Tribuna

La casa

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Desde el comienzo de la pandemia, para muchos de nosotros, las palabras del Papa Francisco han sido estímulo para la reflexión, la oración y también la acción solidaria. Además de la imagen de la barca, y acompañando un concepto repetido infinidad de veces, “de la pandemia no se sale igual, o salimos mejores o peores”, en algunas cartas más domésticas ha usado de fondo el texto del espíritu inmundo que sale del hombre, pero después vuelve con siete espíritus iguales y éste queda peor que al principio (Mt 12, 43ss).



Si empezamos “planeando” sobre el texto vemos que estamos en la parte narrativa previa a las parábolas  del Reino, es decir, en textos donde ya se percibe esta tensión entre Jesús como signo y presencia del Reino y lo que sus contemporáneos esperaban o necesitan para reconocerlo como “enviado de Dios”. El modo sutil, sencillo y humilde de Jesús, y por tanto del Reino, no alcanza para los que precisan de una presencia arrolladora; su estilo “ingobernable”, sus opciones y sus discursos que escapan y confrontan con las leyes farisaicas, subvierten también hoy nuestras claves de comprensión y nos sacan de seguridades y lugares de confort.

¡¡¡Qué difícil y complejo es el discernimiento en medio de la tormenta, con qué facilidad podemos caer en esa postura que busca definir en medio del tembladeral qué cosas vienen de Dios y cuáles no!!!

Bajarnos del pedestal

El contexto inmediato del texto citado por el Papa narra la intervención de unos escribas y fariseos pidiendo a Jesús “una señal tuya para nosotros” y a Jesús encabezando su respuesta de un modo muy duro: “generación perversa y adúltera”. Al hablar de “generación” ya no sólo se dirige a los que tiene frente a sí, sino a todos los que abrazan un modo de pensar, de concebir lo religioso, de vivir el vínculo con Dios abarcando modos, estructuras y ritos que buscan encasillarlo y terminan buscando ser tan eternos como el mismo Señor. Para no ser de esos que “adulteramos”, prostituimos el don del Espíritu adjudicando y negando presencias de Dios en medio de la pandemia, quizás sirva dejarse guiar por el texto de Mateo mencionado por el Papa.

Pero la dificultad es que, a lo largo de los siglos, cuando se ha interpretado este texto siempre los “malos” eran los otros; cuando leíamos esta acusación de Jesús sobre esta generación, la comparación que hace entre sus contemporáneos y la ciudad de Nínive y la Reina del Sur, se la endilgábamos a cualquiera que no se abriera y aceptara el modo en que nosotros creemos que se hace presente Jesús. Incluso, gran parte de la historia de la interpretación del texto1, se la lleva afirmar que la razón de la destrucción de Jerusalén y del Templo fue esta cerrazón del pueblo judío a aceptar Jesús como mesías… hasta el día de hoy, son pocos los comentarios que actualizan el texto y en vez de ponernos en el lugar de los “buenos”, de aquellos que como Nínive o la Reina del Sur supieron conmoverse por la novedad de la presencia de Dios y cambiar, nos ponen como parte de la “generación malvada y adúltera”.

Quizás un buen modo de empezar a analizar la pandemia sea bajarnos del pedestal de quienes analizan el mal como si no tuvieran nada que ver con él, como si fuera ocasionado por los otros. La mayoría de los modelos económicos, de comportamiento social, o de funcionamiento político que denunciamos como perversos y adúlteros no nos son ajenos, ni han sobrevivido sin que nos moviéramos por ellos como peces en el agua, sin que los promoviéramos y sostuviéramos porque expresan y nutren nuestras estructuras, intereses y prebendas… Sin ese marco donde somos los primeros en llorar reconociendo nuestras complicidades –y no solo las pasadas; es de manual que un arrepentimiento retrospectivo es humo que garantiza la impunidad del presente– donde marchamos primeros a “sentarnos sobre cenizas… convirtiéndonos de nuestra mala conducta, de la violencia que hay en nuestras manos” (cfr. Jon 3,8), será inútil ensayar caminos nuevos.

Expulsar el virus

Dicho esto, en la imagen usada por Jesús, el poseso pasa de un “adentro” a un “afuera”, de un lugar que le era familiar y manejaba las coordenadas a un espacio inhóspito, donde no encuentra reposo. El Covid-19 está en casa, en nuestros barrios y ciudades, en cada zona y país; y hemos aprendido a unificar la dirección de nuestros esfuerzos para “expulsarlo”. De esto nadie sale solo”, ha clamado Francisco y ha sido una experiencia internalizada a una velocidad asombrosa por una gran mayoría.

