Pliego
Portadilla Pliego nº 3.200
Nº 3.200

Hacia una economía del bien común

La publicación de este Pliego estaba planificada en origen para marzo de 2020. El gancho de actualidad era inmejorable, dado que ese mes era también el previsto para la celebración del evento internacional ‘The Economy of Francesco’. Con este encuentro, el Santo Padre quería reunir en Asís, ciudad símbolo de fraternidad, a jóvenes profesionales y emprendedores, y líderes y premios Nobel de todo el mundo con el objetivo de alcanzar un pacto para cambiar el sistema económico. El coronavirus pospuso el evento, y este Pliego hubo de esperar.



Ocho meses después, en las vísperas de un evento que finalmente podrá tener lugar en su modalidad ‘online’ del 19 al 21 de noviembre, la pregunta que cabe hacerse con respecto a estas páginas es: ¿cuánto ha cambiado el planteamiento y los contenidos de un texto escrito antes de una pandemia de consecuencias inéditas para el mundo? La respuesta, no por más sorprendente, es menos real: nada. Al margen de esta introducción, el texto no se ha visto alterado ni en su análisis ni en su propuesta.

No podía ser de otra manera. Esta pandemia solo ha hecho más urgente lo que antes ya era una urgencia: necesitamos cuanto antes un nuevo planteamiento económico, cuyo eje central sean las personas, desplazando el beneficio, la eficacia o el rendimiento como motores del mundo. En palabras del papa Francisco, necesitamos “revisar nuestros esquemas mentales y morales”, reflexionar y actuar para “re-animar” la economía, “dar un alma a la economía del mañana”.

La crítica al capitalismo les parece a muchos una exageración y una osadía. “Tiene sus defectos, sí –dicen–, pero cuántas cosas buenas nos ha dado el capitalismo”. La crítica al sistema capitalista suele provocar escepticismo e indignación. Christian Felber, profesor de la Universidad de Economía y Negocios de Viena y líder mundial del modelo Economía del Bien Común, ha resumido en su obra homónima los mitos que alimentan este enfado y las respuestas que provoca.

Primero, se piensa y se dice que no hay alternativas viables al capitalismo. Segundo, que sin capitalismo volvemos a la economía feudal, ¡o al comunismo! Tercero, que el capitalismo no será perfecto, pero es el mejor sistema económico posible –algo así como una extrapolación de la famosa frase de Winston Churchill acerca de la democracia, “el menos malo de los sistemas políticos”–.

Cuántas veces hemos escuchado la idea de que la competencia, a pesar de sus defectos, es el método conocido más eficaz para coordinar los esfuerzos humanos. Este juicio, hoy universalmente extendido y aceptado con apenas reticencias, fue introducido por Friedrich Hayek en Camino de servidumbre (1944). ¿Cómo negarle a un Premio Nobel de Economía la veracidad de sus palabras?

Es cierto que la competencia motiva y genera crecimiento, pero ¿es el método más eficaz para motivar y generar crecimiento? A día de hoy, todavía no disponemos de evidencia científica o de estudio empírico serio –las colecciones de gráficas sueltas en blogs no cuentan– que demuestre que Hayek, y todos los que asumen y propagan su cosmovisión liberal-individualista, tanto en las universidades como en las maravillosas tertulias de los bares, están en lo cierto al asegurar que la competencia es el sistema más eficaz para coordinar los esfuerzos humanos.

En el caso de existir esta demostración, todavía quedaría por resolver una cuestión importante: ¿qué entendemos por “eficacia”? Si ser eficaz es rendir para obtener el mayor número de bienes totales posibles, ganar más que los demás y ser más que los demás, bueno, entonces sí, quizá la competencia es, en la gran mayoría casos, el mejor sistema posible. Pero, ¿responde este concepto de la eficacia a la naturaleza de nuestra condición humana?

La pregunta es de rigor, porque la economía, lejos de ser un constructo teórico aislado, técnico y mecánico, hunde sus raíces en la ética y la antropología. Las virtudes esenciales son anteriores a las virtudes económicas y empresariales, son preeconómicas y, como tal, la economía se asienta y construye sobre las mismas. El éxito y la conveniencia de un sistema económico debe medirse en relación a su capacidad para potenciar las virtudes esenciales.

Si decimos que el capitalismo ha fracasado, o sigue fracasando, es porque, de suyo, el capitalismo es incapaz de conectar con lo humano. El ejercicio de la competencia para la maximización de los beneficios, pilares fundacionales y motores de la economía capitalista de mercado, no son constitutivos, a su vez, de una experiencia humana verdadera y plena.

Es la reciprocidad, y no el intercambio de equivalentes; es el ejercicio de la gratuidad, y no el principio de utilidad para uno mismo, lo constitutivo de la persona. En definitiva, es la búsqueda del bien común, y no de los bienes totales, motivo del beneficio y la competencia capitalista, el método conocido más eficaz para coordinar los esfuerzos humanos. Ese es el método, y esa es la eficacia: ordenar todas nuestras acciones, también la economía, al bien común. (…)


Índice del Pliego

Introducción

Revisar nuestros esquemas

¿Qué pasa con la competencia?

La crisis: ¿nuevo fracaso u oportunidad?

Alternativas útiles, positivas, pero insuficientes

Capitalismo no, ¿entonces qué?

La economía civil de mercado

  • La división del trabajo
  • La actividad orientada al desarrollo
  • La libertad de empresa

Lo que dice la Iglesia

Hacia la economía de Francisco

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