Tribuna

Brasil, entre Jair Bolsonaro y Hélder Câmara

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Cinco días antes de la posesión del nuevo mandatario de Brasil, Jair Bolsonaro, este 1º de enero, la arquidiócesis de Olinda y Recife recordaba que “hace un año, don Hélder Câmara fue declarado patrono de los derechos humanos” en el quinto país más poblado del planeta y, sin duda, uno de los principales bastiones de la Iglesia católica a nivel mundial.

Un ‘obispo rojo’ con olor a oveja

Hélder Câmara, el icónico ‘obispo rojo’ que enfrentó la dictadura militar brasileña (1964 – 1985) es recordado como uno de los mayores exponentes de la opción eclesial por los pobres en el continente, anticipándose a los pastores ‘con olor a oveja’ que pregona Francisco a los cuatro vientos. 

Desde la década de los 50, siendo obispo auxiliar de Río de Janeiro, impulsó la pastoral social fundando la Cruzada de San Sebastián (1955), una obra para el pueblo de las favelas, y el Banco de la Providencia (1959), una iniciativa para canalizar donaciones y microcréditos a favor del emprendimiento y el desarrollo sostenible de ‘los de abajo’.

Hasta el día de su fallecimiento, el 27 de agosto de 1999 –a los 90 años– don Hélder no dio su brazo a torcer en la defensa de los más vulnerables, ejerciendo importantes liderazgos en la sociedad –en el campo educativo, por ejemplo– como abanderado de los derechos humanos y de la promoción de los pobres, amén de su rol en la Iglesia brasileña, traduciendo el legado del Concilio Vaticano II, asumiendo un estilo de vida austero y renunciando a privilegios principescos, según el mandato del ‘Pacto de las catacumbas’ que él mismo había rubricado –junto con una cuarentena de obispos– al concluir las sesiones conciliares. Además, fue uno de los fundadores de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB).

Un ‘mesías’ con olor a dictadura

A dos décadas de la Pascua de don Hélder, un excapitán del ejército, ultraderechista y nostálgico de la dictadura, asume la presidencia de Brasil con ímpetus mesiánicos. “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos”, fue el lema de campaña que repitió en su discurso de posesión, tras hacer su entrada triunfal a la explanada de los Ministerios en Brasilia en un flamante Rolls Royce descapotable.

Menos de diez minutos duró el primer discurso oficial de Bolsonaro en el que mencionó –no en vano– en seis oportunidades el nombre de Dios e hizo un guiño a “nuestra tradición judeo-cristiana”. Aunque el 38º presidente de Brasil se declare católico, también fue bautizado por el pastor Everaldo Pereira –líder de la Asamblea de Dios– en las aguas del río Jordán el 12 de mayo de 2016. “Si existen dudas sobre la fe del nuevo presidente brasileño, los resultados electorales no dejan duda de que Jair Bolsonaro fue elegido, fundamentalmente, con el voto evangélico, cuando se considera la variable religiosa”, había asegurado José Eustáquio Diniz Alvez, doctor en demografía de la Escuela Nacional de Ciencias Estadísticas, en un artículo divulgado en el portal Instituto Humanitas Unisinos. 

Más allá de bautismos y confesiones, es más que elocuente la fe del nuevo residente del Palacio del Planalto en las fuerzas armadas que “tendrán las condiciones necesarias para cumplir con su misión constitucional de defensa de la soberanía”, lo mismo que en las “reformas” que garantizarán la “salud financiera” del país y la restauración de la patria –liberándola de “la sumisión ideológica”–, al tiempo que fortalecerá el agronegocio, que “seguirá desempeñando un papel decisivo”.

En las palabras de posesión no hubo mención alguna a los pobres ni a las causas de la pobreza y la desigualdad social. Antes bien, en su discurso sobre el “orden y progreso” de Brasil apeló al derecho a la “legítima defensa” (¿contra quiénes?) y a la seguridad (¿de quiénes?). Siete de sus 22 ministros, al igual que el vicepresidente, son de trayectoria militar y Donald Trump se apresuró a garantizarle que “Estados Unidos está contigo”, al felicitarlo por su discurso de investidura a través de su cuenta en Twitter.

El saludo de Bolsonaro, al recibir la banda presidencial, ofrece pistas sobre lo que podría ser su plan de gobierno: “Me presento ante todos ustedes en este día, como el día en que el pueblo empezó a liberarse del socialismo, a liberarse de la inversión de valores, del gigantismo estatal y de lo políticamente correcto”. 

Un día después de la posesión ya se anunciaban las primeras medidas, al transferir al Ministerio de Agricultura la tarea de identificación, delimitación y demarcación de tierras indígenas, una de las actividades fundamentales que venía desempeñando la Fundación Nacional del Indio (FUNAI) desde hace tres décadas, con el apoyo de algunas organizaciones de la pastoral social de la Iglesia católica, como el Consejo Indigenista Misionero (CIMI).

Tiempos difíciles

Tiempos difíciles le espera a ‘la Iglesia de los pobres’ –vaticinan algunos desde la base–, la misma que ‘primereó’ don Hélder con mística profética, con la Alegría del Evangelio a flor de piel. Su opción por la defensa de los derechos humanos le representó múltiples estigmas. “Si doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo; pero si pregunto por qué los pobres pasan hambre, me dicen que soy comunista”, solía decir.

El llamado ‘obispo rojo’, en realidad fue ‘el obispo de la paz’. De ello hablan su legado como arzobispo de Olinda y Recife, sus obras y sus escritos –más de una veintena– proclamando la no-violencia. A nivel internacional, ha sido el único brasileño nominado en cuatro oportunidades para recibir el Nobel de la Paz, entre muchos otros reconocimientos. Ni las amenazas contra su vida ni las censuras impuestas doblegaron el espíritu pacificador de don Hélder. 

Cuando avanza la causa de su beatificación, la Iglesia brasileña enfrenta el enorme desafío de permanecer atenta a los signos de los tiempos para levantar su voz, con coraje, por la defensa de los derechos humanos y de los pobres, como lo hiciera el ‘obispo de la paz’. Brasil se debate entre Jair Bolsonaro y Hélder Câmara.