Tribuna

Aspectos para afrontar el duelo

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“Cristo Redentor revela plenamente el hombre al mismo hombre” (Juan Pablo II, ‘Redemptor hominis’, 10)

“No podemos manejar la azarosa distribución de algunas desgracias, ni la indeseada aparición de una enfermedad, ni la dolorosa partida de los que queremos”.



No podemos, y nos cuesta aceptarlo, controlar la conducta, el pensamiento o el sentimiento de los demás… la humanidad va acercándose, poco a poco, a la sabiduría de la aceptación: la aceptación de la realidad (tiempos de crisis), no como resignación, sino pérdida de la urgencia (Bucay, Jorge, empieza hoy el resto de tu vida, ed Oceano, 2017, P. 48), como polarizarnos sobre un aspecto de las necesidades del hombre como por ejemplo, el económico sobre la vida o el materialismo sobre la humanidad.

De estos argumentos, nace la necesidad que tiene el ser humano de asumir su propio duelo (sentirse caer, débil y cansado) se convierte en una salida para poder comprender y asumir esta crisis. Pero sabernos frustrados es una parte importante de la vida y, por supuesto, es un aspecto sustancial en el motor de nuestro desarrollo y crecimiento.

Resumo brevemente en cuatro puntos el tema del duelo, claro que el duelo es normal cuando sentimos tristeza ante la pérdida de un ser querido, o ante el fracaso de un proyecto, o una pérdida de un patrimonio, o de una pareja, el dolor de no envejecer juntos, la pérdida de un padre o una madre duele en lo profundo del alma, porque es la ausencia de un amor. La tristeza sencillamente nos invade, porque somos seres humanos, que sufrimos porque la muerte nos arrebató un ser amado.

1. La negación del duelo

Ante la pérdida dolorosa de alguien, duele en lo profundo del ser, por eso asumimos la negación. Interesante el texto de san Lucas, los discípulos de Emaús, ellos nos pueden soportar el dolor que les ha causado la muerte de Jesús, huyen del dolor, no pueden soportar la muerte de Jesús. La situación que viven los dolientes, no quieren aceptar la muerte de un ser querido.

Muchos dicen: “No puede ser, es solo un sueño”. Otros reprimen el dolor planeando todo y cayendo en el activismo del funeral… (Grun Anselm, vivir el duelo significa amar, vivir las relaciones más allá de la muerte, ed. san Pablo, Bogotá, 2019, P. 18-19). En la experiencia pastoral, conozco una familia que perdió a su hijo en un paseo familiar, pudiendo ahogar el dolor del momento, pero eso afloró después de varios meses, porque no se hace un verdadero proceso de asumir el dolor, sino que se niega o se suprime. Un padre o una madre pueden en el momento negar, pero al cabo de seis meses el dolor puede ser más fuerte que al principio.

La clave es dejarlo ir, en un dialogo fructífero con la madre, le dije que su hijo estaba con Dios y que lo soltará, para poder superar el dolor y su ausencia, se hizo el ejercicio y en las celebraciones en los meses siguientes, pudo superar el dolor de la pérdida dejándolo ir.

Una clave para asumir y superar el dolor es dejarlo ir. Muchas personas que conozco ante pérdidas de pareja, después de la negación, con preguntas y afirmaciones, lo dejan ir o renuncian a la persona como una manera para superar la negación. De otra forma estará lamentándose y se terminará enfermando, como por ejemplo: un ciclo no cerrado en la vida, una persona que no asume una pérdida o no vive el duelo, termina enfermándose.

Yo considero que llorar es un remedio o un proceso de sanación para el alma. “Corresponde del mejor modo posible a la voz que Jesús te ha hecho escuchar: ‘Sufre’; y no te desanimes si te parece que acudes con frecuencia en busca de un cireneo, si la naturaleza grita pidiendo consuelo y te parece, por este motivo, que tu amor hacia Dios no es sincero ni perfecto. Aquí hay un engaño. También la humanidad de Jesús, en su agonía aceptada voluntariamente, oró que se alejara el cáliz” (De Las Cartas De San Pío De Pietrelcina, 8 de junio de 1915, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 440).

2. Confrontarse con uno mismo y expresar los sentimientos

Es importante llorar, Jesús llora la muerte de Lázaro, las hermanas se encuentran al lado de la tumba llorando… María Magdalena llora la muerte de Jesús. “La de María Magdalena es una búsqueda del Resucitado, particularmente fatigante. Como puede notarse en la repetición cuatro veces del verbo “llorar” (Juan 20,11.11.13.15), María aparece como una mujer sensible, llena de afecto.

