Tribuna

Barcelona no tiene poder

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“Para el mar de amores: rumbas y flores. Pa’ subir al cielo: vente al Paralelo. Para ahogar las penas: fuente Canaletas”. Así canta la rumba de Peret, Barcelona es poderosa. Rumba que nadie conseguiría bailar esta noche de jueves 17 de agosto en Barcelona. Precisamente en fuente Canaletas, donde se ahogan las penas, y se celebran las victorias del equipo catalán del Barça, justo allí es dónde se han empezado a asesinar a personas sin ton ni son.

La luz mediterránea se ha empañado de golpe esta tarde. La ciudad condal, la capital catalán felizmente abierta al mar y acogedora de turistas hasta el límite de sus fuerzas, ha sido el blanco de otro atentado terrorista con el modus operandi de una camioneta que atropella, enloquecida, a todas las personas que puede. Arrollando vidas, matando por matar, dejando un rastro indeleble ya en la historia de una ciudad, que a pesar de las amenazas, de había salvado de este tipo de atentados.

Barcelona ha entrado en la lista negra y se hermana trágicamente con Londres, Niza, Berlín, Estocolmo… en esta carrera enloquecida de terror. Escribo estas líneas apesumbrada, recordando que esta mañana estaba, como siempre, cerca del lugar de la tragedia, el maravilloso centro de la ciudad, el multicultural barrio del Raval. He tenido suerte de no cruzar hoy por allí. Maldita suerte que no han tenido los ya 13 muertos. Las Ramblas son el nervio, la calle de las flores, las tiendas, los bares, el Liceo, la vida. Ahora son un cementerio al aire libre.  Escribo también mientras los hospitales siguen pidiendo a la población que vayan a donar sangre, y me entristece sobremanera pensar que comparto ciudad con cerebros encegados por el odio, sembradores del terror más absurdo y letal que existe. Gente joven, radicalizados, frustrados, enfadados con el mundo y sin esperanza. Personas a las que todo les da igual, porque sienten que el mundo las ha tratado mal. Vengativos, perdidos.

Me resisto a pensar que son multitud, pero no tengo la ingenuidad de pensar que van a desaparecer mañana. Porque primero deberían desaparecer las causas que provocan tanto daño, tanta frustración y desesperación. Ante la rabia y la tristeza que se adueñan de nosotros ante estos actos de barbarie incomprensible, necesitamos muchas, muchas dosis de sensatez. ¿Y ahora qué? Mañana, después de condenar los atentados, ¿qué va a hacer, usted? Rezaremos. Pediremos perdón, como dice el Evangelio hoy. Intentaremos perdonar a los agresores. Pero todavía faltará más. Necesitamos cambiar la lógica del odio. Necesitamos ser más integradores de lo que somos. Estar más atentos a la desazón y al malestar social.

Mañana, cuando me levante, iré a una visita médica programada para los ojos en el Hospital del Mar. Justo allí están decenas de heridos, que si no se produce un milagro mientras escribo, mañana algunos serán fallecidos.  Muertos inútilmente, víctimas de un crimen preparado que sólo consigue más hostilidad contra los musulmanes, que precisamente en la zona del Raval y del Barrio Gótico son una de las poblaciones más presentes. Se incrementará la suspicacia contra el Islam, cuando lo suyo, ahora, sería lo contrario. Sombras pues se ciernen sobre una ciudad que, aunque Peret y su rumba lo digan, hoy no es poderosa. Pero volverá a levantarse sobre estas cenizas, porque el odio nunca debe tener la última palabra.