Hay que sacarlo de casa, hay que acorralarlo y no alcanza con cuidarme yo, con proteger a los míos: de modo conjunto, organizado, trazando prioridades y objetivos hemos sabido resignar hábitos, gustos, libertades y derechos. Salió lo mejor de nosotros y en cada paraje, localidad, barrios y ciudades estamos dando esta batalla; en estos meses, hemos ampliado el campo de atención de vulnerabilidades. Aprendimos que a un adulto mayor hay que resguardarlo del virus, pero también de la fila interminable de un banco; del desasosiego de no saber hacer las compras “on line” y sin ir al mercado, o de la soledad de no tener con quien conversar. Nos dimos cuenta que infinidad de argentinos no pueden “aislarse” en sus casas porque son muy pequeñas, no las tienen, o llevan décadas llamando hogar a una estructura de cartón prensado y nylon; con cierto pudor, constatamos que nuestras aulas y salones tienen algo más que piso de tierra y mucho más que techo con goteras: ha sido “signo mesiánico” ver a niños acariciando la calefacción, admirándose del agua corriente y correr infinidad de veces al baño sólo para ver si seguía en el mismo lugar.

También nos dimos cuenta que los lugares no se “prestan” sino que se “ofrecen y preparan” porque los que están en riesgo no solo padecen un virus sino el frío de la indiferencia y la falta de familia; que un cartel de bienvenida, el ingenio de un abrazo que no rompa el aislamiento, el olor a tostadas o el frasco de dulce casero estirado para que alcance son arrolladores a la hora de exorcizar el cáncer de la apatía. La fragilidad de Jesús se hizo evidente en el aumento de las viandas, en los rostros avergonzados haciendo vez fila por primera en un comedor o aceptando un bolsón…, en el brillo orgulloso de los ojos queriendo “hacer algo” para devolver lo recibido, porque “toda la vida nos ganamos el pan trabajando”. Cada día, preocupados, “estiramos el mantel de la mesa” porque son más los que se acercan sin nada; pero cada madrugada, llenos de asombro, abrimos nuestras despensas y decimos “para hoy todavía alcanza”… perplejos vemos llegar como “signo” de la presencia de Jesús a voluntarios con rostros y vidas que nada tienen que ver con nuestras opciones y propuestas habituales y que, teniendo hasta visiones antagónicas en muchos temas, comparten esta pasión por el otro, este deseo del “cuerpo a cuerpo” en el combate.

Pero no solo las urgencias alimentarias, las de salud, las de vivienda han sido el centro de esta “explosión de nuevos quehaceres”, esta posible nueva presencia del Reino: cursos, charlas, amigos reencontrados ensayando, componiendo o cantando una canción común de sus tiempos de reuniones y asados; misas, adoraciones, rosarios y miles de creyentes asomados por las ventanas de las redes, sosteniendo frente a una computadora lo que antes hacíamos en capillas, grutas y oratorios… pero también animándose a compartir la vida, a relatar angustias y a compartir gozos y amores, atreviéndose a expresar talentos y deseos que sólo conocía el espejo lleno de vapor del baño…

Otros signos

Curiosamente, este tiempo encerrados ha sido “signo” de todo lo que habíamos perdido mucho antes de la pandemia, cuando dejamos de sacar las sillas a la vereda, cuando ya no fue la cuadra el lugar de encuentro con vecinos y un mate la excusa para tardes donde unos cantan, otros se hacen un picadito y muchos solo observan extasiados la vida compartida. ¡Bendito encierro que a muchos los metió bien adentro para sacar afuera lo más rico y profundo! Todos hemos sido tiernos, comprensivos, tolerantes con desafines, bailes desacoplados, exposiciones desmedidas: era tanto el deseo de encontrarnos que nos volvimos comprensivos incluso con los excesos, que la “misericordia triunfó sobre el juicio”, y lo único importante fue que el aislamiento no nos separara… Hemos cumplido con el retraimiento pedido y exigido para no contagiarnos, pero no hemos dejado que entrara el invierno y nos enfermara, hemos adelantado la primavera convirtiendo las redes sociales y cada teléfono en un picnic y un festival de 21 de septiembre.

