Tribuna

De tiempos, urgencias y horizontes

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Hace unos días presenciamos una entrevista televisiva efectuada por el periodista español Jordi Evole al papa Francisco. Casi al final, se produjo el siguiente diálogo:

Jordi Evole – ¿Tiene usted miedo a decepcionar?
Papa Francisco –A mí no se me ocurre pensar si tengo miedo o no. Sí, no decepcionar en cuanto al cumplimiento de mi deber, de no hacer una cosa que haga daño o que me desvíe de lo que yo debo hacer
JE – ¿Usted se asustaba cuando veía tantas expectativas sobre usted?
Papa Francisco –En parte sí, pero también me daba cuenta que era parte de la espuma de la fama, y la espuma de la fama, ¿cuánto dura? Un minuto….

Cuando empezó su ministerio como obispo de Roma, Francisco ya visualizaba lo superficial de la fama al recordar, como buen porteño, que cuando caes en la mala o vas cuesta abajo quedan pocos amigos. En más de una ocasión señaló que no había que “creérsela”, porque cuando llegan los malos momentos la compañía escasea.

Luego de seis años en el Vaticano, muchos se preguntan por el “resultado” del papado de Francisco. En esa sintonía podemos situar la pregunta del periodista español. Pregunta lógica desde la aceleración que tiene nuestra vida cotidiana y la ansiedad que provoca en nosotros, pues vivimos en un tiempo de vértigo, donde todo se quiere ya, al momento. En su último libro, Thomas Friedman cita a Neil Ashe, presidente de la división comercio digital de Wal-Mart, quien señala que “el cliente quiere una experiencia sin fricciones. La gente es ahora muy impaciente”. Esa impaciencia muchas veces es causa y consecuencia, simultáneamente, de una agenda mediática a la que muchas veces seguimos sin darnos cuenta, no ya para desear o comprar un producto o servicio, sino para establecer una relación personal, evaluar un desempeño, exigir resultados a toda costa.

Hay impaciencia con Francisco. Algunos quisieran que fuese más rápido, otros que terminara de molestar con sus ocurrencias. Casi mundanos, los cristianos queremos resultados ya, olvidando que la semilla tiene un tiempo necesario para germinar, florecer y dar fruto; que el niño se gesta lentamente en el seno de su madre; que los cambios duraderos necesitan raíces firmes. En nuestra patria muchos se preocupan por el espacio que ocuparía el Papa cuando nos visitara, sin visualizar lo que nuestro compatriota está proponiéndole a la Iglesia.

Los tiempos de Francisco

El propio Francisco anticipó esta impaciencia en su primera exhortación apostólica, Evangelii Gaudium. Allí explicó que el tiempo es superior al espacio, asumiendo que los seres humanos vivimos “en tensión entre la coyuntura del momento y la luz del tiempo, del horizonte mayor, de la utopía que nos abre al futuro como causa final que atrae” (EG, 222). La única forma de superar el límite del espacio (de nuestra realidad, de nuestra vida personal, de los momentos) es apostar a la plenitud del horizonte que se nos abre, para “trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos”, lo cual permite “soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad” (EG, 223). En la reciente entrevista, el Papa fue explícito valiéndose de un ejemplo:

–Uno busca a veces resultados que sean hechos concretos, en el momento. Por ejemplo, si yo hubiese ahorcado cien curas abusadores en la Plaza de San Pedro, (se hubiese dicho) ¡qué bien! ¡ya hay un hecho concreto! Hubiera ocupado espacio y mi interés no es ocupar espacio, sino iniciar procesos sanadores que eviten (los abusos) (…) Iniciar procesos lleva su tiempo, pero es la manera para que sea irreversible la cura. Si vos hoy ocupás un espacio, pasa el tiempo, se va la noticia y mañana se repite la cosa.

Si ahondamos detrás de este ejemplo, “darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. El tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno. Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad.” (EG, 223). En aquella exhortación apostólica, Francisco termina su reflexión sobre la relación entre espacio y tiempo recordando la imagen del trigo y de la cizaña, porque muestra “cómo el enemigo puede ocupar el espacio del Reino y causar daño con la cizaña, pero es vencido por la bondad del trigo que se manifiesta con el tiempo” (EG, 225).

Detener la marcha

Frente al tiempo, me parece oportuno que detengamos un momento la marcha y profundizar en nuestros análisis. Ante tanto vértigo solemos perder claridad para pensar, diseñar, proponer y encaminar nuestras vidas. Varios pensadores están alertando sobre los riesgos de esta forma de vivir, más propicia para los astutos y osados que para los reflexivos y fraternos. De hecho, el libro de Friedman citado anteriormente se llama “Gracias por llegar tarde”.

Desde la fe es bueno recordar que el tiempo de los hombres no siempre coincide con el tiempo de Dios. Dios siempre ha preferido el tiempo como horizonte abierto al espacio cerrado, aunque ello provocara en su pueblo impaciencia, desconcierto, hasta desesperanza. Desde la espera de Abraham para tener descendencia, pasando por el anhelo multisecular de liberación del pueblo de Dios en Egipto, sus cuarenta años en el desierto, el destierro y la esperanza del regreso a la Tierra Prometida, el dolor por la dominación y la fe en la promesa mesiánica, el Pueblo de Israel supo entender que el hombre justo “es como árbol plantado junto al río, que da fruto a su tiempo” (Sal 1). El Verbo de Dios se hizo carne “en la plenitud de los tiempos” y tuvo que vencer, para ser el Redentor del mundo, la tentación de ocupar espacios fulgurantes. Cuando la Iglesia se extravía y cae en la mundanización, se aleja del tiempo como horizonte y se conforma con ocupar espacios de poder efímeros. Cuando al sucesor de Pedro se le exige “resultados”, casi que le estamos pidiendo que abandone Roma ante la persecución, que se aleje de la cruz y de su misión de confirmar a sus hermanos en la fe.   

Por eso, sin abandonar el debate, buscar alternativas y ofrecer propuestas, es bueno alentar e impulsar al Papa, haciendo algo muy simple, que Francisco siempre nos pide: rezar por él. Al hacerlo no solamente lo sostendremos con nuestra oración, sino que recordaremos, volveremos a pasar por nuestro corazón, la naturaleza de su ministerio y el misterio de la Iglesia.