Tribuna

Compromiso ciudadano con la paz

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En la entraña de la fe judía, el bien común de la paz se hace cotidianidad con el saludo: “¡Shalom!” (“¡Paz!”). En el cristianismo se recibe como don del Resucitado, que se hace presente, nos enseña las cicatrices de la violencia de la cruz, nos da su Espíritu o fuerza resucitadora, nos sitúa en la senda del perdón y la reconciliación y nos sienta a la mesa de la Eucaristía, banquete de la paz.


Solo hay paz verdadera y duradera más allá del Calvario y de los sepulcros impuestos por el asesinato, por el abuso del poder y de la fuerza; por la guerra y el derramamiento de sangre. Solo hay paz cuando las tinieblas del engaño y el miedo a quienes matan y aplastan la dignidad y la verdad se rompen con la presencia transformadora y el saludo pacificador del Resucitado: “¡Les traigo la paz!”. La paz de Cristo inicia con su nombre, en el encuentro con el Resucitado, en ese morir en vida con Él a la culpa, a las cadenas del mal, al odio, al poder de la muerte. La paz de Cristo es la gracia de la victoria con Él y de su presencia como Señor y servidor en nosotros, entre nosotros. Es una paz que no la da el mundo, pero que la hemos de llevar a todos: “Paz a esta casa”, “la paz esté contigo”, “pueden ir en paz”. En sus expresiones sociales, el don de la paz se convierte en capacidad de acoger al otro como diverso e igual, como aquel a quien sirvo y no de quien me sirvo. En capacidad de diálogo y de acuerdos. En convivencia fraterna y democracia respetuosa. En honestidad y honradez ciudadana con el “derecho” y el “deber” de la paz para todo hombre y mujer colombianos: “La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”, sostiene el Artículo 22 de nuestra Constitución Política de 1991. Toda persona está obligada a cumplir la Constitución y las leyes. Son deberes de la persona y del ciudadano “propender al logro y al mantenimiento de la paz” (Artículo 95, numeral 6).
He ahí la razón de la honestidad ciudadana frente a la paz del país, entre todos los connacionales, igualados por dignidad, derecho, deber, diálogo y acuerdos legítimos y legitimados. Construir esta paz nos ha resultado un imposible dramático, trágico, polarizado en extremismos irreconciliables. Ahora se da un paso, después de cincuenta años de guerra y cuatro de conversaciones en La Habana (Cuba). Y se dará, probablemente, un plebiscito para refrendar masivamente como pueblo estos acuerdos, hechos entre Gobierno y la guerrilla de las FARC-EP, con mandato popular en las elecciones presidenciales pasadas. Es hora de ejercer la honestidad ciudadana constitucional, superando los motivos del odio, la sospecha, la mentira y la manipulación para mantener privilegios, poderes e intereses de parte. Es hora de actuar como nación y no como partidos: la honestidad ciudadana exige muchísimo más que ser uribista o santista, o de cualquier partido o credo religioso. Es honestidad con la vida truncada en las víctimas de la violencia y la guerra; es honestidad con el futuro de Colombia. Es honestidad con la verdad, la justicia social, penal y restauradora.
La paz de Colombia no es una elección como otras, sino opción de vida con todos y para todos; es un desafío a incluir en la legalidad a todos los ciudadanos y en la legitimidad al Estado y a las fuerzas subversivas. Por eso no se puede ser neutral en este caso. Eso es suicida. Esta es la democracia directa, Estado-Ciudadanos, sin la mediación partidista. El sí constitucional a los acuerdos es el comienzo para la reconciliación con todos los alzados en armas y la construcción de acuerdos sociales y políticos que transformen el conflicto social y violento en convivencia pacífica y supervivencia como sociedad civilizada; como economía regularizada con el bien común y el cuidado de la casa común; como Estado no fallido ni mafioso o corrupto, sino garante de la vida, los derechos y deberes, del bienestar individual y colectivo. Tendremos que enfrentar enormes desafíos. Pero dar en firme este paso Gobierno-FARC es un gran comienzo.
Como Iglesia Católica, seamos sal de esta tierra, luz de este mundo, levadura en esta masa social, con la paz de Cristo Jesús y nuestra paz colombiana.

Darío Monsalve
Arzobispo de Cali