Tribuna

Banderas rojas para ‘dummies’

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No es extraño que, después de haberse cometido un delito cruento, los medios de comunicación entrevisten a los vecinos del agresor. Seguro que recordamos el estupor y el desconcierto que manifiestan la mayoría de quienes trataban cada día con el delincuente, pues suele suceder que nadie se imaginaba que su conocido fuera capaz de aquello. Está claro que el ejemplo es muy limitado, pero con frecuencia también sobreabunda la consternación y la sorpresa cuando se hacen públicas las medidas que el Vaticano se ve obligado a tomar en relación con ciertos grupos eclesiales.



Aunque no aparezca en los informativos, nos pase desapercibido y solo caigamos en la cuenta con los casos más notorios, no son pocas las instituciones o movimientos que se encuentran bajo diversos grados de supervisión por parte de la Iglesia por presentar rasgos y comportamientos de carácter sectario. Todo ello, además, a pesar de su aspecto de ortodoxia y de la aparente fecundidad pastoral que pueden presentar estas comunidades.

Quienes, por distintas circunstancias, estamos más familiarizados tanto con las dinámicas abusivas que se producen en el seno de la Iglesia como con las comunidades en las que estas pueden llegar a adquirir un carácter delictivo, es difícil que nos sorprendamos cuando salta la noticia de una comunidad comisionada o incluso disuelta. De alguna manera, reconocemos algunos rasgos que, a modo de bandera roja, nos despiertan inquietudes sobre cómo se cuida en ellas la dignidad de las personas o sobre cuánto de sanas pueden ser las relaciones que se establecen entre sus miembros. Está claro que haber ahondado en esta parte más lúgubre de la realidad eclesial, nos ha desarrollado una especie de olfato que nos permite reconocer ciertas características que, si bien no suelen ser un problema en sí, la experiencia nos invita a mantenernos en alerta cuando aparecen.

Bandera

Puesto que es humanamente imposible saber de todo, en las librerías abundan esos libros en los que expertos en ciertos temas complejos ofrecen a sus lectores nociones básicas para quienes son paganos en esa materia. Con la coletilla para ‘dummies’ se apunta a unos destinatarios que no son expertos, pero que, tras leer el manual, pueden adquirir destrezas suficientes para manejarse con cierta soltura en la cuestión.

Señales de alarma

Siguiendo este ejemplo, queremos sugerir ciertas señales de alarma para ‘dummies’. Se trata de esas ‘red flags’ (banderas rojas) que, si bien podrían pasar desapercibidas con facilidad, nos generan inquietud y cierta sospecha entre quienes conocemos cómo se producen las derivas sectarias en los grupos creyentes. Nos referimos, sin duda, a generalizaciones, con lo injustas que pueden ser por su falta de matices, pero que nos pueden ayudar a no pecar de ingenuos, a prevenir males mayores y, en definitiva, a mantener siempre despierta la necesidad de un discernimiento constante.

La primera de ellas puede chocar con nuestros inconfesables anhelos de grandeza y con la añoranza de aquellos tiempos en los que podíamos ser muchos en la Iglesia y socialmente significativos. Toparnos en nuestras coordenadas geográficas con nuevas comunidades que llaman la atención por el número y por la edad de sus integrantes siempre genera inquietudes. La diferencia radica en el tipo de preguntas que despierta, pues, mientras muchos intentan descubrir, quizá con cierta envidia, el secreto de su éxito, a otros nos recuerda demasiado a los polvos de los cuales provienen estos lodos que intentamos limpiar ahora y que provocan tanto sufrimiento y escándalo.

El discernimiento y los procesos personales se cocinan a fuego lento y, cuando una realidad nueva se multiplica y expande con llamativa rapidez, requiere una especial atención. Solo el paso del tiempo y el tamiz de la historia nos ofrecen la perspectiva suficiente para separar lo positivo de lo negativo que cualquier grupo humano alberga en su seno. Conviene no dejarnos deslumbrar por el brillo del número, suspender el juicio rápido y ser conscientes de que la megalomanía nos puede cegar, impidiendo que atendamos a otras señales.

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