Tribuna

El hombre aceite

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Los 46 días del paro camionero representaron una enorme cifra en términos de pérdidas económicas para mucha gente y muchas instituciones, especialmente estatales. A solicitud de los mismos camioneros y de los dirigentes del paro, decidí acompañarlos.

¿Por qué tuve lo que algunos llamarían desfachatez, para aceptar hacer parte de la negociación?   

Quiero evocar la figura de alguien a quien llamaban el hombre aceite, un hombre que cargaba siempre un frasquito con aceite en el bolsillo. Cuando en su pueblo se daba cuenta de que en el parque la bicicleta de una niña o de un niño chirriaba, los llamaba, sacaba su tarrito de aceite y colocaba unas gotas de aceite en la bicicleta. Arreglado el problema. La bicicleta no  chirriaba más. Y cuando entraba en una casa, y la puerta chirriaba, igualmente sacaba su tarrito de aceite y colocaba dos goticas en las bisagras y arreglado el problema.

Quisiera compararme con el hombre aceite. Durante el paro, mi atención no estaba dirigida a entender el lío de los camioneros. Mi atención se concentraba en el proceso que debía marchar en continuidad. Pero cuando yo veía que algo lo trancaba, que la cadena estaba a punto de pararse, intervenía de manera sencilla pero para colocar dos goticas de aceite que facilitaran el proseguir y evitaran la parálisis.

“Dios bendiga a todos los camioneros de Colombia y a sus familias”

Dos goticas de aceite. Una frase muy bella si la referimos a la misericordia. En este año especial, cuando el Papa nos invita a practicar la misericordia, tengamos, no en un frasquito, sino en el corazón, dos goticas de ese aceite llamado misericordia, para cuando oigamos los chirridos del dolor físico o espiritual de alguna persona. Son dos goticas que pueden ayudar a que prosiga el proceso de recuperación, que ayuden a la esperanza, que hagan sensible la caridad.

Hablando de caridad, es decir, de amor, concluyo regresando a los camiones. Cuando era obispo en el sur de Colombia, donde las carreteras buenas brillaban por su ausencia, visité una finquita y en un rincón de la misma vi un camioncito, viejo y desbaratado. Le pregunté a uno de los hijos del dueño por qué lo conservaban. “Lo manejó mi papá toda la vida. Gracias a ese camioncito pudimos cursar nuestro bachillerato y todos pudimos ir a la universidad”. Elogiamos al camioncito pero más al camionero que con tanto amor, valentía y responsabilidad lo manejó, sin duda alguna protegido por la Virgen del Carmen, para sacar adelante a su familia. Dios bendiga a todos los camioneros de Colombia y a sus familias.

Luis Augusto Castro

Arzobispo de Tunja