Tribuna

El cardenal y Twitter

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Gianfranco Ravasi, cardenal presidente del Pontificio Consejo de la CulturaGIANFRANCO RAVASI | Cardenal presidente del Pontificio Consejo de la Cultura

“Algunos tuits de Cristo son insuperables: ‘Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios’…”.

¿Pero quién le ha convencido u obligado a reducirse a los 140 caracteres de Twitter, usted que conoce y usa subordinadas, el subjuntivo, sinónimos y todas las figuras retóricas? ¿Por qué trinar cuando podría cantar?”.

Twitter y la fe. Ilustración de Jaime Diz.Así empieza la carta (en papel) que me envió un lector después de enterarse por Fiorello (un humorista italiano) de que había importado las “tuit-homilías” de un obispo francés y que me había encarcelado en esa jaula virtual. Yo mismo había tenido mis dudas respecto a la entrada en ese mundo –donde, sin embargo, ya operaban algunos de mis colegas y se hablaba hasta de una ciberteología–, sobre todo cuando me vi embestido por la polémica, a menudo destemplada, sobre el IBI de los edificios eclesiásticos. En este sentido, la palma del tuit más original va a una de mis seguidoras que recicló el legendario dicho de san Agustín “¡Hazme casto, pero todavía no!”, en un irónico: “¡Hazme catastro, pero todavía no!”.

He seguido adelante de todas maneras, proponiendo cada mañana una frase sacada de ese “gran códice” de la fe y de la cultura occidental que es la Biblia. Pero no solo de la Biblia. “La vida es lo que ocurre delante de nuestro ojos; por desgracia, nosotros estamos a menudo ocupados mirando el vacío hacia otro lado”, escribí un día. La frase era de John Lennon. En cualquier caso, intentaré contestar al lector que me escribía, explicando de un modo sencillo y público esta elección que, a primera vista, parecía extraña.

En primer lugar, hay razones personales: siempre he sentido curiosidad por el lenguaje. El regalo más hermoso que tuve de niño fue el mítico Nuovissimo Melzi, un diccionario lingüístico y científico que hojeaba sin cansarme y que aún guardo en la casa paterna.

Un mensaje teológico serio
puede escucharse en cualquier ambiente y en toda arteria comunicativa,
provocando siempre un interés, es más, un estremecimiento,
ya sea de acogida o de rechazo

La televisión, primero, y el ordenador, después, han cambiado no solo el lenguaje, sino también el modelo antropológico: un muchacho “nativo digital”, que pasa horas y horas delante de la pantalla chateando y navegando, adopta una modalidad de relación fría, muy distinta del diálogo cálido y directo, hecho de calor, color, olor, miradas y contactos a los que nos hemos habituado nosotros, adultos que solo somos “migrantes digitales”.

Hay, además, otra explicación, si se quiere más “oficial” y eclesial. Me he pasado la vida hablando en público, en iglesias y plazas, aulas y teatros, salas y estudios televisivos. Me he convencido así de que un mensaje teológico serio puede escucharse en cualquier ambiente y en toda arteria comunicativa, provocando siempre un interés, es más, un estremecimiento, ya sea de acogida o de rechazo. De hecho, el lenguaje informático usa a menudo un léxico religioso (icono, salvar, justificar, convertir…)

El efecto puede ser provocador, sobre todo en un país como Italia, que no pocas veces tiene solo un barniz de religiosidad. Por ejemplo, sorprende que, frente a un tuit evangélico formidable como “Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea”, algunos mensajes de Twitter me preguntaran, sin avergonzarse, que si la frase era de McLuhan o de Montaigne.

No abandonaré nunca las subordinadas, los razonamientos y los discursos complejos,
pero no puedo ignorar esta nueva gramática
que constriñe a la esencialidad y a la claridad

Hay, además, un tercer motivo para mi interés. La potencia y lo incisivo del mensaje cristiano, capaz de herir la superficialidad y la banalidad contemporáneas, se diluyen a menudo en la oratoria del eclesiástico que, como dijo Voltaire sin estar del todo equivocado, es “como la espada de Carlomagno, larga y plana”.

No abandonaré nunca las subordinadas, los razonamientos y los discursos complejos, pero no puedo ignorar esta nueva gramática que constriñe a la esencialidad y a la claridad, haciéndote abandonar el énfasis y la verbosidad, sobre todo cuando quieres dialogar con los jóvenes. Hay muchas otras razones, también más profundas (algunos tuits de Cristo son insuperables: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”), pero he acabado los 4.000 caracteres de esta página impresa. Termino, pues, con un tuit un poco conminatorio: “El sabio sabe lo que dice; el estúpido dice lo que sabe”. No fue Karl Kraus quien lo “gorjeó”, sino un anónimo y remoto rabino.

En el nº 2.860 de Vida Nueva.