Tribuna

Impresiones de un viaje reparador

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El viaje humanitario y relámpago que esta semana emprendieron al cementerio de Darwin en las Islas Malvinas unos 200 familiares de caídos en la guerra de 1982 tuvo mucho de emoción, pero sobre todo de sanador y reparador para esas vidas, muchas de ella ya ancianas y frágiles.

El principal objetivo del viaje fue poder tomar contacto por primera vez con las tumbas de 90 soldados cuyas identidades fueron reconocidas recién el año pasado, 35 años después de la guerra gracias al minucioso trabajo forense de Comité Internacional de la Cruz Roja y el prestigioso Equipo de Antropología Forense, tras un acuerdo político entre los gobiernos de Argentina y el Reino Unido. 35 años en los que esos padres y madres ya ancianos, hermanos, hijos, tíos, sobrinos no sabían con certeza si su ser tan amado efectivamente estaba enterrado en esas islas lejanas por las que fueron llamados a combatir inesperadamente un día. Al igual que los familiares de los desaparecidos por la dictadura militar, la misma que los mandó a esa guerra insensata y embarcó a los argentinos en una aventura militar sin sentido.

Algunos de esos familiares con los que pude dialogar -sobre todo madres- tenían guardada en lo más profundo de su corazón la fantasía, la ilusión, de que pudieran estar vivos en algún lugar, tal vez aturdidos por la confusión de la guerra, o haber caído prisioneros de los ingleses. El tema fue tabú en muchas familias argentinas que no podían cicatrizar esa herida.

Por eso, el camino que se recorrió -largo y sinuoso, con idas y vueltas- hasta lograr la identificación de esos restos tiene todo un contenido reparador y sanador para esas vidas.

Fue desolador ver ayer a mamás y papás de 80 años abrazarse a esa cruz blanca, en medio de ese paraje desolado y ventoso que es Darwin, en el corazón de la Isla Soledad. Fue dificil arrancarlos de ese lugar. Estaban cerrando un duelo que les llevó mucho tiempo. Por suerte, aunque tardío, el Estado llegó a tiempo antes de que esas vidas se apaguen.

“Mis chicos ya descansan en paz”. La frase increíblemente pertenece al militar inglés Geoffrey Cardoso que en el 83, una vez terminada la guerra, se ocupó de diseñar Darwin y enterrar a los soldados argentinos. En un caso de amor y humanidad excepcional, Cardoso fue una pieza fundamental en el proceso de las identificaciones. Ayer acompañó a los familiares en el viaje humanitario. Abrazó y contuvo a cada uno frente a cada tumba. Las guerras absurdas pasan, pero los hombres de buen corazón son los que sostienen al mundo.

 

* Foto: Víctor Bugge-Presidencia de la Nación