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Queremos el pan y las rosas


Un libro de Lucía Ramón (Ediciones HOAC, 2010). La recensión es de Dolores Aleixandre.

Queremos el pan y las rosas. Emancipación de las mujeres y cristianismo

Autor: Lucía Ramón

Editorial: Ediciones HOAC

Ciudad: Madrid

Páginas: 230

(Dolores Aleixandre) Dos artículos recientes en ABC, uno de Carlos Herrera y otro de Pérez-Reverte, han abordado el tema del ecofeminismo a propósito de una guía de la Junta de Andalucía. Lo ridiculizaban, claro, en un tono despreciativo y me gustaría saber si pensarían lo mismo después de leer un libro tan serio, inteligente y documentado como éste de Lucía Ramón.

Seguramente habrá quien, al leer en su título la expresión “emancipación de las mujeres y cristianismo”, pensará con escepticismo que es imposible la interacción entre esos dos términos porque hace tiempo que han dejado de creer que pueda esperarse algún apoyo de la Iglesia en este punto. Otros objetarán: pero ¿no están ya las mujeres suficientemente emancipadas? ¿A qué vienen tantas vueltas sobre un asunto ya superado? Y aquí está “la gracia” del libro: lo escribe una teóloga creyente que, además de abordar el tema candente de la violencia contra las mujeres en toda su crudeza y con una documentación apabullante y una bibliografía extensísima, está convencida de la importancia de la contribución del cristianismo a las luchas emancipatorias de las mujeres y se atreve a proponer con valentía y lucidez caminos en que confluyan espiritualidad cristiana y ecofeminismo para conseguir otro mundo posible.

Los datos del inicio son contundentes: según informes de Naciones Unidas, una de cada tres mujeres en el mundo sufre malos tratos o abusos sexuales, 1.000 millones de mujeres han sido golpeadas, forzadas a una relación sexual no deseada o sometidas a abusos durante toda su vida. La discriminación resulta ser una enfermedad mortal y en cada periodo de dos a cuatro años el mundo aparta la vista de un recuento de víctimas equiparable al holocausto de Hitler. ¿Quién puede seguir diciendo que es un tema superado?

Esto de no partir de posturas previas sino de cifras incuestionables, es uno de los aciertos del libro, que arranca de la huelga de mujeres que tuvo lugar en los comienzos del movimiento obrero y feminista del siglo XX: fueron ellas las primeras que demandaron “pan y rosas”, es decir, no sólo la mera supervivencia, sino también el derecho a disponer de lo necesario para una vida plena, atreviéndose a soñar un mundo en el que fueran posibles la justicia como plenitud y alegría, vida en abundancia, fiesta y participación de todos en el banquete de la vida y de la creación.

Problema crónico

La primera parte aborda una realidad de máxima actualidad: la violencia doméstica que tiende a plantearse más como un suceso que como un síntoma de una sociedad enferma. Más que episodios marginales de irracionalidad y patología, son un problema social crónico que debemos afrontar y la Iglesia tiene un importante papel que jugar en ello. Muchas mujeres cristianas están dispuestas a aportar su experiencia del Evangelio a este proceso de cambio cultural hacia un mundo justo, y por eso son interesantes los grupos de mujeres cristianas comprometidas en España contra la violencia de género.

La segunda parte aborda la clave feminista de la existencia cristiana, el profetismo de las mujeres bíblicas y la relación entre espiritualidad cristiana y ecofeminismo.

Al terminar el libro, que a pesar de su densa documentación se lee fluidamente, al lector/a le quedan unas cuantas cosas mucho más claras, entre ellas, que la lucha contra la violencia que sufren las mujeres en el mundo es una batalla parecida a la que se libró un día contra la esclavitud. Quedan despejadas las preguntas en torno al ecofeminismo, ese término que, junto al de género, despierta tantas suspicacias: es una corriente de acción y de pensamiento interdisciplinar que se nutre de los movimientos sociales y alimenta la transformación. Propone abordar y responder de manera nueva, creativa e inclusiva a los problemas a los que nos enfrentamos: el hambre, la pobreza, la desigualdad, la violencia y la devastación ecológica.

Muchas cuestiones e interrogantes quedan pendientes: ¿se pueden seguir exaltando ciertas virtudes “específicas” para las mujeres como la oblación, el sacrificio, la belleza, la humildad, la pureza, el silencio, los trabajos en el hogar, el cuidado maternal de los hijos, esposos y parientes dependientes o enfermos? ¿Quedan los varones “exentos” de todo eso? ¿Cómo podemos organizar la vida social de forma que garanticemos el cuidado de los más vulnerables y de los niños? ¿Cómo podemos ir transformando nuestras tradiciones religiosas de tal manera que la sexualidad femenina pueda ser afirmada y los varones y mujeres lleguen a ser verdaderos compañeros? ¿No ha llegado ya el momento de que los líderes de las Iglesias proclamen que la violencia contra las mujeres es un pecado?

“Por desgracia somos herederos de una historia de enormes condicionamientos que han hecho difícil el camino de la mujer, despreciada en su dignidad, olvidada en sus prerrogativas, marginada frecuentemente e incluso reducida a esclavitud. Esto le ha impedido ser profundamente ella misma y ha empobrecido a la humanidad entera de auténticas riquezas espirituales. Que este sentimiento se convierta para toda la Iglesia en un compromiso de renovada fidelidad a la inspiración evangélica, que precisamente sobre el tema de la liberación de la mujer de toda forma de abuso y dominio, tiene un mensaje de perenne actualidad que brota de la actitud misma de Cristo”.

¿Propuestas de alguna teóloga feminista? No. Son de Juan Pablo II en la Carta a las mujeres en la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer en Pekín. Su coincidencia con muchas de las opiniones de la autora muestran suficientemente la eclesialidad de su obra.

En el nº 2.740 de Vida Nueva.

Actualizado
03/02/2011 | 08:00
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