Tribuna

¿Condenar a Rupnik y a su obra?

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Las recientes revelaciones sobre las acusaciones de abusos, del sacerdote Marko Rupnik, han generado el estupor y asombro de muchos, sobre la vida y el comportamiento de una de las figuras artísticas y teológicas más importante de la iglesia en los últimos años; tan es así, que recientemente se publicaba en este mismo espacio, un artículo de las diez obras emblemáticas del jesuita esparcidas por el mundo.



El trabajo de Rupnik y el Centro Aletti va desde el diseño de fachadas y murales en basílicas, santuarios, capillas, conventos, sacristías, seminarios, y hospitales, a lo que se le suman, libros, conferencias, diseño gráfico visual, identidad de eventos religiosos e institucionales, entre otros.

Ante las noticias del autor y mentor de toda esta estela creativa, surgen una serie de preguntas: ¿qué hacer ante las obras de arte?, ¿se condena el comportamiento del artista, pero se ensalza su obra creativa, al seguirlo invitando a diseñar?, ¿sus actos morales minimizan sus obras de arte?, más aún, ¿es correcto que siga trabajando, creando y diseñando en los espacios e instituciones eclesiales?

Todas las preguntas son válidas, así como también las posibles respuestas que puedan acuñarse desde el diálogo fructuoso que ha tenido la Iglesia con los artistas.  Sobre todo, a partir del Vaticano II, con el que se buscó restaurar la amistad entre arte y fe.

Juan Pablo II habló sobre la moral del artista

Un ejemplo fue la carta de San Juan Pablo II a los artistas, enviada en el alba del jubileo del dos mil, y que ahora vale la pena ser releída, en el contexto del penoso episodio del jesuita Rupnik.

Dice el papa Wojtyła en la carta, que toda obra lleva intrínseca la huella de la personalidad de su autor: “al modelar una obra el artista se expresa a sí mismo hasta el punto de que su producción es un reflejo singular de su mismo ser, de lo que él es y de cómo es. Esto se confirma en la historia de la humanidad, pues el artista, cuando realiza una obra maestra, no sólo da vida a su obra, sino que por medio de ella, en cierto modo, descubre también su propia personalidad”.

Marko Rupnik

El mismo papa polaco, acentúa que en dicha conexión, entre obra y autor, hay también un eco de la relación del Creador con el hombre (cfr. Gn 1, 26): “una cosa es la disposición por la cual el ser humano es autor de sus propios actos y responsable de su valor moral, y otra la disposición por la cual es artista y sabe actuar según las exigencias del arte (…) capaz de producir objetos, pero esto, de por sí, nada dice aún de sus disposiciones morales”, precisaba.

En este caso, el tema no puede tratarse desde la simple definición de arte y moral, sino que por la naturaleza de las obras, y ministerio presbiteral del autor, se toca el plano del pecado y la gracia, del camino espiritual y la llamada a la conversión, de toda persona humana invitada a la salvación.

En la misma carta, Juan Pablo II insiste: “toda forma auténtica de arte es, a su modo, una vía de acceso a la realidad más profunda del hombre y del mundo. Por ello, constituye un acercamiento muy válido al horizonte de la fe, donde la vicisitud humana encuentra su interpretación completa”.

Entre la gracia y el pecado, entre la obra y el artista

¿Qué hacer entonces con la obra del artista que ha pecado?. La respuesta no es otra que aplicar el viejo adagio que parafraseaba a San Agustín: “Hay que odiar el pecado, pero amar al pecador”, o mejor, aún hay que amar y contemplar la obra, viendo en ella la vicisitud humana, para ofrecer la misericordia al artista pecador.

Esto en nada desdice el deber de hacer justicia, y acompañar a la víctimas, e incluso resarcir o indemnizar de alguna manera el mal cometido, por el bien de cada uno, y de los mismos involucrados, llamados a la conversión.

Aún más, la profética pregunta que hacía Juan Pablo II sobre si el arte tenía necesidad de la Iglesia, cobra mayor vigencia con estos acontecimientos, al entender, que no solo como tema o referencia de inspiración, sino como principio de vida, el arte y los artistas tienen la necesidad imperiosa del mensaje de la conversión.

Dice el papa, “la alianza establecida desde siempre entre el evangelio y el arte, más allá de las exigencias funcionales, implica la invitación a adentrarse con intuición creativa en el misterio del Dios encarnado y, al mismo tiempo, en el misterio del hombre”.

Por tanto, ahora es cuando debemos mirar con ojos de fe, estas obras de arte, pues son el reflejo no del genio creativo, sino del misterio del hombre y su caída, y de la necesidad de la gracia para iluminar la vida. Entender que el arte y más aún el evangelio son punto de inicio de sanación y reconciliación para todos.


Raymundo A. Portillo Ríos. Profesor de Arquitectura en la Universidad de Monterrey.