Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.295
Nº 3.295

Contemplando cien años después ‘La tierra baldía’, de T. S. Eliot

Estadounidense de origen, T. S. Eliot vivió sobre todo en Inglaterra, donde concluyó sus estudios y cimentó su fama. Nació el 26 de septiembre de 1888 en Saint Louis (Missouri), como descendiente de una de las primeras familias de los colonizadores del nuevo mundo.



Desde su primera juventud, estuvo muy unido al ambiente intelectual, ya que su padre fue cofundador de la Universidad de Washington y un primo suyo llegó a ser presidente de la Universidad de Harvard, donde comenzó sus estudios universitarios en 1906. Se decidió por un estudio humanista de especial exigencia, en el que no faltó el aprendizaje de idiomas como el latín, el griego, el sánscrito, el francés, el alemán… Más tarde, mostraría interés por otras lenguas latinas.

Leyó con especial dedicación los clásicos de la literatura universal, apasionándose, como otros estudiantes de su generación, por la Biblia y Ovidio. Imbuido de los metafísicos ingleses y de los simbolistas franceses como Baudelaire, Rimbaud o Verlaine, fascinado por la leyenda del Santo Grial y autores contemporáneos como H. Hesse, compuso una sinfonía sincretista de símbolos, que da origen a una modernidad poética, en la que todavía estamos inmersos.

Un poeta distinto

En la despersonalización de una época desastrosa, de la que fue testigo privilegiado, va emergiendo un poeta distinto, que pasará del nihilismo más inhóspito a las convicciones religiosas profundas, en las que la salvación evangélica juega un papel de una importancia crucial. Pasó de entender la existencia como un poema roto, a experimentar la vida como una realidad gozosa, en la que todo tiene sentido mediante la apertura a la trascendencia.

Entre 1909 y 1911, se trasladó a Europa para completar su formación académica. Su tesis doctoral en filosofía, comenzada en Harvard, la concluirá en 1916 en Oxford. Ese mismo año se casa con Vivienne Haigh-Wood a los dos meses de conocerla, aunque pronto se separará de ella, lo que no dejará de ser una tragedia para su quebradiza sensibilidad. Ejerce como profesor de diversas asignaturas humanísticas, pero ello no le proporciona libertad económica.

Un poco más tarde, comienza a trabajar en el Lloyd’s Bank: desde 1917 hasta 1925, año en el que dejó las actividades bancarias. Le sigue atrayendo poderosamente la literatura y no deja de frecuentar los ambientes culturales de Londres, donde al final se había establecido en 1914, ya que siempre aspiró a instalarse en la gran ciudad de sus sueños. No sabemos con exactitud cuándo empezó a concebir ‘La tierra baldía’ ni cuáles fueron sus primeros versos.

En Londres tratará a dos personalidades bien conocidas, como Virginia Woolf, que editará su obra maestra, y al poeta y crítico Ezra Pound, norteamericano como él, bien conocido por la crítica y exiliado de su patria por sus extravagancias políticas. Enseguida descubrirá su novedoso talento y le ayudará a reelaborar su obra, convirtiéndose en su mentor.

Anglocatólico en religión

Su orientación acentuó el carácter fragmentario del conjunto, que expresaba modos muy peculiares de sentir y entender la existencia personal y comunitaria, de acuerdo con la época que se atravesaba. Más tarde, él mismo se reconocerá como “clasicista en literatura, monárquico en política y anglocatólico en religión”. (El anglocatolicismo es la rama anglicana más cercana a la Iglesia católica y muchos de sus fieles han llegado a la unión plena con Roma).

En estos tiempos buscó encontrar un lenguaje bello, capaz de transmitir sentido a lo existente, tal como él lo sentía. Intentó llevar la lengua inglesa ‘hasta sus límites’, buscando en todo momento inspirarse en la tradición recibida, para adecuarla a sus creaciones. Desde su edad adulta, la tradición, conseguida con mucho esfuerzo y denodado estudio, así como la religión con sus muchos significados, tuvieron una importancia decisiva en el desarrollo de su actividad intelectual. Si tuviera que decidirme por tres poetas del siglo XX, uno sería español, Juan Ramón Jiménez; otro alemán, Rilke; y un tercero americano-inglés: Eliot.

