propio de la arquitectura islámica.

El segundo cubo acoge el culto cristiano. Una Capilla en la que prevalece la línea vertical como elemento protagónico para expresar el principio de la encarnación. Su singular diseño, en planta, reproduce el tradicional esquema de asientos en batallón con transepto, que remata en el altar elevado sobre un solio, el cual, permite las visuales de todos los asistentes, afianzando el concepto de comunión y comunidad, finalizado por la simpleza de una cruz que parece levitar sobre el espacio.

Un tercer volumen es dedicado a la Sinagoga. Un cubo caracterizado por planos que se entrecruzan en forma de líneas oblicuas, asemejando palmeras o ramos verdes, que se mezclan como capas para dar lugar al espacio interior, en reminiscencia la fiesta judía del Sucot o de las Tiendas, con lo que se rememora el sentido de camino, peregrinación, y de encuentro del culto hebreo.

Tres volúmenes, de igual tamaño y dimensión, tres cubos de la misma altura y con diversas orientaciones y lenguajes, pero que no se oponen o resaltan en sentido protagónico uno sobre otro, sino que se acoplan. Una verdadera armonía formo-estructural que representa el diálogo, el encuentro y la fraternidad entre religiones, materializada en piedra, espacio y luz.

El espacio para los valores humanos y espirituales

Una proeza arquitectónica a plenitud del término, no solo por su técnica constructiva o su diseño, sino por el lenguaje y la intención de ser un faro de unidad y encuentro, de diálogo y diversidad, de respeto e inclusión, de familia universal que mediante la arquitectura como signo, hace posible materializar la fraternidad.

Un dato relevante del complejo es que los tres volúmenes se levantan sobre una plataforma, que a modo de plano base sirve de asentamiento estructural para todas las formas; allí se alberga un centro de educación por el diálogo y la fraternidad universal, en respuesta al documento firmado:

“El diálogo entre los creyentes significa encontrarse en el enorme espacio de los valores espirituales, humanos y sociales comunes, e invertirlo en la difusión de las virtudes morales más altas, pedidas por las religiones”, se lee en la declaración de Abu Dabi.

Por ello, el deseo es que se multipliquen estos espacios de valores humanos y espirituales, que aparezcan en el mundo muchos más lugares de intercambio y encuentro, que sirva la arquitectura para promover el diálogo y dotar a la fraternidad universal de una tipología espacial en la que todos puedan reunirse y encontrarse, para educar y orar por la paz.


Por Raymundo Alberto Portillo Ríos. Profesor de arquitectura de la Universidad de Monterrey.