Tribuna

Deconstruir el transhumanismo

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Francesc Torralba, filósofoFRANCESC TORRALBA | Filósofo

Los teóricos del transhumanismo consideran que la introducción de las nuevas biotecnologías en el seno de la condición humana puede representar una significativa mejora de la calidad de vida de las personas y el nacimiento de una sociedad nueva, la emergencia de un nuevo tipo de seres que ya no podrán denominarse, en sentido estricto, humanos, sino, más bien, posthumanos.

Se parte de un supuesto: el poder tecnológico es de tal magnitud, ha adquirido tal nivel de desarrollo que no solo puede transformar el entorno natural más allá de límites insospechados, sino que, además, tiene la capacidad de transformar tan enteramente la naturaleza humana que esta adquiera unas capacidades y tenga unas posibilidades jamás conocidas en la historia hasta el presente.

Todo el planteamiento se nutre de una concepción ilimitada del poder de las biotecnologías, de su capacidad para superar los márgenes y las privaciones de la condición humana, pero también para generar entidades, híbridos, singularidades enteramente nuevas en el conjunto del universo.

Ilustración: Tomás de Zárate (VN 2964)El debate, más allá de las miradas extremas, contiene una gran seriedad y posee un profundo calado filosófico, pues está en juego la misma idea de naturaleza humana y los límites de la finitud. La tecnología no solo ha transformado los modos de producción y de consumo, de distribución y de información, sino la misma naturaleza de las realidades físicas y la misma condición humana.

Es un debate filosófico que tiene como objetivo precisar las fronteras entre lo que es legítimo e ilegítimo, lo que se puede hacer con la tecnología y lo que, en ningún caso, se puede hacer. Pertenece, en sentido estricto, a la filosofía práctica o ética y, particularmente, a la ética de la tecnología o tecnoética.

Lo que está latente en este debate no solo es el papel de la tecnología en nuestro mundo, sino la misma identidad de la persona humana y el horizonte de futuro colectivo. La biotecnología no solo nos capacita para corregir disfunciones, salvar privaciones, curar patologías, sanar enfermedades; también otorga nuevos poderes, mejora nuestras capacidades, ensancha nuestras posibilidades naturales, nos hace hábiles para alcanzar retos que, en estado puro, sería imposible. Ahí está, de hecho, el quid de la cuestión, el meollo del debate.

El debate posee calado antropológico, pues solo si se desvela lo que es la naturaleza humana o, cuanto menos, lo que está latente en los interlocutores cuando se refieren a la naturaleza humana, puede aclararse algo del debate en cuestión. Si un ser humano, gracias a la injerencia de lo tecnológico, puede desarrollar funciones muy superiores a las que cualquier ser humano en condiciones normales puede desenvolver, este tipo resultante, ¿puede considerarse un ser humano? Si no es un ser humano, entonces, ¿cómo debemos llamar a un ser que posee facultades extraordinarias gracias la colonización tecnológica de su cuerpo, de su cerebro o de su sistema motor?

Este debate merece mucha atención, porque no solamente está en juego la calidad de vida, sino la misma esencia de la condición humana. No somos seres acabados; somos seres en transición, en camino, llamados a devenir lo que todavía no somos, pero sería un error creer que la tecnología, por sofisticada que sea, puede vencer la finitud, la vulnerabilidad, esto es, la condición mortal de la persona humana.

En el nº 2.964 de Vida Nueva.