Un nuevo paradigma

Para la mayoría de los estudiosos de la literatura, ‘The waste land’ (‘La tierra baldía’) de Thomas Stearms Eliot (1888-1965), culminada en una cura de reposo en Suiza aquejado de un trastorno nervioso, se alza como uno de los poemarios más valiosos de la lengua inglesa de los últimos siglos, cima del modernismo anglosajón más vanguardista, la obra cumbre de su autor y uno de los poemas más definitivos del siglo XX, creador de un nuevo paradigma poético.

El autor fue alcanzando renombre universal por la importancia excepcional de su obra, así como por el destacado papel que jugó en la difusión de la poesía de los últimos tiempos. Una obra, por lo demás, “que ha propuesto un paradigma de complejidad, oracular e intimidante, que genera una especie de ansiedad interpretativa por donde han transitado todas las escuelas críticas, desde el formalismo y el estructuralismo hasta el psicoanálisis y el feminismo” (Jaume Andreu), convirtiéndose en “un clásico de la poesía occidental” (Jaime Siles).

Primera versión completa

Después de varias prepublicaciones, la primera versión completa se publicó en Londres en la mítica editorial Faber and Faber, cuya sede aún se recuerda gracias a una placa en un rincón de la londinense Russell Square. La edición príncipe apareció en diciembre de 1922 en Nueva York, editada por Horace Liveright, a través de la editorial Boni and Liveright, conteniendo ya sus conocidas notas a algunos versos al final del volumen, en el que se combinan tres claves: “sonoridad, intertextualidad y fragmentación” (Sanz Irles).

Permanecerá en la memoria de quienes buscan la innovación de las formas poéticas y eligen el simbolismo como la manera más excelente para ir más allá en la búsqueda de lo trascendente, más presentido que formulado. Con todo, se trata de algo más que un poema: “Es la llegada inminente de una escritura nueva que generó en su día tanta incomodidad como asombro… en el centro mismo de la mejor literatura, de la más alta cumbre del misterio y de lo por decir” (Antonio Lucas).

Desde que apareció, ‘La tierra baldía’ ha sido objeto de muchos cientos de artículos y el interés no ha decaído hasta el siglo XXI, en el que se amontonan las tesis doctorales. Con Eliot ha sucedido algo singular. Su poema puede parecer hermético, en no pocas ocasiones ininteligible, pero los lectores no le han dado nunca la espalda, ya que tiene algo auténticamente renovador, que fascina hasta a sus mayores detractores. Hasta su muerte, el 4 de enero de 1965 en Londres, el autor se sintió acompañado por una obra tan singular, ya que ‘La tierra baldía’ traspasó su época y revolucionó el universo poético de épocas posteriores. Como los grandes creadores, Eliot nunca pensó que había compuesto una obra que iba a tener repercusiones tan definitivas en la historia de la poesía. (…)

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Índice del Pliego

I. JALONES DE SU VIDA HASTA DICIEMBRE DE 1922

II. SIGNIFICACIÓN

III. LA UNIDAD DESINTEGRADA

IV. LA CRISIS CULTURAL DEL PERÍODO DE ENTREGUERRAS

V. DEDICATORIA

VI. CULTURA CLÁSICA

VII. CULTURA CRISTIANA

  1. La renovación religiosa
  2. Indagando en el misterio: Dios, el hombre y los profetas
  3. Las referencias cristológicas
  4. La conversión: Bautismo y Eucaristía en nombre de Cristo

VIII. DESENLACE: ACTUALIZACIÓN EN DICIEMBRE DE 2022, CIEN AÑOS DESPUÉS

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