Tribuna

La batalla por la igualdad

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La excesiva desigualdad económica es, sin duda, un problema moral. Los cristianos deberíamos tener claro que Dios nos quiere “iguales”; hay numerosas denuncias contra la desigualdad en el Antiguo Testamento, como es el caso del profeta Amós. El Evangelio de Jesús es claro, mostrando su preferencia por los pobres y sus fuertes reticencias ante los ricos. Tenemos también las denuncias de la epístola de Santiago. Todo esto se puede apoyar muy bien en el Génesis: los hombres y las mujeres han sido creados a imagen de Dios; en esto se fundamenta su Dignidad, como muy bien recoge el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, y de ahí se deducen principios como el Destino Universal de los Bienes o la Solidaridad.



Una parte fundamental del pensamiento y de la acción cristianos tienen que ver con los derechos económicos de los más desfavorecidos. Por poner un ejemplo, Vida Nueva (nº 3.240, 2021) se preguntaba : ¿qué queda de la Teología de la Liberación? El teólogo jesuita Víctor Codina exponía en esas mismas páginas que quedan muchas cosas como un impulso a favor de la justicia y la solidaridad; “tanto ‘Laudato si’’ como ‘Fratelli tutti’ sintonizan con las grandes líneas de la Teología de la Liberación”, afirmaba.

Protesta de trabajadores de la empresa Vesuvius frente a la catedral de Oviedo por el cierre de una de sus plantas

De la dignidad humana deducimos otros muchos derechos por los que es preciso luchar, la igualdad de los seres humanos no puede ser solo económica, pero sin un mínimo económico, muchos derechos quedan vacíos.

Economía de mercado

El problema es que una economía de mercado tiene que producir desigualdades económicas: hay que incentivar a los agentes para que sean más productivos, innovadores, emprendedores, a que se formen… Así se crea riqueza para la sociedad, a la vez que unos ganan más que otros. También hay personas con cualidades más demandadas y por ello mejor remuneradas. Todo esto es consustancial con el sistema de mercado, que tiene la ventaja de ser más eficiente en la creación de riqueza y más respetuoso con la libertad de las personas.

Pero esas desigualdades deben ser “soportables”: nos es fácil aceptar que personas con más capacidades, que trabajan más o que llevan una vida más dura, ganen más, pero cuánto. Tal vez diez, veinte o hasta treinta veces más, sea asumible por la sociedad. Muchos entienden, sin embargo, que un famoso futbolista o un artista de éxito ganen cantidades exorbitantes (yo creo que eso habría que corregirlo), pero que en una empresa una persona gane cien o mil veces más que el que menos gana, parece claramente excesivo. Sin duda el Estado puede ejercer un papel redistribuidor: sanidad y educación públicas, mecanismos de ayudas, impuestos progresivos, etc., pero es importante que el mercado también actúe evitando las retribuciones exageradas o muy exiguas.

Disimilitud salarial

Estamos en época de juntas generales de accionistas de las grandes empresas españolas, y cada vez hay más inversores que cuestionan las compensaciones de las cúpulas de tales empresas: ¿son justificables tan altas retribuciones? En bastantes casos, mi opinión es que no. Hay que vigilar “la ratio de compensación total” entre la persona mejor pagada y la media de todos los empleados de la empresa. Muchos economistas que trabajamos por lograr empresas más sostenibles, somos sensibles a este tema, y creemos que la sostenibilidad social precisa de una menor disimilitud salarial.

Ryan McKay, profesor de psicología en Royal Holloway (Universidad de Londres), comenta en una entrevista en ‘Foro’ (vol. 5, nº 3, 9-17): “La opinión psicológica dominante es que las normas morales no son arbitrarias […]. Por ejemplo, un destacado modelo psicológico de la moralidad es la llamada ‘Teoría de los fundamentos morales’ […]. La idea es que hay un pequeño grupo de sistemas psicológicos innatos -tal vez de cinco a diez- que dan lugar a inclinaciones y principios morales de distinto tipo. […] [Sus defensores] sostienen que los seres humanos tienen un sistema psicológico evolucionado que se acciona con la injusticia. Así, los niños de tan solo 3 años de edad se dan cuenta de las distribuciones injustas de calcomanías (son particularmente infelices si reciben menos calcomanías que los otros niños…) y son capaces de entregar premios según quién haya contribuido más a una tarea asignada” (¿podríamos encontrar aquí un fundamento para la ley natural?). La injusticia nos produce infelicidad. Los seres humanos aspiramos a una igualdad económica razonable.