Tribuna

Construir y organizar la esperanza… en el dolor de la Amazonía

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“MamaLuz llora muchas veces porque está cansada de luchar”, nos dice Alex, indígena kichwa de la edad de mi hijo mediano, con quien comparte el nombre. Karen, de apenas dieciocho años, escribe en su evaluación del “Taller introductorio de Derechos Humanos e Incidencia Política” (que hemos coordinado esta semana con Cáritas y Repam Ecuador), que para ella ha sido esencial escuchar a otras hermanas y hermanos de sus luchas, de sus fracasos, de sus esperanzas y de sus miedos. Saber que no está sola.



Juntarnos cinco días para aprender herramientas ante la grave vulneración de sus derechos, los de sus familias y comunidades ancestrales; puede parecer una pérdida de tiempo o una inversión demasiado elevada por dejar de atender el cada día en la chacra o en el río. Hace ya años que sabemos que no es así. Buscar espacios como este, donde el protagonismo y la medida de los cómos y los tiempos son marcados por las personas vulneradas, han sido clave para las pequeñas victorias que los “davides” repartidos por estas tierras han conseguido arrancar a los “gigantes goliats” vestidos de petróleo, oro, gas, electricidad, palma aceitera y soja.

Parar y tomar fuerza

Y en los demás casos, los habituales, los cotidianos sembrados de fracasos, sentencias absolutorias, incumplimiento de medidas cautelares, inadmisión de denuncias y quejas, discriminación por ser indígena o campesina, corrupción y desvío de los exiguos fondos dedicados a los bonos de carbono…; hay que parar, tomar fuerza, orar, formarse, pensar y consensuar estrategias, tejer redes con otros y otras (cercanas, en otros países amazónicos, en otros lugares del mundo).

Como alguien dijo hace tiempo: “organizar la esperanza”. Como nos propone Francisco en ‘Fratelli Tutti’: diseñar acciones para llevar a cabo el amor político.

Espantados de horror

Una bebita de dos años y medio no entendía a sus papás, participantes del Taller, cuando le quitaban la arena y las plantitas de sus dedos mientras jugaba.  Estábamos casi inmóviles y espantados de horror encima de las placas de plástico y tela metálica que en el Barrio Progreso de Lumbaqui pusieron de Petroecuador de un día para otro para sepultar los “activos ambientales” (basura de metales pesados provenientes de la producción o derrames de petróleo, para entendernos). A sólo treinta metros, familias con niñas y niños viviendo.

Más aún el corazón encogido al llegar horas después al tremendo socavón entre las montañas de Piedra Fina (Oriente de Ecuador) que de nuevo provocó el vertido de decenas de miles de barriles de petróleo en el río Coca. Colgaban los tubos de acero como fideos en el aire, y para Luis, Karen, Zully y John, que vivieron en su piel, en sus huertos, en sus peces, riachuelos y árboles centenarios ese día, el dolor traspasaba la mirada suspendida en las rocas. Que, cuando ya nos íbamos, volvieron a rodar muy cerca de nuestras cabezas.

Iniciar acciones

Formaba parte de la metodología de nuestro Taller. Conocer los derechos humanos, colectivos y de la naturaleza, en especial en relación con los pueblos indígenas; visitar en terreno situaciones similares a las de las comunidades de las diecisiete personas que han participado para así practicar la recogida de información y documentar las vulneraciones de esos derechos; y, por último, aprender una metodología de incidencia política que les pueda permitir iniciar acciones para modificar, anular o proponer nuevas leyes y/o políticas públicas (respecto al derecho al agua, a la vida digna y al medio ambiente sano – que fueron los derechos vulnerados priorizados y seleccionados en los grupos de trabajo de estos días-).

Hombres y mujeres que viven en medio de mecheros de gas proveniente de tuberías de transporte de petróleo que expulsan fuego continuo de día y de noche, que mata sus aves, destruye sus árboles, contamina sus aguas y enferma sus cuerpos (nos decían que ya más de 500 casos registrados de cáncer):

  • Mujeres y hombres que vieron como sus terrenitos fueron elegidos para servir de basurero a una gran ciudad amazónica. Por estar lejos, por ser pobres, por ser indígenas.
  • Jóvenes, niñas y niños que no tienen agua limpia para beber, asearse, cocinar, viviendo en un páramo donde no cesa de llover y la lluvia recogida es destinada para grandes terratenientes.
  • Familias que han vivido que jueces y corte suprema les digan que los vertidos de petróleo que han sufrido en 2020 y 2022 han sido “catástrofes naturales” totalmente inevitables. Y, por tanto, no hay responsabilidad alguna de la petrolera.

Ponerse al servicio

Y aquí estamos. Porque para Cáritas Española acompañar estas realidades supone también formar parte de ellas. Construir y organizar la esperanza con las personas y comunidades vulneradas. Poner a su disposición y servicio nuestras sabidurías, buenas prácticas, herramientas, redes ya tejidas con otras organizaciones como la REPAM o con espacios internacionales como Naciones Unidas o la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Porque finalmente, hacer cotidiana nuestra opción por la ecología integral, por la lucha ante la crisis socio ambiental que vivimos en cada rincón del mundo; implica priorizar y apoyar la mayor de las emergencias: el grito de esta Amazonía que agoniza entre petróleo, aceite de palma, fuego, mercurio y cianuro, con cientos de miles de personas sufriendo vulneraciones de sus derechos esenciales para una vida digna.

Y como persona, como pareja y familia, el privilegio de seguir navegando y amazonizándome.


*Sonia Olea Ferreras es miembro del Equipo de Incidencia de Cáritas Española, esta experta en derechos humanos comparte su experiencia en el Programa Universitario Amazónico desde Lago Agrío-Sucumbíos (Ecuador)