Tribuna

Benedicto XVI: elogio y llanto por un Papa ilustrado

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‘Sapere aude’ (‘Atrévete a saber’). Este breve imperativo ha sido uno de los lemas que han guiado la conciencia europea frente a las pretensiones absolutistas de la política o de la religión. Era el pronunciamiento de la autonomía y de la libertad del hombre como valores supremos convertidos en criterio de pensamiento y en programa de acción. ¿También para la Iglesia? También. El 5 de diciembre de 1785, la revista berlinesa ‘Berlinische Monatsschrift’ lanzaba a la intelectualidad, a modo de reto, la pregunta siguiente: “¿Qué es Ilustración?”.



La respuesta dada por Kant fue acogida y celebrada por los medios intelectuales como abolición de un pasado e imperativo para el futuro. “Ilustración es la salida del hombre de una inmadurez de la que es culpable. Inmadurez es la impotencia de servirse de su inteligencia sin la dirección de otro. Autoculpable es esa madurez si la causa de la misma no radica en la carencia de entendimiento, sino de decisión y de coraje para servirse de ella por sí mismo sin la dirección de otro. ‘Sapere aude’. Ten el coraje de servirte de tu propio entendimiento. Tal es el lema de la Ilustración” (Kant Werk IX, 53).

La Universidad, el primer motor

La Universidad –lugar privilegiado de la Ilustración– fue el contexto de vida permanente de Joseph Ratzinger, y esto también durante sus tiempos de arzobispo de Múnich y luego en Roma. La Universidad es el espacio público organizado para buscar la verdad y ponerla en común, acreditando o desacreditando sus propuestas. Dar razón de la verdad, defender la libertad y llevar a cabo un permanente “discernimiento de lo cristiano” fueron las tareas que Romano Guardini proponía en su cátedra de la Universidad de Múnich, en la que crecía Ratzinger.

La Facultad de Teología formaba parte de de la Universidad del Estado, al lado de todas las demás Facultades. Esa implantación universitaria le había preparado a Ratzinger para su futura tarea, primero de obispo y luego de Papa, porque en la universidad no hay privilegio para nadie. Tiene el deber y el derecho a la palabra todo aquel que, dentro del orden jurídico normativo, pueda dar razón de su saber o hacer. Esa predisposición, con el correspondiente talante, le llevarían después a ‘razonar’ en público, estableciendo diálogo con las más diversas propuestas, tanto las intrateológicas como las culturales, tanto las de Iglesia como las de la sociedad.

Tubinga, clave

Uno de los momentos decisivos de esa abertura al diálogo hasta el límite de la polémica fue su estancia en la Universidad de Tubinga, en torno a l968. En ese momento, ardía en la Universidad la llama de la revolución. Prevalecían la política directa derivada del filósofo marxista Ernst Bloch, viniendo de la Alemania del Este y suscitando una filosofía de la esperanza activa que terminaba en la lucha; la teología política de Metz; la teología protestante luterana de Ernst Käsemann; los cuestionamientos de Hans Küng… Los movimientos estudiantiles eran el ámbito de una conmoción profunda de lo cívico, de lo humano y de lo cristiano.

Estaban puestas a debate no solo la fe y la Iglesia, sino las raíces de la cultura occidental y los correspondientes ordenamientos jurídicos en libertad. Una marea de anarquismo y otra similar de comunismo, bajo nombres nuevos de eurocomunismo o marxismo de rostro humano, fascinaban a muchas mentes e instituciones universitarias; las teológicas incluidas. Solo tras la convulsión política de 1989-1991 hubo un giro de fondo.

¿Qué es y para qué vale el cristianismo?

Una pregunta radical en las discusiones era esta: ¿qué es y para qué vale el cristianismo? ¿Es algo más que una filosofía profética para la revolución, o solo una propuesta moral como la propia de cualquier Ilustración crítica? El Evangelio tal como ha sido propuesto, ¿nos presenta al verdadero Jesús de Nazaret o un Cristo dogmático falsificador del histórico? Filosofía, Biblia y política echaban leña al fuego de un movimiento espiritual que ponía bajo signo de interrogación todo lo anterior, tambien la fe y el cristianismo. Al análisis de esas orientaciones, que afectaban igualmente a la cultura, a la fe y a la sociedad, se siguió dirigiendo también la miada analítica y diseccionadora de Ratzinger.

Él decidió abordar esas cuestiones exponiendo el símbolo de los apóstoles ante alumnos de todas las facultades, mostrando cuáles han sido los hechos, las convicciones y la acciones que dieron y siguen dando nacimiento al cristianismo. ¿Qué conexión hay entre esos tres pilares que lo conforman: Dios, Jesucristo, la Iglesia? Y nació su libro ‘Introducción al cristianismo’, ya todo un clásico. Se inicia con una reflexión sobre la naturaleza, la legitimidad y fecundidad de la fe frente a quienes la consideran como una alienación deletérea de la vida humana que hay que eliminar.

En el centro, Jesús

En su centro está la figura de Jesús; no su mensaje aislado de su persona, o solo su ejemplo moral, sino Él, viviente, actual, que nos ha revelado a Dios como Amor. Su encíclica ‘Dios es amor’ (2005) se inicia con estas palabras: “El cristiano puede expresar así la decisión fundamental de su vida. En el principio del ser cristiano no está una decisión ética o una gran idea, sino el encuentro con un gran acontecimiento, con una persona, que ha dado a nuestra vida un nuevo horizonte”.

Ante una Ilustración radical, Ratzinger ha intentado mostrar cuál es el fundamento y legitimidad del cristianismo, que está constituido por Jesús, no solo como origen histórico, sino como su centro configurador, y cómo por la Iglesia se han mantenido la memoria viva de su persona y el mensaje de su Evangelio. A esclarecer el misterio de ese Cristo ha dedicado sucesivas monografías –’En camino hacia Cristo’– y las ha culminado con los tres tomos de su cristología.

Una Ilustración que se quiera radical no puede desdeñar lo que la fe auténtica y el cristianismo confesante pueden aportar hoy a la existencia humana. ¿Qué sería un mundo donde no hubiera santos, donde desapareciera la esperanza de un vida personal eterna?

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