Tribuna

Desborde creativo

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Este hoy de la Iglesia de América Latina y el Caribe es especialmente esperanzador. Estamos saliendo de un letargo prolongado, de zonas de parálisis y confort, y, animados por el Evangelio y el magisterio del papa Francisco, nos hemos ubicado nuevamente en el lugar de las preguntas y de la construcción colectiva, ahí donde no somos los protagonistas y donde, desprovistos de bitácoras, nos preguntamos sencillamente por el querer de Dios.



Qué es lo que Él quiere para cada uno y para este Pueblo de Dios que peregrina por este continente. La novedad no es fruto de la genialidad de los líderes de turno, eso sería muy miope y limitado. La novedad llega al eco de la voz de Dios y en escucha de su Palabra, llega cuando con mirada contemplativa y desde los criterios del Evangelio, nos acercamos a la realidad, incluso en ocasiones padeciéndola y permitimos que sea la brújula del Reino la que nos movilice y apasione.

En escucha a los clamores de la Iglesia del Continente, que resonaron en la Asamblea Eclesial, abrazamos nuestra identidad de discípulos misioneros y entendemos que es necesario convertirnos, ordenar el corazón, apostar por nuevos modos relacionales que den más primacía a lo humano y que estén desprovistos de intereses mezquinos, utilitarios, manipuladores. Caminar en condición de hermanos supondrá que venzamos resistencias, complejos de superioridad, miedo a abrazar la diferencia.

El desborde creativo solo es posible con el corazón centrado en Dios y desde una escucha permanente de su Palabra. Orar es un irrenunciable si de lo que se trata es de sintonizar con el modo de Jesús, asimilar su modo, hacerlo nuestro. Esto solo es posible si bebemos todos los días dosis infinitas de Evangelio. Necesitamos formarnos para ser mejores testigos y priorizar la formación en sinodalidad para superar toda forma de clericalismo.

En contextos tan complejos como los de nuestro continente, los creyentes estamos llamados a ser signo, expresión de un estilo y de unos valores contraculturales y elocuentes. La narrativa que a todos nos conmueve y en la que todos creemos es la del testimonio. La verdad de una vida es más poderosa que un tratado, por eso la misericordia debe vertebrar la acción de nuestra Iglesia y no como fruto de la sensibilidad, sino como consecuencia de la opción por Jesús. Optar por Él nos conduce a las fronteras, a hacer morada en medio de los pobres, a caminar con ellos en pro de mejores condiciones de vida.

Cauces de participación

El desborde creativo de nuestra Iglesia no será posible sin la participación de las mujeres, los laicos y los jóvenes. Es necesario escuchar la voz de todos los sujetos emergentes, silenciados históricamente. No poner obstáculos al protagonismo misionero, de quienes siempre –y desde la base– han hecho posible que en la Iglesia se abra paso el Espíritu, se mantenga la esperanza y se geste lo común. Necesitamos de verdaderos cauces para la participación. Una Iglesia toda ella ministerial se enriquece con los diversos ministerios. No hay que temer, la diversidad es condición para el encuentro y expresión de la fecundidad evangélica que nos exigirá revisar estructuras, flexibilizarlas, trabajar en red, con otros, desde una verdadera disposición a lo común.