Tribuna

Ars Sacra, Biblia Pauperum

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La relación entre la imagen visible, creada a través del arte, y las Sagradas Escrituras se hizo visible en la persona de Jesús de Nazaret. Así como la Palabra de Dios se hizo libro, a través de la redacción de la Biblia, de manera paralela se hizo carne en la Encarnación del Verbo de Dios. La Encarnación de Jesús es, de hecho, el argumento invocado por san Juan Damasceno, ante la polémica iconoclasta, en el Segundo Concilio de Nicea, para justificar la veneración cristiana de las imágenes religiosas.



La Biblia es, en efecto, una gran cartografía literaria, un laboratorio del lenguaje humano, en el que el autor experimenta el poder de las palabras transformadas en poemas, cartas de amor, tratados, oráculos proféticos, evangelios, apocalipsis.

La belleza es una forma constitutiva de revelación y experiencia de la verdad y, por tanto, el texto sagrado nunca es cerrado e intocable. Por el contrario, la lectura nos lleva a operar el texto, deconstruyéndolo y recomponiéndolo. La voz, los acentos, los sentidos, las cadencias rítmicas se vuelven procedimientos hermenéuticos relevantes para que apreciemos el plural del que está hecho el texto. Esta hermenéutica nos lleva a una actitud de asombro, escucha, respeto y despecho, a entrar y quedarnos en la puerta, a continuar y recrearnos. En palabras de San Gregorio Magno, en una de sus homilías sobre el Libro de Ezequiel: ‘Scriptura cum legentibus crescet’, es decir, la Escritura crece con quien la lee.

El lenguaje de la belleza

Aquí entendemos los fines para los que se crea o construye el arte sacro. De hecho, la finalidad que explica su surgimiento es la difusión y comunicación del mensaje cristiano, para cumplir el mandato de Cristo: “Anunciar el Evangelio a todas las criaturas”. Los objetos y edificios sagrados nacen como soporte para el anuncio y la vivencia de la fe, como signo visible del misterio invisible de las realidades espirituales, como lenguaje abierto a todos, como espacio acogedor, sin fronteras ni distinción de personas. Por eso, en la Edad Media, se les llamó la Biblia de los pobres, es decir, como una forma de explicar visualmente a los iletrados la revelación del misterio de Dios.

Los siglos no han desdibujado el significado de este idioma. Hoy no se dirige solamente a los pobres o iletrados, como en la Edad Media. Llega a una gama considerable de personas de todos los niveles culturales. Nuestros contemporáneos, a pesar de que la capacidad de leer está al alcance de todos, leen y escuchan poco el mensaje cristiano. Pero la sensibilidad estética de nuestra generación los abre a esta expresión. El arte sacro emplea el lenguaje de la belleza y la armonía que cautiva a la gente de nuestro tiempo. Quizá, de esta forma, aprendan un poco de la sabiduría que moldeó y fundó nuestro patrimonio cultural y moral.

El arte sacro se inspiró en gran medida en imágenes y símbolos bíblicos. Pintores, escultores, arquitectos y compositores han estado bebiendo de las “aguas vivas” de la fuente de las Escrituras. Agua viva, porque perenne, significativa para todos los tiempos. Los símbolos bíblicos expresan situaciones humanas de todos los tiempos, retratan el alma humana atemporal. Hablan, con elevación y encanto, del misterio de Dios y del misterio del hombre, del sentido de la vida y de la historia humana.

Durante mucho tiempo la Iglesia experimentó un divorcio de las artes. Y también vivió, en cierto modo, un divorcio con lo sensible. Hoy necesitamos una mística de lo sensible, y necesitamos entender que la belleza es un camino para llegar al corazón de Dios.

Los símbolos e imágenes bíblicas han sido verdaderamente un ‘Atlas Iconographicus’ donde muchos artistas han mojado sus pinceles, músicos han recibido inspiración, poetas y pensadores han encontrado referentes de gran belleza. Las Sagradas Escrituras nos enseñan, en efecto, el camino de la belleza para llegar a Dios. Por tanto, es saludable desarrollar la relación entre la biblia y el arte: si el arte, por un lado, sostiene y enriquece la expresión de la Palabra de Dios, por otro lado, la biblia ofrece a los artistas una inspiración fecunda de belleza perenne.


*Alexsander Baccarini Pinto. Máster en Teología. Universidad Católica Portuguesa