Tribuna

¿Importa la vida humana? Reflexión en la costa de Italia

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La vida humana se ha vuelto a truncar de nuevo en el Mediterráneo. Parece que esto se hace costumbre adquirida y natural porque vuelve a hacerse realidad el viejo aforismo: “La muerte de uno es una tragedia; la de muchos, una estadística”.



Nos hemos encontrado como humanos, recogiendo muchos cuerpos que han sido devueltos a la orilla por el mar, cuando los moradores de una débil embarcación pretendían llegar a las costas de Italia. A pocos metros de la misma, se ha roto y el mar ha engullido como un león hambriento cuerpos de niños y adultos, de hombres y mujeres, dejando una estela de dolor difícil de asimilar; y, luego, cuando ha ido devolviendo lo que no es suyo, como si quisiera desprenderse del “cuerpo del delito”, pero también cobrándose el peaje de una travesía que ha acabado en tragedia, han ido apareciendo cuerpos, algunos desgarrados por el oleaje como un tributo por haberse lanzado a lo que algunos creen que es una aventura apasionante.

¿Qué ha ocurrido, nos preguntamos, luego de ver astillas y cuerpos mezclados en un baile terrible, en la orilla de la costa italiana? ¿Qué es lo que no ha funcionado para que muchas vidas humanas se hayan segado en el camino? Y al final, la pregunta más imple de todas: ¿Por qué? No, no es que la historia se repita, aunque también. No, no podemos echar la culpa a los gobiernos de esta tragedia, aunque también.

No, no es culpa de la Unión Europea –solo–, aunque también. ¿Entonces? Es fácil echar la culpa a muchos y dejar que todo fluya en un colectivismo que lo único que hace es amparar desencuentros y olvidos. La historia se repite, pero no es la misma: son personas humanas diferentes a las de otros naufragios que también han perecido de manera trágica y que vuelven a golpearnos a los que tenemos un poco de corazón ante las tragedias y nos sentimos también “colaboradores” de nuestros gobiernos, que no se ponen de acuerdo en ver de qué manera se acaban con mafias y se buscan soluciones en el origen.

Llegar a acuerdos

No es bueno echar la culpa, porque puede ocurrir que el peso de la misma sea capaz de vencer alguna iniciativa humanitaria y, al final, acabemos echándonos (y nunca peor o mejor dicho), el muerto, unos a otros. Se trata de dialogar, hablar, ponerse de acuerdo, llegar a buen fin en los planteamientos sobre migraciones y no darse solo golpes de pecho cuando una tragedia como la vivida estos días nos acaba cortando el habla y dejándonos sin resuello.

Es bueno capitalizar las energías de unos y otros para protestar por qué nuestras autoridades, por qué la Unión Europea, por qué tanta gente sigue pensando que el hecho de emigrar, y más con la terrible dificultad de hacerlo por mar, parece que es un tiempo de recreo en una barca que, sobrecargada en muchos casos, tiene todas las de hundirse con un golpe fuerte de mar. Emigrar es un derecho. Y la acogida la hemos convertido en un privilegio de unos pocos, cerrando la puerta a necesidades perentorias que necesitan una solución.

Entonces, claro, eso de “acoger, proteger, promover e integrar” (palabras del papa Francisco) se quedan en palabras bonitas donde “acoger” en muchos casos no puede darse porque no hemos “protegido” lo suficiente los tránsitos de unos y de otros, no se han dado los corredores humanitarios suficientes para hacer que las personas se desplacen de un lugar a otro sin peligro. Y los otros dos verbos (promover e integrar) se han perdido también en el mar de la tranquilidad (o sea, en la luna de los buenos deseos), porque no se puede “promover” ni “integrar” lo que no se ha acogido y protegido previamente.

Políticas de acogida

Toca hacer memoria para no olvidar lo sucedido, pero no como algo que ha ocurrido, que se duele uno en el alma y se pasa con el tiempo, esperando a ver qué ocurre en el futuro. ¿No vamos a hacer nada ni decir nada tanto a la Unión Europea, como a nuestros gobiernos que permiten estos desastres humanos?

¿Cuántos tienen que fallecer para que las políticas de acogida puedan ser una realidad en nuestro país, al margen de que provengan de Turquía, de Siria, o de cualquier país africano? Claro, como las ONG son las que se “encargan” de hacer lo posible para que el dolor sea menos, pues parece asunto arreglado. Y capitulamos como gobiernos de una responsabilidad que no se puede demorar hasta la siguiente tragedia. ¡Valiente decisión cuando de vidas humanas se trata!

Pero esto que ocurre y, a posteriori, cuando ya ha sucedido la tragedia, no es algo de buena voluntad o de compromiso de las ONG que, sin dudarlo, hacen un trabajo increíble de ayuda, soporte, acogida y cuidado. Es un problema humano y que, cuando se deriva a lo político, la política ya son votos, son intereses de partido o de país y lo humano pasa a tercer o cuarto lugar en el orden de prevalencia.

Un grito de humanidad

Muchos de los fallecidos (es muy triste) no se sabe, ni se sabrá, quiénes son. Algunos han perdido hasta nueve familiares y ha sobrevivido uno para contarlo. Las mafias siguen campando por sus respetos y de nuevo se dice: “No es nuestro tema”, porque eso ha ocurrido en el origen, de donde salen las barcas. De verdad, ¿no se puede arreglar este desaguisado humano de intereses mezquinos por defender fronteras? Porque cuando nos interesa, decimos que los migrantes ayudan a relanzar el PIB y los necesitamos como “fuerza de trabajo” para asegurar nuestro futuro. Triste panorama cuando solo vemos esta parte de la acogida.

Ojalá caigamos en la cuenta que una persona humana que fallece en circunstancias como las que nos ocupan es una verdadera tragedia que clama, no sé si al cielo o al menos clama en un grito de humanidad, que debe oírse en todos los rincones de nuestra “civilizada” Europa.

Quizá tenemos la sensación de que ya llegamos muy tarde para establecer políticas migratorias humanas, que vayan más allá de los números y que nos permitan darnos cuenta de que hay que hacer algo ya. Llegamos tarde, digo; aunque podemos decir (no sé si es un cómodo consuelo) que, de alguna manera, llegamos. Pero la solución no va a ser dilatar en el tiempo los acuerdos, como de una manera vergonzosa estamos haciendo en nuestra vieja y ¿civilizada? Europa.

Es tiempo de dejarse ya de “templar gaitas” y mirar para otro lado y que sean otros los que acojan, protejan, promuevan e integren. Aquí, justo es decirlo, hay muchas personas buenas sin nombre relevante, muchas congregaciones religiosas, Cáritas y otras organizaciones de Iglesia y humanitarias que están haciendo un trabajo excelente y además, sabiéndolo o, sin saber, haciendo mucho caso al papa Francisco en su intento por llamar la atención de gobiernos y países.

La fraternidad humana es un valor que no podemos olvidar. Se nos pasará factura en el futuro. Pero no podemos vivir pendientes de esta factura en el porvenir. Es momento de que esos dividendos (los de la factura) vayan creciendo en humanidad, en acogida, en ternura, en fraternidad, en una palabra. Y que los números de tantos fallecidos tristemente en el naufragio de esa embarcación en las cosas de Italia, golpeen nuestra mente y nuestro corazón como un grito humano que clama pidiendo humanidad. ¡Ojalá sea así!