Tribuna

¿Entregar las armas? He aquí el problema en Etiopía

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No hace muchos meses (en agosto de 2022) escribí en esta misma tribuna de Vida Nueva una panorámica de la situación en Etiopía, este coloso africano que parece no saber resolver sus conflictos sino con las armas. ¿Cómo entonces desprenderse de ellas quien las tiene en la mano?



Muchas cosas están hoy más o menos como lo estaban en agosto. Otras, en cambio, han evolucionado. El acontecimiento más importante fue la paz firmada entre los principales contendientes: la región de Tigray, por una parte, guiada por los guerrilleros del FLPT (Frente de Liberación del Pueblo Tigriño), y, el ejército nacional, por la otra. Llevaban dos años de guerra brutal y devastadora, cuyos muertos se calculan en más de medio millón.

La paz, en noviembre

Pero ya comentaba en mi artículo que, con dos partes tan bien definidas, si un día decidían a sentarse a una mesa y poner la firma sobre un acuerdo de paz, el conflicto quedaría resuelto. Ese día llegó el pasado noviembre. Desde entonces, las armas callaron casi repentinamente y, a pesar de que la puesta en práctica de lo acordado está siendo lenta y no exenta de polémicas, no ha vuelto atrás.

En los acuerdos, hay cosas gravosas para ambas partes. Para el Gobierno es el peso económico que supone reconstruir la región del Tigray, literalmente destruida. Por parte del Tigray, lo duro es entregar las armas y aceptar ser totalmente integrada en el sistema federal que la Constitución exige. Ello implica que la hegemonía que ejercieron sobre la nación entre 1991 y 2018 o el sueño de una posible autonomía han tocado a su fin. Nunca lo habrían aceptado si no fuera porque, acorralados militarmente, no les quedaba otra salida.

Milicia en República Centroafricana

 

Reelegidos los líderes del FLPT

Tigray ha hecho elecciones regionales para formar un Gobierno provisional hasta la próximas elecciones generales. Como era previsible, salieron elegidos los líderes del FPLT; eran los mismos que habían hecho la guerra, pero el Gobierno central no puso reparos.

La paz con el Tigray dio un respiro a la nación, pero no fue el final de todos los conflictos. Los guerrilleros del ELO-Shene (Ejército de Liberación Oromo) intensificaron sus acciones terroristas, esparciendo el terror en varias partes de la nación. Solo últimamente parece que haya un acercamiento y que se pueda iniciar un diálogo. Al margen del ELO, el peso de la presencia oromo en la vida política de la nación es cada vez más evidente y se puede prever que será el grupo emergente del futuro. Será entonces el turno de la etnia más numerosa de la nación (34%), que hasta el presente ha estado dominada políticamente por los tigriños o los amara.

Conflicto con los amara

Pero el conflicto que con nueva virulencia despunta en el momento presente es el de los amara. Tradicionalmente rivales de los tigriños, ha crecido entre ellos una corriente de nacionalismo étnico, uno de cuyos frutos fue la formación de una milicia regional amara. Esta milicia estuvo aliada con el ejército federal en la guerra contra Tigray, haciéndose acreedores de graves violaciones de los derechos humanos. Aprovecharon, además, la ocasión para posesionarse de las zonas de Wolkait y Raja, tradicionalmente disputadas con Tigray, expulsando a los tigriños allí residentes. Como contrapartida, fueron los amara quienes con mayor rigor sufrieron los ataques, no menos devastadores, de los tigriños en los momentos de la guerra en que estos penetraron en la región amara.

Ahora, el Gobierno federal ha pedido a todas las regiones que entreguen sus armas y que las milicias locales se integren en el ejército nacional o en la policía. La reacción de protesta de los amara fue inmediata, con enfrentamientos armados entre las milicias y el ejército nacional en las principales ciudades de la región amara: Bahr Dar, Debre Berhan, Debre Markos… Con muertos entre los que, por mala fortuna, se cuentan dos agentes del CRS (Cáritas Americana), que nada tenían que ver. La razón que los amara aducen para resistirse a entregar las armas es su presunto derecho a defenderse, porque no se fían de que los tigriños o los oromo entreguen las suyas, y tampoco de que el ejército federal vaya a defender adecuadamente sus reales (o pretendidos) derechos.

¿Cómo acertar con el camino de la paz?

Podemos advertir de cuán lejos estamos de la paz, aun cuando en algún momento puntual las armas dejen de escupir fuego. Volvemos al hecho de que Etiopía está regida por un primer ministro galardonado con el Premio Nobel de la Paz. Es claro que su imagen ha perdido el lustre inicial. Su gestión es cuestionada desde dentro y desde fuera de la nación. Desde dentro se le hace responsable de los males que en este momento afligen a la nación: la no intervención del ejército en los pequeños conflictos locales o, al contrario, la intervención desproporcionada y partidista; la creciente falta de seguridad y, sobre todo, la imparable subida de los precios, que ahoga a las familias.

Y, sin embargo, lo que caracterizó la actitud de Abiy desde el comienzo, y que le valió el Nobel de la Paz, es decir, su apertura al diálogo con los adversarios políticos, sigue siendo una característica distinguible en la actualidad. Las ofertas e iniciativas de diálogo están siempre ahí y son generosas. De ellas se ha beneficiado incluso la Iglesia ortodoxa, que ha superado graves divisiones internas gracias a la intervención de Abiy.

Diálogo nacional a gran escala

En este momento “de relativa paz”, ha puesto sobre la mesa la propuesta de un diálogo nacional a gran escala con el fin de superar las profundas heridas abiertas por los recientes enfrentamientos y alcanzar una paz duradera. “Cuando los disparos y las muertes han cesado -afirmó recientemente-, no quiere decir que haya inmediatamente una atmósfera de paz. Las heridas del post-conflicto no se curan al momento”.

No se trata de olvidar lo que pasó, dejándolo en la impunidad, pero tampoco de aplicar una estricta justicia que satisfaga a todos. Quedará siempre un amplio espacio para el perdón y la reconciliación. El problema es que ni siquiera las armas han callado completamente. Y, aunque calladas, todos las quieren tener en sus manos.