Frente al sepulcro vacío, ella aparece sobrecogida por una fuerte tensión emotiva, y “llora” (20,11).Llora porque le hace falta la profunda experiencia de amistad que la unía a su Señor. Llora porque ni siquiera puede sentarse al lado del cuerpo muerto de su Jesús. Entonces María se pone a buscar al Maestro, pero sus sollozos, sus lágrimas, parecen nublarle la vista y el corazón impidiéndole reconocer al Señor que está vivo y de pie delante de ella (Jn. 20,14)” (P. Fidel Oñoro, cjm).

Es el dolor de la despedida de un ser querido, parece una montaña rusa de sentimientos encontrados, porque nuestros sentimientos como los de María Magdalena pasan por la tristeza de perder un ser querido, pero también por el agradecimiento de haber estado a su lado y los recuerdos que nos recrean una y otra vez, porque nos confrontamos con el momento presente, tenemos en el fondo, miedo a estar solos, esa es la raíz de toda confrontación con la muerte y la pérdida de un ser querido.

Así, María Magdalena, es Apóstol de la esperanza: “Cómo es hermoso pensar que la primera aparición del Resucitado haya sucedido de manera tan personal. Que hay alguien que nos conoce y ve nuestro sufrimiento y desilusión, que se conmueve con nosotros y nos llama por nuestro nombre” (Papa Francisco). Esta es la clave de lectura de este segundo momento, debemos transformar el dolor, el amor de Jesús por Lázaro es más fuerte que una piedra de su tumba, el amor que sintió María por Jesús es más fuerte que la muerte. En el fondo es el encuentro del amor que supera la muerte.

Cuando es una persona cercana que murió en un accidente, suicidio o muerte natural, no podemos dejar que afloren sentimientos de culpa, o porque murió después de una pelea, o porque la relación no fue la mejor, pueden existir heridas que debemos perdonar, dejar ir, incluso perdonarnos a nosotros mismos si no terminamos bien o tuvimos una discusión, así encontramos el mejor camino para sumir el dolor y superarlo, expresando los sentimientos tanto positivos como negativos, y así, superar el duelo de la perdida que afecta nuestra memoria afectiva, para llegar a lo más profundo del alma, del ser, allí donde realmente se acepta el dolor en paz y en el silencio del corazón.

3. La búsqueda y dejar ir o soltar

Todos los seres tenemos un mensaje de dar en la vida, cuando una persona se ha ido, debemos comprender ese mensaje que dejo como el mejor legado, es buscar el significado de sus palabras y soltar o dejar ir para no hacernos daño. Ese ser querido ya partió, no podemos contar con las antiguas circunstancias de la vida y que debemos reconstruir nuestra comprensión del mundo y de nosotros mismos. (Grun Anselm, vivir el duelo significa amar, vivir las relaciones más allá de la muerte, ed. san Pablo, Bogotá, 2019, P. 34).

En esto consiste amar, si lo soltamos es porque lo amamos, si lo dejamos ir es porque está mejor de lo que imaginamos o pensamos, recordemos cuando los ángeles les dicen a las mujeres: “no está aquí… porque buscan entre los muertos al que está vivo” (Mt. 28,5 y Lc. 24, 5), si lo retenemos estamos siendo egoístas, o pensamos como María Magdalena, que quiere retener a Jesús, él le dice suéltame que todavía no he subido al padre.

Este proceso es liberación de los recuerdos, se sana la memoria afectiva cuando compartimos, damos a conocer lo que pensamos de esa persona que ya no está, dejamos florecer lo que llevamos dentro, al hacerlo lo dejamos ir. ¿Qué nos queda de esa persona?

Su mensaje que quiso trasmitirnos, lo que hizo en la vida, ya superamos los recuerdos que nos hacen daño, en la medida que se transforman en un mensaje presente que da vida, es comprender su mensaje. Al recordar se nos revela cual fue su secreto propio.

4. Construir una nueva relación entre la persona fallecida y con nosotros mismos

El texto del encuentro de amor entre Jesús y María Magdalena, supera la muerte, supera la separación, porque ella aunque exprese su dolor por medio del llanto, ve a Jesús, en la expresión: María y ella responde: Maestro (Jn. 20,16).

Es un encuentro de amistad íntimo que no se muere con la muerte, sino que se transforma, porque ilumina el verdadero significado. Ella experimenta en su ser, la sanación de su recuerdo doloroso del amigo que se va, pero que se queda dentro de su ser. Ya no importa el cadáver porque aunque habitó ahí, ya no está. Es el proceso de dolor que se supera con el tiempo, con el llanto y con la nueva comprensión de la nueva relación con nosotros mismos. Vuelve a retomar el sentido de realidad y se vuelve a recuperar a sí mismo como persona.

