Tribuna

Cobo, el pastor que no se deja enredar por las campañas (electorales y eclesiales)

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El calentamiento global es un hecho. Es más, se acrecienta con la campaña de las generales  hasta lograr tocar techo de temperaturas verbales insoportables. Con los negacionistas por delante, que son los que más contaminan en los mítines y en las sacristías. A riesgo de soponcio para el ciudadano de a pie. Con la tentación de quién ostenta una mitra de dejarse atrapar por un ambiente que huele y sabe a tostada chamuscada, añadiendo aún más leña.



Por eso, lo que hoy tenía entre manos el nuevo arzobispo de Madrid en su toma de posesión era y es una papeleta (sin urna). Porque en el ‘front row’ de la catedral de La Almudena le escuchaban políticos de casi todo pelaje. Porque a ambos lados le flanqueaban sus hermanos en el Episcopado. Unos, esperando de él un rapapolvos de otros tiempos para hacerse con un titular electoral apocalíptico. Otros, con la saña expectativa de saber qué les iba a soltar un migrante jienense elegido a dedo por Francisco.

De frente, pero sin enfrentarse

Pero José Cobo no se dejó enredar. Ni en la homilía ni en su alocución de acción de gracias. Tampoco se escabulló. Dijo lo que sentía que tenía que decir a quien le escuchaban del primero al último banco. En un párrafo que exige no interrumpir con apostillas o notas al pie y que le libera de la losa del 23-J, pero también de las campañas de capillita clerical que esperan de cada sermón un alegato partidista. En un único sentido.

“Nuestra voz armónica como Iglesia no será la de tener la razón en todo, ni la de presumir del poder de los números, ni mucho menos de identificarnos con una u otra ideología política o cultural.  Nuestra voz no aspira al monopolio del poder en nuestra sociedad. Tampoco queremos quedarnos añorando el pasado. Ni nos entretendremos en multiplicar condenas o lanzar reproches. Queremos no despistarnos demasiado por el camino. No pretendemos entretenernos con disputas estériles que distraen de lo principal. Queremos caminar siempre al ritmo ágil y libre de Jesús, el Cristo; siempre atentos a quienes quedan descartados al borde del camino”.

De largo recorrido

En días en que los partidos dan a conocer sus programas con unas promesas que saben que no van a llevar a término y proclamas exageradas en decibelios que buscan hacerse con indecisos varios, a Cobo no le hace falta vender humo, ni siquiera de incensario. Y no porque su báculo no se ponga en juego cada cuatro años tenga pinta de largo recorrido,  con dos décadas por delante ante una previsible jubilación.

El recién estrenado pastor madrileño sabe que lo suyo se juega en el día a día. Y que ha sido cuestionado ya antes de que la Santa Sede hiciera público su nombramiento. Saberse en el punto de mira, podría haber sido motivo más que suficiente para achantarse. Pero no. Presentó su hoja de ruta para Madrid. Cobo habló de buscar “ovejas perdidas” a las que regalar “esperanza en medio de los secarrales” y de contagiar “vida en un valle repleto de huesos resecos”. Defendió la urgencia de entrar en “una lógica de la conversión” con “coherencias y sin atajos” que requiere “cambiar lenguajes y ajustar fórmulas pastorales a este momento. Es verdad. No vale lo de siempre”.

Y enfatizó que los más vulnerables de Madrid no son unos convidados de segunda ni los receptores de una limosna lastimera, sino protagonistas. “Las migraciones, la desigualdad, la soledad, la violencia y el sinsentido son los rincones donde las personas desplazadas, los pobres, los cautivos, los ciegos y oprimidos esperan a los seguidores de Cristo unidos, para ser rescatados y reconocidos como hijos de Dios”. Palabra de un pastor que conoce con nombre y apellidos a cada pobre, a cada ciego y cada oprimido.

El futuro de la Iglesia

Anótense que, además de sostener su alocución, entre otros, en Juan XXIII y Francisco, echó mano de Juan de Dios Martín Velasco. Echando mano de aquel cura que no fue una mera anécdota en la historia de la archidiócesis, Cobo defendió que “el futuro de la Iglesia en Madrid vendría dado, no por los grandes números, sino por el testimonio concreto y capilar de sus comunidades cristianas que fuesen realmente ‘significativas’ para sus vecinos”. “Por eso tenemos el reto de impulsar comunidades, parroquias y realidades eclesiales de todo tipo alrededor de la misión”, aseguró el prelado. Y no con desánimo, sino con la energía de un maquinista: “No vais a encontrar a la Iglesia de Madrid en los vagones de cola. El Evangelio es una potentísima locomotora“.

Así verbaliza Cobo un liderazgo que, sin buscarlo, va más allá de la Villa y Corte. Porque los pasos adelante, frenazos o inmovilismo que se den en la capital tendrán su réplica directamente proporcional en otro rincones. Es lo que tiene poner remedio al cambio climático eclesial. O mejor, el cuidado de la Casa Común de la Iglesia que peregrina en España.