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Palabras para la paz


Una obra de Juan María Uriarte (Idatz, 2009). La recensión es de José Lorenzo.

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Palabras para la paz. Una pedagogía evangélica

Autor: Juan María Uriarte

Editorial: Idatz

Ciudad: San Sebastián

Páginas: 496



(José Lorenzo) Ahora que se ha abierto definitivamente la veda para examinar en vida del amor que ha profesado Juan María Uriarte por las tierras que pisó como pastor, es justo (y tal vez una osadía) traer a la memoria la existencia de un libro reciente (muy olvidado por los apologetas del rencor y por quienes expiden certificados de RH evangélico) que recoge su magisterio a favor de la paz y la reconciliación en una tierra marcada por la barbarie terrorista de ETA. Pero, además, conviene recordar la mera existencia de este libro ante el sorprendente empecinamiento de quienes diagnostican síntomas de pensamiento débil en el prójimo pero que no detectan las lagunas de memoria propias que les han llevado de ponderar las condenas al terrorismo etarra salidas de las plumas de los obispos del País Vasco (sí, también las de Setién, Uriarte e, incluso, del hoy denostado ex vicario general, Pagola) a reprocharles ahora su lejanía de las víctimas de esa violencia irracional.

Así, quien quiera superar prejuicios que han demonizado a este obispo podrá encontrarse con la sorpresa de leer en los numerosos escritos que se recogen en este volumen (que abarcan desde su llegada a San Sebastián, en 2000) palabras que, como subraya en gruesos caracteres el título, hablan de la paz, invocan la paz, oran por la paz, claman por la paz, gritan por la paz, la convivencia y la reconciliación social.

Para aquellos, que los hay, que quieran saber si es que acaso las condenas de Uriarte son de antes de ayer, refrescarles que comenzaron, al menos, a la par que su ministerio episcopal (1976), primero en Bilbao y luego en Zamora. Remito tan sólo a una, que no recoge este libro, y que debiera ser suficiente para hacer sonrojar a quienes le denuncian una actitud condescendiente, cuando no cómplice, ante el terrorismo. Decía así, en 1992, tras un atentado con cuatro víctimas mortales: “Esta obstinada crueldad me afecta por muchos motivos. Soy un ser humano y, como tal, no debo ser nunca insensible ante la muerte injusta y violenta de otros seres humanos y ante el llanto desconsolado de sus familiares. Soy un cristiano. Y una conciencia cristiana no puede resignarse a que el Hijo de Dios siga siendo crucificado en el cuerpo de estos hermanos suyos. Soy un obispo y, por tanto, no puedo callar ante la degradación moral de quienes cometen, apoyan o encubren crímenes semejantes”.

Sólo queda, pues, dar la bienvenida a estas páginas, que quieren hacerse pedagogía, aun cuando se hayan pensado, también, para defender la conciencia y reivindicar la verdad de un hombre a quien el “análisis aquilatado” de las causas de la violencia en su tierra tal vez le haya hecho aparecer como lejano e insensible.

En el nº 2.685 de Vida Nueva.

Actualizado
27/11/2009 | 08:32
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