Tribuna

El sacerdocio no es la solución

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Las mujeres aún no han encontrado el lugar que les corresponde en la Iglesia, todavía no hemos podido reconocerlas en su plena vocación y dignidad. Llevan dos mil años esperando ser vistas como las vio Jesús, que fue revolucionario por muchas cosas y, entre ellas, por el papel que tuvieron las mujeres en su primera comunidad. Pero si bien algunas de sus revoluciones se han convertido en la cultura y las instituciones de la Iglesia, su visión de la mujer y de las mujeres sigue aprisionada en el gran “todavía no” que no termina de convertirse en un “ya”.



Si miramos con atención, todos vemos que la Iglesia no existiría sin la presencia de las mujeres porque ellas son gran parte del alma y de la carne de lo que queda del cristianismo hoy y, antes incluso, de la fe cristiana, me estoy convenciendo cada vez más de que si cuando Jesús regrese a la tierra y todavía encuentre fe, esta será la fe de una mujer.

Pero todos sabemos y todos vemos que el gobierno eclesial, en concreto el de la Iglesia católica, aún no ha sido capaz de hacer concreta y operativa la verdadera igualdad y reciprocidad entre hombres y mujeres. Por eso, la Iglesia católica sigue siendo uno de los lugares de la tierra donde el acceso a algunas funciones y tareas sigue ligado al sexo, donde nacer mujer ya orienta desde la cuna el camino de vida en las instituciones, en la liturgia, en los sacramentos y en la pastoral de las comunidades católicas.

Conociendo y reconociendo muchas de las razones de quienes luchan por esto, nunca he pensado que la solución sea extender el sacerdocio a las mujeres, porque mientras el sacerdocio ministerial sea entendido y vivido dentro de una cultura clerical, ampliar el Orden sagrado a las mujeres significaría clericalizar también a las mujeres y, por tanto, clericalizar aún más a toda la Iglesia.

El gran desafío

El gran desafío de la Iglesia hoy no es clericalizar a las mujeres sino desclericalizar a los hombres y así a la Iglesia. Por ello, sería necesario comprender dónde hay que emprender las batallas y concentrarse en ellas, mujeres y hombres juntos, porque un error común es pensar que la cuestión de las mujeres sea solo un asunto de mujeres. Es necesario que hombres y mujeres trabajen en la teología y la práctica del sacerdocio católico, todavía demasiado ligado a la época de la Contrarreforma, porque una vez que el sacerdocio haya sido reconducido al de la Iglesia primitiva, se volverá natural imaginarlo como un servicio de hombres y mujeres.

Si ahora usamos nuestras energías para introducir a algunas mujeres en el club sagrado de los elegidos, solo conseguiremos aumentar la élite sin que se produzca algo bueno ni para todas las mujeres ni para la Iglesia. El actual Sínodo, con su nuevo método, podría ser un buen comienzo en este necesario proceso.

Pero también hay buenas noticias. A la espera de este proceso urgente, la Iglesia católica ya está cambiando muy rápidamente en algunas dimensiones importantes. En la Iglesia con el Papa Francisco, las mujeres están mucho más presentes en las instituciones del Vaticano, en las diócesis y en las comunidades eclesiales, en roles cada vez más importantes. Muchas son además laicas y/o casadas. Las mujeres teólogas y estudiosas de la Biblia también están creciendo en cantidad, calidad, estima e influencia.

Son fenómenos que reciben menos atención que los debates sobre el sacerdocio femenino, pero crean las condiciones para que un día finalmente “la realidad sea superior a la idea” (‘Evangelii Gaudium‘), y en un amanecer brillante la Iglesia despierte como mujer, sin darnos cuenta y sin hacer demasiado ruido, como las cosas realmente importantes de la vida.

Tuve la gracia de crecer, formarme y vivir durante cuarenta años en una comunidad fundada por una mujer y sus compañeras: el Movimiento de los Focolares. Trabajé durante más de diez años con Chiara Lubich, como su estrecho colaborador en materia de cultura y Economía de Comunión. Vi en ella la inteligencia diferente de las mujeres y muchas veces vi la de las mujeres en la Biblia. La Biblia, si sabemos leerla, a menudo nos muestra una inteligencia diferente de la mujer, caracterizada por un talento especial y una intuición para el cuidado de las relaciones y de la vida que se antepone a las razones, los intereses, el poder, la religión y tal vez incluso de Dios. Rut, Ester, Abigail o María, no son copias de los protagonistas masculinos de la Biblia. Sara no habría ido al monte Moriah para sacrificar a su hijo Isaac, porque en el momento en que la voz le hubiera preguntado, ella habría respondido: “No puedes ser la voz del verdadero Dios de la vida si pides que mate a mi hijo. Eres un demonio o un ídolo, porque solo los demonios y los ídolos quieren alimentarse de nuestros hijos, no el Dios de la Alianza y la Promesa”.

Olive Schreiner fue una pacifista sudafricana y activista por los derechos de las mujeres, una persona autodidacta que se educó leyendo la Biblia. En 1916, en una época de guerra similar a la nuestra, escribió maravillosas palabras sobre las mujeres y la paz. Después de más de un siglo, las mujeres y los niños siguen sufriendo las consecuencias de las guerras y también siguen faltando donde se toman las decisiones, en los consejos de guerra o en las frías cadenas de mando.

La ciencia de la mujer

No será ni por cobardía, ni por incapacidad, ni tampoco por virtudes superiores, por lo que las mujeres pondrán fin a la guerra cuando su voz pueda ser escuchada en el gobierno de los Estados. Sino porque la ciencia de la mujer es superior a la del hombre: conoce la historia de la carne humana y conoce su precio. El hombre no lo sabe. En una ciudad asediada puede suceder que el pueblo derribe preciosas estatuas y esculturas de museos y edificios públicos para hacer barricadas, arrojándolas para llenar los huecos sin pensar, porque estaban a mano y no se consideraban más que piedras. Solo habrá un hombre que no pueda hacerlo: el escultor.

Y aunque esas obras no hayan salido de sus manos, él conocería su valor. Sacrificaría todos los muebles de su casa, el oro, la plata, todo lo que existe en las ciudades antes que destruir las piezas. Los cuerpos de los hombres son obras creadas por las mujeres. Si ellas tuvieran el poder, nunca los arrojarían para llenar el abismo en las relaciones humanas por las ambiciones y la codicia internacionales. Una mujer nunca dirá: “Tomad y destrozad cuerpos humanos: ¡y así solucionaréis el problema!”.

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