… es maravilloso el pacto común que nos ha puesto en movimiento; la conciencia de poder ser portador de algo que al otro le haga daño nos ha hecho prudentes, precavidos. Y la convicción de que también tengo tiempo, dinero, bienes, ganas e infinidad de otras cosas que le pueden hacer muchísimo bien nos ha hecho creativos, desprejuiciados, corajudos y entregados. Estamos seguros que ese es el camino por el que vamos a acorralar y expulsar este virus y otros tantos.

… ¿qué podría, entonces, hacer volver con más fuerza un virus destructivo; qué signos de una presencia renovada de Jesús podemos desperdiciar y que aquello de lo que nos hemos desprendido vuelva a ocupar nuestra casa? La imagen que usa Jesús dice que la casa –una vez expulsado este primer demonio– queda vacía, limpia y ordenada. Todo está descripto en contraste con el desierto reseco… y entonces no sólo vuelve, sino que se “alía con otros siete demonios”. ¿Qué podría darse entre nosotros que terminara generando la “perfección de la posesión demoníaca”?

Las casas vacías

Y sin duda, lo que nos puede pasar es no haber “descubierto el signo”; que lo que nos haya impulsado sea sólo que semejante “desorden” nos desestructuraba, nos hacía sufrir una inestabilidad e incertidumbre que no podemos ni queremos tolerar mucho tiempo. Y entonces lo realizado habrá sido para volver a tener la misma casa, con el mismo orden, limpia y ordenada… que no nos percatemos que eso mismo que la tenía meticulosamente ordenada y aséptica la tenía vacía. Que le faltaba a nuestros templos los bancos corridos que hoy tienen camas y nos hizo un verdadero “hospital de campaña”; y a nuestros auditórium y salones el olor a cebolla picada y guiso pegados a las paredes y cortinas porque ahí instalamos la cocina para las viandas. Que en los roperos y salitas de nuestras cáritas tomaran la posta otras generaciones, y nos hicieran perder el miedo a dejar vacíos los estantes… y nos enseñaran a entregar primero la ropa más linda al más desaliñado… Si lo que hasta ayer fue tiempo, gente y capital invertido para que ningún adulto mayor se sienta desprotegido se desarma y se lleva a otro lado o deja de hacerse, es que no hemos aprendido nada. Si nuestras casas, nuestro ingenio y corazón, nuestras billeteras no siguen llenas de todo lo que las ocupó el tiempo de pandemia, se vacían, se ahuecan… se vuelven esa “campana que resuena o un platillo que retiñe” (1 Cor 13,1) porque volvemos a nuestras “prolijidades”, pero la casa limpita está vacía de amor.

Compartimos el epíteto de letrados y fariseos, nos convertimos en aquellos que quieren otra especie de “signo” de Jesús y su Reino, cuando no dejamos ir con la pandemia todos los otros virus que el covid puso en evidencia. Somos de esa generación que estar encerrados en nuestras casas como Jonás en la ballena, no nos sirvió de nada; que la admiración por médicos, enfermeras, científicos y voluntarios –como la de la Reina del Sur por la sabiduría de Salomón– no le transformó sus opciones de vida.

Asumir los frutos

No sabemos si van a cambiar las estructuras económicas y políticas, tampoco si otros espacios confesionales y organizaciones sociales asumirán el “signo” de un Jesús vulnerable, frágil. Pero nosotros tenemos la posibilidad de cambiar nuestras casas para siempre, alejarnos de órdenes establecidos y de seguridades ancestrales nunca más cuestionadas que han dejado nuestros espacios vacíos o con frutos atractivos por fuera pero que la pandemia nos ha mostrado que ya estaban pasados: Mateo usa el mismo término para describir esta generación como malvada que los frutos como inútiles, podridos (Mt 7).

… ¡¡¡son tantos los frutos buenos de este tiempo, y cuántos han podido acercarse y tomarlos!!! Que no sean sólo pasajeros, que sean consecuencia de las raíces más profundas y auténticas de nuestra identidad de pueblo de Dios, que sean comienzo de casas llenas, de rostros y olores que se mezclan, de trigos y cizañas que no se separan, de sal y levadura que todo lo sazonan y levantan, de semillas pequeñas que se hacen arbustos enormes donde todos pueden cobijarse a su sombra.

Que cuando volvamos ya nada sea igual, porque está visto que nuestra casa y el corazón si quiere volver a lo anterior se llena de virus… y de demonios.

 


1
Todo lo reflexionado tiene de base el análisis textual de LUZ, ULRICH. El Evangelio de Mateo-Vol II. Ediciones Sígueme. Salamanca. 2006. Pgs 363-380