El amor permanece en el tiempo, porque el corazón es lo más complejo de sanar y necesita tiempo para dejar ir, para recuperarse de una pérdida o de una personas que se ha ido, las madres sufren por sus hijos o hijas cuando se mueren, las personas piensan que no pueden dejar ir, pero la mejor manera es explicar que ya no puede volver a abrazar, ni poder estar con sus hijos o hijas que se han ido, pero surge la trasformación del dolor para poder sanar el corazón, la idea es que siempre será su hijo o su hija y la madre siempre será su madre, pero la relación ha cambiado o se ha trasformado, ahí está el verdadero proceso de vivir el duelo porque el amor permanece en la vida, pensemos en el hijo o hija que se casa, es algo similar al proceso del duelo.

Gabriel Marcel, filósofo francés cristiano nos dice: “Amar, significa decirle a otro: Tú, tú, no morirás”. El amor trasciende más allá de la muerte. Así cuando perdimos a un ser querido, lo que hacemos es un proceso de aceptación el dolor, ese ser cercano nos hace entrar en contacto con las preguntas existenciales que siempre nos han acompañado en la vida: ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Mi vida sin esa persona es posible? Sufrimos no tanto la pérdida de un ser querido, sino el reencuentro conmigo mismo y mi capacidad de superar su ausencia. Sólo necesitamos tiempo para superar cualquier dolor.

Estas etapas no son fijas, solo nos quieren presentar la estructura y la razón de ser de la lógica del duelo en su proceso. Sin juzgar o hacer juicios rápidos, cada persona vive y supera su duelo con ayuda de un especialista o en la soledad de su silencio. Lo importante, es darle el tiempo para sanar sus heridas por el dolor, es sano cuando tú superas ese dolor y lo sabes trasformar en florecimiento y crecimiento de la vida. Por otra parte, no sería fructífero el proceso del duelo, pues las personas se sumen en el dolor y lamentan una y otra vez la pérdida de se ser querido.

Una gran pregunta sin respuesta, que nos está dejando lo que vivimos, son los fallecimientos por causa de la pandemia (los números, las estadísticas, los reportes diarios…ente otros), pero nadie se pregunta sobre otras enfermedades o muertes por accidentes o por la misma violencia; pero recordemos las palabras consoladoras de san Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?” (Rom 8, 35), es decir que nada ni nadie nos separará del amor de Cristo, ni siquiera el miedo, ni el temor a la muerte.

Esto quiere decir que nuestra vida se desarrolla entre la alegría y el dolor. Hay días de gran gozo y satisfacción abundante con una felicidad que parece hacer explotar nuestro corazón. Pero también hay días en que nos sentimos perdidos, confundidos sobre nuestros propósitos y solos ante nuestras dificultades. Disfrutamos la alegría de un bebé, una amistad profunda, las celebraciones, una ordenación sacerdotal… y sufrimos el dolor o la tristeza del duelo por la muerte de un ser querido, una separación, un padecimiento físico, las personas que han perdido alguna parte de su cuerpo por las minas… todo esto hace parte de la vida.

Ahí es donde nos exige la gente a nosotros pastores de almas, estar en todo momento acompañando la comunidad y a quien lo necesite, a las familias en sus problemáticas, de acuerdo al tiempo y espacio, y sabiendo ser cercanos y guardar las distancias como regla y norma de una pastoral efectiva.

San Pablo, en su ministerio en la comunidad tuvo muchas experiencias cercanas con esta esperanza cristiana que supera y trasciende o va más allá al ser felices en la tierra. Pero no pretendamos ser felices sin sufrimiento ni dolor, porque esto hace parte de la vida, es más sufrimos cuando nos enamoramos, cuando nos engañan, cuando nos critican, cuando hablan mal de un amigo o sacerdote, cuando las personas no ayudan a los demás a ser felices.

Este mundo presente con toda la belleza y maravilla, no puede compararse con la felicidad plena en el cielo o en la plenitud de los tiempos. No pretendamos que la felicidad en la plenitud la alcanzamos en esta vida, no perdamos el centro de nuestra vida y existencia que cosas superfluas que no ayudan en la vida espiritual y nos decepcionan.

En fin, la esperanza puesta en las manos de los sacerdotes hoy, se sustenta en el evangelio, porque el dolor nos ayuda a madurar en las situaciones adversas que vivimos a diario en nuestra sociedad, ser sal que no pierde su esencia, ser luz que no pierde su resplandor, porque somos hombres como vasijas de barro que llevamos tesoros por dentro: el anuncio del reino de Dios.


Por Wilson Javier Sossa López. Sacerdote eudista del Minuto de Dios