Editorial

Vivir “misericordiando”

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El papa Francisco ha iniciado el nuevo calendario volcado en el Año de la Misericordia. Si remataba 2015 abriendo la puerta santa de la caridad en un comedor social, arrancó el primer día de enero de 2016 haciendo lo propio en Santa María La Mayor. Para darle un empuje global mayor, por primera vez un Papa graba sus intenciones de oración en video y lo cuelga en Internet. Como si fuera poco, en un año que aún no atravesó sus primeros 90 días, recientemente vió la luz El nombre de Dios es misericordia, su primer libro como Pontífice, fruto de una conversación con el vaticanista italiano Andrea Tornielli.

En este número, Vida Nueva ofrece a sus lectores el extracto de dos capítulos, quizás los principales, de las reflexiones del Papa sobre el Jubileo Extraordinario de la Misericordia. Con estos gestos y palabras, Francisco vuelve a reclamar a toda la Iglesia que se implique, que no deje pasar este año con “apellido” como una propuesta que simplemente hay que informar con un cartel colgado en la pared de templos y comunidades, pero sin hacerlo realidad. Este es uno de los peligros que acechan al jubileo, no menos acuciante que otra tentación: poner un bozal a la misericordia.

Francisco vuelve a pedir a la Iglesia que practique “medicina de urgencia”
y que no se obsesione con las condenas, mientras hay quien insiste
en poner un bozal a la misericordia.

El Papa se ha empeñado de forma insistente en subrayar que todos los dones que de ella se desprenden –el perdón, la acogida, el encuentro, entre otros– no tienen límites, nacen de la gratuidad y, como tal, han de ser compartidos. Así lo enfatiza en el libro. Al detenerse en la escena del hijo pródigo, sentencia que “la Iglesia no está en el mundo para condenar, sino para permitir el encuentro”. Es cierto que misericordia no es sinónimo de buenismo, pero sí de mano tendida, de lo que él llama “Iglesia emergente”. Y es que, mientras Francisco plantea esto, hay quien desde los altares sigue exigiendo peaje para todo aquel que quiera entrar y participar del banquete preparado por el Padre, quizá anhelando una comunidad ilusoria de seguidores que no existe, e ignorando a la par a todos los “heridos” que pasan por delante de la fachada y a los que se les reserva el derecho de admisión. Frente a esto, Francisco retoma la imagen del hospital de campaña para destacar que en la Iglesia “se practica la medicina de urgencia”, no se realizan tratamientos especiales, ni se practica la medicina preventiva a la que generalmente solo unos pocos pueden acceder.

El pontificado del primer Papa latinoamericano se acerca a su tercer año y son todavía muchos los que siguen sentados esperando al año siguiente. Quizá ante esta falta de respuesta, que no es poca, insista en reforzar estas propuestas. El problema no es solo pasar de puntas de pie ante la voz de Bergoglio, sino reinterpretar la misericordia de Dios para encorsetarla a imagen y semejanza del hombre. Para solventarlo, bien vale aplicarse los antibióticos que recetó a la Curia romana en las puertas de la pasada Navidad, o hacer vida en el día a día el gerundio acuñado por Francisco en el libro: “misericordiando”.