Tribuna

El bien y los hombres

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Una de las grandes cuestiones de la filosofía es la de sí el ser humano nace bueno y luego se hace malo o algo de maldad ya nace con nosotros. Esta es una cuestión que eventualmente vuelve a hacer nido en mi mente, en especial, cuando soy testigo de circunstancias que me cuestionan mi condición de hombre, lanzándome a los brazos de aquella aseveración del poeta Neruda según la cual se cansaba de ser hombre.



Espectáculos deplorables como Auschwitz, sin duda, nos conducen a preguntas de esta naturaleza, más aún cuando, sabiendo que aquello fue un acontecimiento que arrojó al ser humano a beber leche oscura del alba, como refiriera Celan, volvemos a él con una facilidad asfixiante haciendo gala, además, de una total indiferencia y falta de empatía.

Acaso, en definitiva, Hobbes tenía razón cuando afirmaba que el ser humano es malo por naturaleza, de modo que para poder convivir se necesita un poder absoluto, una ley autoritaria que controle el impulso agresivo que surge de la motivación egoísta de todos seres. Esto, más que aclarar, oscurece, puesto que, ese poder absoluto estaría en manos de un hombre que, ya lo ha dicho, es malo por naturaleza. “El hombre es un lobo para el hombre”, escribirá en su ‘Leviatán’ (1651), y que en ese estado precivilizado lo que impera es la guerra de todos contra todos.

Imagen y semejanza

En una audiencia general ocurrida el 9 de abril de 1986, Juan Pablo II meditaba sobre lo significativo de que la creación del hombre esté precedida por esta especie de declaración con la que Dios expresa la intención de crear al hombre a su imagen, mejor, a nuestra imagen, en plural (sintonizando con el verbo ‘hagamos’). Según algunos intérpretes, el plural indicaría el Nosotros divino del único Creador. Esto sería, pues, de algún modo, una primera lejana señal trinitaria.

En todo caso, la creación del hombre, según la descripción del Génesis 1, va precedida de un particular dirigirse a Sí mismo, «ad intra», de Dios que crea. Ese Nosotros que podría revelar una señal de la Trinidad, también estimula la idea de que el hombre es imagen y semejanza de ese Nosotros, que nos habla del amor dinámico y compartido por las personas de la Trinidad.

No hablamos de un amor cualquiera, tampoco del amor que engrana la vida de una familia, es un amor que va más allá de toda explicación, es un amor perfecto compartido perfectamente por tres personas perfectas en perfecta unidad. El hombre es imagen y semejanza de tal dinámica. De alguna manera, Platón intuyó algo muy parecido volcándolo en su ‘Timeo’. Allí afirma que Dios quería que todo fuese bueno y nada malo, por ello condujo todo lo visible del desorden al orden, bajo esta perspectiva un ser bueno no podía ni puede hacer nada que no sea excelente. Santo Tomás de Aquino agregará que todas las cosas, entre ellas el hombre, son buenas en la medida en que son. El hombre es imagen y semejanza de un Ser que es Puro Acto y, como tal, la Bondad Misma.

Caminar hacia el bien

Caminar hacia el bien es permaneceré en la luz y, aunque esto es un sello que de manera imborrable está en todos los hombres, se requiere de una voluntad firme para poder dar el primer paso. La voluntad, para Antonio Rosmini, es la potencia moral. Esa potencia moral debe requerir el bien. Siguiendo el aliento de Santo Tomás de Aquino, Rosmini piensa que el hombre debe querer el bien, querer al ser, puesto que allí se revela el acto moralmente bueno. Ahora bien, enmarcados en el pensamiento de Rosmini, afirmamos con él que la libre voluntad solo se manifiesta en el hombre con la reflexión, es decir, pensar.

Pensar impide que el hombre actúe dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos. Pensar implica la certeza de que el hombre asuma en todo momento la consecuencia de sus actos. Pensar será entonces caminar buscando la luz, no solo para hallarla, sino para mantenerse en ella. Esa luz, como afirma Rosmini, es Cristo, puesto que Él es el objeto de la caridad, de la bondad, de la verdad. Jesús es la luz el mundo, a luz que brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprenden. Al alejarnos de la luz, naturalmente, todo se oscurece, se pierde claridad, el hombre queda imposibilitado de escoger lo que le conducirá hacia su plenitud. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela