Tribuna

Celibato

Compartir

Hace unos días, mientras comía con unos compañeros y amigos jesuitas en un restaurante, la camarera comenzó a interesarse por nuestra vida al saber que éramos sacerdotes. Mostró su sorpresa al conocer nuestra edad (y quizá también al ver nuestra alegría) y, poco a poco, comenzó a expresar, educadamente, su desacuerdo con nuestro modo de vida. Como se puede imaginar, uno de los temas en los que se centró fue en el del celibato, diciéndonos que era algo antinatural y que haría que siempre nos faltara algo, provocando así una infelicidad en nuestras vidas. Nosotros, acostumbrados como estamos ante este tipo de consideraciones, respondimos preguntándole si teníamos pinta de infelices, a lo que ella respondió con una negación y una excusa por haber preguntado demasiado.



En esta misma línea, estos días un periodista preguntó al papa Francisco por el celibato de los sacerdotes. A lo que él respondió diciendo que se trata de una prescripción temporal que podría ser revisada. Como era de esperar, las palabras del Papa han provocado todo tipo de reacciones. Desde las de aquellos que parecen haber quedado escandalizados por el hecho de que el sacerdocio y el celibato no constituyan una unión indisoluble (algunos de los apóstoles estaban casados, durante los primeros siglos hubo sacerdotes con familia, en algunos ritos de la Iglesia católica existen casados que se ordenan sacerdotes). Y las de quienes han comenzado a vocear en contra del celibato, como si este fuera el culpable de todos los males que atañen hoy al clero y a la Iglesia y su abolición fuera la solución mágica de todos los problemas vocacionales del presente.

Pensar por ellos

Pero, ante esta realidad, me cuestiono si se ha preguntado a los sacerdotes, poniendo el foco en lo que estos viven. O, simplemente, se ha optado por pensar por ellos y decidir lo que deberían vivir y hacer para ser más felices. Es algo que me llama poderosamente la atención, puesto que, por un lado, no conozco a tantos casados deseosos de ordenarse sacerdotes como para solucionar la crisis vocacional que sufre la Iglesia (que no es solo sacerdotal, sino también religiosa, laical, matrimonial y, en el fondo, cristiana). Y, por el otro lado, los sacerdotes a los que conozco (y entre los que me incluyo) no viven el celibato como una pesada carga o como un sufrimiento, sino que más bien lo hacen con gozo, alegría y entrega.

Con todo ello no niego la posibilidad de que en el futuro los casados pudieran acceder al sacerdocio. Como ha dicho el Papa, no existe ninguna contradicción para ello. Lo que sí que afirmo es que no creo que el acceso de los casados al sacerdocio sea la solución mágica al problema vocacional de la Iglesia (tampoco hay tantas vocaciones al diaconado permanente) ni creo que sea una pesada carga para aquellos que lo vivimos como llamada. Sea como fuere, el Papa ha dicho que es un tema que deja a sus sucesores y, por lo tanto, se convierte en un futurible sobre el que no podemos más que elucubrar.